Bufanda extraviada

En Valencia hacía el frío

del ambiente otoñal que acompaña sacro 

a los cofrades.

El calor extinto de las fallas 

se había disuelto en el humo aquelarre.


Cuando llegué a Varsovia

el sopor resultó asfixiante,

y mi bufanda naranja se trasformó 

en una culebra con ansias de conocer la ciudad.


Perdí mi querida bufanda, 

abrazo lanoso de confianza,

serpentina de rectángulo

que me protegía de la mirada obscena,

la separación del bien contra el mal,

que cubría mi sombra como a una india apache

la nostalgia de las margaritas amarillas 

y las amapolas rojas 

del archipiélago.

Sentí pena porque era un regalo de Dasha, 

una amistad incondicional

que nunca pide favores.

Internet me ha repuesto la carencia

y mi comadre ha afirmado que esa bufanda,

como los amores de transistor,

no eran para mi persona.




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