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Mostrando entradas de noviembre, 2019

Sumario

Enfermé este verano y la cortisona volvió a convertirse en una ama de llaves que permitía abrir los pulmones a un jardín de geranios. Luego el dragón me echó de su cueva y no hay madrugada que en sueños no llore que una madre te despoje de su vientre. Sé que los trenes al atravesar las vías mutilan pequeños insectos. Qué hay pájaros que olvidaron sus alas y viven descuartizados en cámaras frigoríficas. Cualquier acto implica una catástrofe y debo extrapolar este clavo que sostiene mi pena. Para expulsar esta tos muda y crecer en las afueras de un vertedero de palabras. Grito cada día con cada poema y me gusta dormir con dos pijamas para constituir este frío y tener la sensación de que la cárcel planta sus paredes en cualquier esquina de mi cabeza de chorlito. Me avergüenzan los piropos porque retruenan en el espejo las afirmaciones necrosis de que yo no era digna de nada ni de nadie. Por las mañanas me quito un pijama y aparece otro. Parezco una oruga...

Revival

Quién no tuvo de pequeño un pijama rojo con ribete azul, que llevaba un carácter bordado. Y era un kimono de poliéster, para el sueño. Quién no se detenía veinte segundos, veinte parpadeos, veinte suspiros, a mirar la manilla de la puerta que parecía que se abría a todos los espíritus. La primera hamburguesa procesada. Y las pupas con mercromina. Y el cassette de los Hombres G con su jersey amarillo y un Ford Fiesta. De colores conformamos los recuerdos. Hacemos punto de su estrategia. Y nos hace sentir que el otoño teje con madeja de envoltorio de Bimbo. Me acordé de sus nudos en la hebra. Y me hizo gracia que ese pijama pasó a la historia de los que luchamos siempre desde la inocencia de la capacidad, de la empatía, de la loción antipiojos y el olor a Nenuco con veinte años, veinte suspiros, veinte parpadeos, veinte y no más. Y el miedo en el pasillo y que siga lloviendo sin nosotros.

Reclusión

Una cortina con estampados cubre este ventanal de los ojos edificios. Aislamiento de la mirada cuarzos de gente lanzada en sus divanes y el viento que trajeado levanta la hojarasca artificial de la prensa. Este secreto a espaldas de la voz en un sofá de gente y la compañía de un televisor de agua. Con la piel de pijama y el cabello sin manos entre la división de un libro y una carretera. Por eso ante los avatares y el sarampión de la pena la ninfa se recluye con la decisión aparcada tras los cristales sin que nadie lo se pa y estambre. Flor de noche escritorio de poesía de nevera.

El estanco de la poesía

He lanzado un cigarrillo sobre tu losa. Sé que te gustará la idea. Y no he sido la única persona que en esta vigilia mestiza de miedos ha escogido para honrar tu cuerpo nube (la fugacidad es un cúmulo desvanecido en el cielo) tabaco junto a los candiles. Camino al bosque santo puestos custodian, ofreciendo cristales y cera, flores. Como un preludio a los árboles de pájaros y a un aroma capaz de erradicar el olor putrefacto de los inexistentes jarrones con agua. Lanzar un cigarro puede ser una osadía para un neumólogo e incluso un chiste al cáncer de pulmón que te arrebató el fin y el principio. Ayer me acordé de ti entre los que ya no están pero siguen guiando los recuerdos. Porque conozco vivos sin un hálito y muertos que desde la memoria te reconfortan en la psicosis. Una madre puede adoptarse. Una hija que respira ser un muerto. Una taza de leche igual que un poema. Por eso te he traído un cigarro porque la felicidad mata y sé que aunque lo hayas dejado, fuma...

Ramillete

Preparé un ramillete para depositar sobre el lecho azúcar de mis muertos. La música viraba y la vela con su envoltorio caramelo esperaba ansiosa la luz en esa inutilidad de no amar lo tangible y enaltecer a los ausentes. Pero sabía que aunque cruzara muchas calles, un mar cortaba la tierra donde yacen aquellos que de niña fueron un alcázar, desaparecido de arena. No podía tener más consuelo que recordar la belleza cerrando los ojos hasta que el temblor atravesara como la radioterapia la atmósfera. Y el camposanto tuviera la desfachatez para honrar a mi árbol de variz; de dejar crecer las malas hierbas en un jardín de rosas. Y ante la insolencia una nube tuviera ganas de llover a mares.