Entradas

Mostrando entradas de noviembre, 2018

Pienso en ti

He llorado porque una parte un desconche. Te ama. Porque esa parte llora tu peso. La lengua enroscada. Tu cabello asfalto. Tu ojos de máscara. Y a veces no entiende la causa, de que a estas alturas de la vida. Hagamos el amor como bestias que cobijan las puertas del infierno. Contigo y sin ti. De carne y en el pensamiento. Lloro. Porque te sigo queriendo. Con la pesadumbre de las grullas que no son amadas por el estanque. Basta una palabra de poeta. Para que mis manos caven la tierra lo suficiente, para que del foso lata tu hermosura. Tal vez seamos hermanos de traumas. Y el incesto sobrevuele nuestras cabezas. O qué simplemente sea una sardina de zoo de tus variedades. He llorado, qué idiota. No me amas esa es la respuesta. Y cada vez que hacemos trinos con la desnudez. Un alambre cose mi pobre corazón

La tierra apaga al fuego

Sé que parezco un ciprés a tu vera, un árbol espeso con la sombra tan larga como un domingo laboral. Y que mi ímpetu asusta, nubarrones y tracas, a cualquier caballo sordo. En la cocina asientas la mirada con la réplica de las sillas para con tu humildad nogal decirme que mi voluntad corona el destino. Sé que convivir ( con mis ocho tentáculos, los ojos de araña, el pasado de orquesta y el zumbido de mis estorninos) no es fácil. Para un hombre de raíz café y manos palmeras de nido, por arropar en su seno la vela rajada. Del barco que manejas y el peso del colibrí de la decisión mundana. Yo te admiro. Soy yo, la que te admira, y te venera. Porque sostienes mis sueños, y haces que el verde brote de mi esperanza. Me he convertido en un Centauro. En ti, y apropiada te cobijo. Árbol alto hasta el satélite 2467-Z. Pero no olvides Amor, de vaso, y hombro. Qué no hay árbol que resista sin la tierra, mina de pez. Tú, Amor, eres el espacio de una raíz que te pertenec...

La puerta prohibida

El fuego cazo dentro de ti, porque eres una esquirla de cometa. Toda, el despliegue de tu herejía, ardiendo eterna, con cada grito y sección de tu carne. A veces piensan que las poetas volamos unidireccionales Nosotras que freímos croquetas cómo cosquistamos mundos. Sabemos del dolor aguado de la helada y del repudio en menesteres escritos. Retorcemos el mocho. Sacudimos la alfombra. Cogemos el metro. Y hay hasta quien dona sangre. Tenemos perros, gatos y peces. Hijos  e histerectomías. Las poetas que llevamos la genética del cruce entre el no poder y saber Que algunas trabajan el triple y cobran una mísera parte. Poetas detrás de gafas Y abanicos. En deportivas o en tacones que superan las pretensiones de vivir del arte. Somos tan sencillas, Y durante giros de noria tan injustamente obviadas. Qué también (aunque les pese y sonrían al estrechar nuestras manos). Sabemos orinar de pie.

Las falsas expectativas de la vida familiar

A veces uno del camino se va voluntariamente. Demasiada zarza acordeón. Y socavones que lastiman las rótulas. Te quedas coja, como una pata sin pico. Y prosigues esa especie de calvario hacia fuentes sin agua y árboles de frutos invisibles. En realidad, estás rotando sobre el eje de tu cuerpo, la columna ver te mal, de aplastar el reloj, subir hacia abajo, y un saco extra de improperios y muñecos sin ojos. En el mareo peregrinas. Pero, tú sigues feliz y contenta. Porque quien ha nacido con la melancolía en el infierno de las computadoras. No distingue a la calabaza de la piedra. Hasta que un día revientas contra el suelo. E inmóvil eres un seco. Un lánguido. Un alambre. Y voluntariamente aparcas tu corazón en batería. Y sales de la trayectoria que tiene todas las calles tapiadas. Abandonar la carcasa, explorar la quietud. No creer más que lo malo nos beneficia. Descansar. De los que no se cansan de hacer daño.

Poema dedicado a Carcigoma.

He sacado de los ojos tu desprecio. Extracción espinosa. Colmillo de PVC arrancado, en la inutilidad del felpudo en una tienda en venta. De la tarjeta SIM y un móvil de otra compañía. Porque sólo el que ha sido gen del destierro, con el cuerpo bajo las embestidas del agua helada, ha notado las vértebras convertidas en piezas de mecanismos. Traducción del idioma de los gatos. El frío de la noche. Ese frío negro e hiriente. De hilos traviesos. Que hace que sea visionaria. Quisiera que después de contarte el viento de sacar la basura, dejarás para el careo tu primer plano y leyeras con voz de ánade tus necedades palmípedas. No quiero la ropa vieja de tu recuerdo. Y con dos gotas de colirio, he visto mejor tu huella. De los que caminan de lado y sólo se unen al interés. Dejemos. Seamos. Himnos.

Monolidades

Tener los brazos más largos que las piernas. Así se supone que el corazón de carne ostenta en la idiosincrasia amatoria. Hay que anudar al máximo con los extremos, y andar lo suficiente para no alejarnos de la hoguera. Un orangután es nuestro corazón, de ojos prominentes y mandíbula abierta a la lluvia, al festejo, como una canaleta que recoge en las estaciones ferroviarias. Los avisos del zoo, que implica el mazo del devenir de nuestra monacal manera de latir. Monólogo, monolito, mono y mano. Un primate colgado de su rama, hoja de parra, bola de árbol navideño. Colgajo, pendiente de la oreja. Tan fácil de ser rasgado, de pillarse con las puertas automáticas. De ahogar. De amar demasiado. Y correr escaso. Qué extraña esta anarquía de nacer con la medida descompensada de poder retener con la memoria café, besos y llagas. Y nunca poder llegar al último libro del estante. Porque eres menuda. Y en tus brazos de monita caben montañas.

Cheque

Tú, de la mano a la espalda, como un tren recorriendo las vértebras. Entregado al musgo, a la tragedia del tirano sin cátedra. Estás a mi vera, cacho de ángel, hombre elefante de corazón malva. Hombre del amparo. De la cruz en el ruego, y de la calma sin blíster. Cuando me cuidas igual que el rocío sobre el azulejo. Y coges mi pena y la vistes de encaje. Mi hombre ratón, que con sus ojos mora los agujeros de la tapia que sostiene mi casa. El hombre puerta. El hombre ventana. El romero en el lavabo. Riel de todas las causas pendientes. Porque el amor no es la mejor pose de Playboy, ni los asaltos al vagón trece. Ni el torso depilado. Ni la cena de conchas vacías. Es que estés cerca en mi desventura, y cures la herida con lengua de gasa. Es tenerte cerca con la anestesia nublando aún mi mente. Y hallar tus trozos para asir la incertidumbre. No necesito un héroe. Tú, de la mano a la espalda. Recorriendo mi fe, el aullido de la salvación. Eso es amor y lo demás...

Baja de la moto Ricky

No me hagas elegir del bosque a un pájaro. Ni blandir el corazón para causar herida. Si mi cuerpo cicatriza con la noche la noche a trizas con el alba. Agravio, los justos, cómo la verdad en estandartes colgados de farolas, de balcones dentudos, de los cobardes que se esconden detrás de la pasividad inmóvil de un letrero urbano a las afueras. Del bosque, un trino, la hoja más perfecta, la línea del árbol. El caer alado de las sombras. Tú, en tu despiece, has hecho zanjas al tablero. Y has huido con la sirena coja de un remolque con su circo. La rareza de la acción provoca risa. En el bosque relleno de pájaros en sus cálices verdes. El daño gratuito. El pavo o la oca. Pero, no olvides, que para reptar uno aprende a volar con la nariz pegada al suelo. No te equivoques, la elección de hace tiempo estaba echada. Sobre un matojo. De más de mil pájaros estrellas. Caer y reirse del golpe.

El pez fuera del agua

Has visto alguna vez como un pez muere por su boca con el vaivén de sus branquias y el ojo clavo sin mar. Así siente el sexo tu partida de hipocampo atravesando mi tálamo, la corteza, el seto coral, la esponja de sal y vinagre. El recuerdo de los valles verdes y la inutilidad de la vida. Jugada a tragos en una partida de póker. El pez nauseabundo de esta infelicidad poética con el alga de tu boca dando aire a esta melodía de reloj de cuerda. Cuerpo a cuerpo en la batalla, acariciando las rosas de tu tez, pensando que tal vez nuestro error es el silencio. Para hablar de entregas a domicilio. Y bebernos las palabras. De galgos sin dueño en eclipses de sofá. Este delicioso olor a brea. La fornicación más absoluta en el jardín. Del ánima reencarnación del pez que muere por su boca. Y yo ya más pasos no doy. Y muero por tu boca. Más pasos y menos "espezranas". En devorarnos. En suplicarnos. Enteros y a escamas. De la profundidad ahogada. Despert...