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Mostrando entradas de junio, 2015

Yellow dreams

La tristeza tiene el color de la ictericia, (según León Felipe el amarillo es el de la bestia) y en el cielo se observa a la luna partida por una sierra eléctrica. Su otro pedazo habrá caído en un corral de gallinas y es picoteada en forma de cráteres acnéicos. La tristeza está en la cara de todas las hamburguesas y en su bostezo perenne, la arena movediza en el helado que nadie quiere derretido dentro de sus sarcófagos sin haber probado el pecado de la lengua y su gula. No voy a hablarte. Y por eso soy una llama de huevo. No voy a escribirte. Y por eso el submarino tiene brazos y piernas pesadas. No voy a rogarte. Y por eso ya pareció la última sumisión, un limón a punto de abortar. No voy. No. Es el canto de la guerrera de luz azafrán y escarmiento que miras de frente y ves meseta, páramo, folio. Soy más de lo que perfilas. Mis alas están resguardadas tras los hombros. ¿De qué color serán? ¿Blancas o negras? ¿Y en el centro de su médula habrá una cobra...

Carpas negras

I Ella se  m u e r e. II El Triángulo de las Bermudas con tres vértices felinos. III El cuadrilátero y ningún boxeador dentro. IV Cuando ella regurgita y noto su contracción desesperada, veo en su contorno el puma dormido de la selva. Ella se muere. Tal vez le queden unas pocas lunas en su noche,   jamás meses en el ojo de gato, que se  niega a admitir la ley del desahucio de la existencia. Luego, después del vómito tartamudo se abandona sobre mi colcha y moviendo la cola  dibuja el cuadrilátero y ningún boxeador dentro Se muere y ella no lo sabe. O quizás sí. El misterio de los seres vivos y las fatalidades urbanas. Cuando desfallece y expulsa la comida, me convierto en una niña de cuatro años. Revivo a mi padre en su lecho de muerte. sin la detención del vómito, nudo continuo de garganta, que ya no hablaba. Con la gente lila que de un lado para otro  preparando la ropa de luto. Su cuerpo sin vig...

Red danger wolf

I Puedo empezar al estilo Forrest Gump y decir que mi madre que sabe mucho, eligió el mismo disfraz durante tres años consecutivos para este avispero de poeta. -Tú, María te callas y te vestimos de caperucita roja. Y allí me plantaron dos rodales bermellones en los papos, y una capa que yo quería que volara, pues, deseaba ser una heroína espacial y esa capucha, meterme la cabeza en un saco. Con un cestita sin víveres me abandonaron en el bosque y me las apañé como pude, el leñador era un repelente talador de árboles. -Oye, que haces diezmando la población conífera, con esa camisa de paño a treinta grados; no crees que un desodorante lo agradecería el ecosistema. Y ese hombre con la misma cara que tienen todos los chicos de los dibujos Disney se puso color tomate, como mi sayo sin espada. Pronto llegaría el aullido, señal inequívoca del lobo estepario, tanta fama de chico malo y en el fondo es colchón mullido, relleno de cordero, ven bobito, lo que necesi...

No me lo tengas en cuenta.

                                                                                                                                       Según lo planeado. Diálogo surrealista de Quevedo a Góngora. Igual que un planeador de vuelo que anida en la torre del controlador; se cree todo y hasta tira de la consonante lo suficiente para hacer alambres de tenias solitarias en tripa. Acaso sabe el momento exacto operativo que la nube se desintegra. Cual de las larvas resucitará en el tronco, y qué semilla del campo brotará en hierbajo o en tisana. Es el procreador de la ruta, según la armónica. La verdad de Hipócritas del ciego que pedía queso...

Matices de pluma y cuero.

Cuando se escribe sin ganas, acaso, usted no siente el beso sin lengua, una boca sobre papiro menos que el picoteo del pájaro ante la miga, no predecir que en lo relatado con grima o sin converso, está un cuerpo que ama sin ganas, un barítono saliendo del tocadiscos, todas las voces lloviendo dentro de la aparatología sistemática que te dicen: el saldo del banco, el total de una compra, el importe del parking, la puerta de embarque del próximo vuelo. No arda en papel mojado que escribir por escribir sin sentir, en demasiada frecuencia, nos vacía. Tal vez, debamos aguardar la espera, un tío vivo de arroces de novios, hacer un poema con tiempo, besar con lengua, amar con barritas energéticas hasta que el ayuna-miento desconecte la luz de las farolas de la ciudad. No crees, qué vas a venir colibrí como siempre, sobre mi poema. Vas a volver. Porque aquí...

Insuficiencia cardíaca.

Las luces de los guateques son lustrosas, pero, si tú no yaces bajo ellas, estoy en el apagón de una escalera de incendios. La rosaleda que crece estampada en el vestido, sin agua se seca cortada. Para qué quiero fucsia. Para qué quiero cuchillo. Dime, para qué si el sílex de tu lengua  rasga las bolsas de plástico. Tu demora hace que una silla esté vacía, el amianto ya no protege del helor, del espejo que me devuelve a la concubina. Dime, para qué. De qué utilidad poseer el carné de identidad de los viandantes, si tu boca no resbala en mi carmín,  y te llamo a cada verso que prodigo y tú no vienes, nunca a rescatarme detrás del portal del karma, de la cal, polizonte de tu branquia, siempre separados por las apariencias, siempre, a solas con todos los electrodomésticos del mundo.

La cuenta atrás.

Nunca es la parte baja de nuestras cervicales, sostén del seno frontal, coraza impermeable para los sin sabores de la vida; emprender el camino lineal topando  con la belleza triangular de una luna  vértice con Venus y una estrella. Puedo ir hacia atrás como los cangrejos, para recordar cada uno de los cielos que he habitado. O botar rana demente ensortijada de verdes ampollas, las esmeraldas de las mordeduras de zapato. Pero, eso sí, jamás parada. Nunca parada, si al caso de trenes, de despedir batracios  que se alimentan de la bondad volátil, el aspersor de las sonrisas saludando con los dedos de sus genitales y una noche refrescada por todos los aires acondicionados que tuberculosos suelta su aliento a la calle Me miran. Me saludan. Me espían. ¿Quién sabe hacía dónde?

Violonchelo.

Te han arrastrado lo suficiente por el pasillo que conducía al cuarto levante, con la quilla arañando el suelo en un grito de corchea. Te han arrodillado frente al patíbulo con el clamor encendido de la jauría, corsé de apretada moral del incendio cuando los ojos se llenan de agua, en terrestre conjuntiva; y una nuca bajo el terror de la bañera, el pico del metal en el cuello y las piernas mojándose de orina.

21 de junio.

Queridas hijas, María y Luisa Ana: He de confesaros que sois portadoras del gen de la locura, pero, no la del desequilibrio, ni siquiera la de la camisa de fuerza. Es peor aún, lleváis el estigma de la poesía, que como una culebra se adhiere en los ovarios. Renegaréis de ella, pero cuando al cielo las tardes de viento contempléis, veréis manadas de elefantes en busca de vuestro tesoro celta con forma lunar. Tenéis en vuestra ralea esta mancha druida de nacimiento que bordará páginas, que hará que leáis libros a escondidas de vuestras parejas, y padre. No os gustará ser esclavas. Escribiréis de madrugada y se apoderará de vosotras el duende Lorquiano. E igual que la alfabeta hemofilia pasará de generación verbal a vista, a vosotras que ya podéis ser madres, atentas la fuente será mar, y el mar será continente. Lo siento mucho hijas mías, os he maldecido con la ausencia, pero libertarias de mi néctar, mamada de pecho, sigo latiendo umbilical parida de vi...

Le llamaban Allen.

Delante de la cafetería estaba estandarte mirando como él le ensortijaba el cabello en caracolas marinas; ante la imagen cinética y muda reencarnada en farola viendo la dulzura más sacarina de la repostería mundial. Y empezó a diluviar. Mi chubasquero era un vestido de flores ahogadas, con mi maquillaje diluyéndose como el té negro en agua hirviendo. Del cielo caían sacos de agua, avena líquida que iba llenando mi foso como una bolsa para el dolor de tripa. Él la acariciaba. Y muda frente al televisor no podía hacer nada. Ya había llorado lo suficiente en poemas, y con el calzado yunque caminé riachuelo hacia la casa,  mi morada lila de malvasía; y dejé atrás las luces focales de un bar de dos personas que amaban y una jardinera fue el pretexto de un concejal para homenajear mi retirada, en un charco de trozos míos  y de los besos usados a escondidas sin luz.

Quo vadis

Ni de casualidad pera voy a pedir que te quedes, acaso metería una cometa en un cajón, si hasta los cordones de mis zapatillas me cuestan atar. No, no voy a implorar,  lo que no debe ser, lo que no puede ser, enloquecida la apología exultante, para, no, sigue..., pararrayos; que crezcan árboles en balcones estrechos, que se atasquen las lavadoras  por la arena de la playa. No, no voy a rogarte que te quedes, simple llana ave, anárquica sencilla razón estuario porque te amo. Y los truenos no se envasan al vacío, ni el Nilo yace en charcos de algas , anárquica sencilla sazón es tu río y se aleja paulatino con el verde con verde manzana de anhelos y yo soy dichosa con tu despegue porque te amo.

Hierba de la gracia en su losa.

Eligió mal día  para su partida Christopher porque en junio,  nadie debe morir, si al caso que los trenes de alta velocidad se retrasen por la meteorología y que los amantes festejen embriagados  con la flor de la verbena. En este mes los coches maduran en  rojos metalizados, y los tenderetes de aceras reclaman a los ojos con su fruta llamarada. Pero los vampiros  son inmortales, igual que el verso murciélago a colmillo sobre la blancura del folio; así que valiente le perdono que haya fallecido  en el mes  del anti -aniversario de boda, de cumpleaños y santos y aquelarres y lluvias de sémola; le indulto con la hierba gracia y le dejo que esta noche entre tules  con la mirada turbia muerda mi cuello poéticamente.

Sin título.

Hoy me he dado cuenta, que me sigue queriendo a pesar de lo que hice. Que como un pájaro siempre vuelve para revisar que nada ya sigue en su sitio. Que perdí algo valioso que busqué donde no estaba, y sabe que le digo, que gracias por venir de vez en cuando como un pájaro vigía de junio tras los albaricoques ya sin ramas,  gracias por perdonarme.

Beata lágrima de Baco.

Recuerdo el habitáculo con tonos azulados en un aquelarre de suelo, esquinas y pasadores brillantes; y a las niñas sentadas sobre un banco de madera, sin respaldo. Ahora todo el color era nogal y un barniz seco envolvía las pieles enceradas. La monja abría una cortina: -La siguiente. Era mi turno, en esa encrucijada de olor a desinfectante y algodones obesos. Me reclinaba como en un sacrificio de Pascua, y empezaba a cantar mientras la aguja pinchaba vía intramuscular las desgracias que me aguardaban lobas tras la verja. Las religiosas, quisieron hablar con mi madre, y previa sesión de espiritismo le confirmaron que tenía el don: El problema es que mi madre nunca acudió a la cita. Y yo de camino a casa. en la solitaria infancia de estaño, siempre tuve al demonio acechando.

Infancia.

Y cuando llegó la noche por fin, pude llorar. II De niña cuando tenía miedo cantaba. III Tal vez las sirenas de hábito negro fueron en un alto porcentaje, las causantes de mis calamidades, ellas siempre decían que el dolor glorificaba, nos engrandecía elevando el espíritu; y que el camino de la salvación con flagelada penitencia era bueno, y el no practicar el sacrificio: malo. El cielo y el infierno. El sonreír a pesar de llevar heridas en los zapatos, la consagración del último baile.

Pentagramas.

Este tenedor de caña y ligamentos de la necesidad de la cuchara sopera, cúpula con la cucharilla de postre, amándole con el desorden de los cuerpos de las sílabas, creadores de cuchillos poe-tas, al unísono credo de la alacena fangosa que sorprende toda la cubertería. M-átame pues...en su servilletero que una doblada medita sobre mesa y atiende a la súplica del comensal  en la lujuria que estuvo en barbecho. Y empieza la escalada, el parámetro de quién escribirá el mejor verso entre humedades, con los músculos en flores abiertas, con su sexo enganche remolque del mío, de la fresa madura sobre trigo en trufas perforadas por gusanos, amebas dentro de cubetas en amo, en la ama, lame, malo, lomo, mola la piedra que ejecuta su esfera, la ida concuerda de la vuelta de cada estribo, regla y cartabón sobre lámina de cannabis que es su lengua cetro; perfora mis adentros cual mina de lápiz que soy suya, aunque le traiga la ira y caiga cada gajo de naranja en forma...

Sin labor arrendada.

Al abrir la compuerta del embalse las ruinas quedaron al descubierto de un trabajo sumergido por el capital. Mueble anorexia sin mercancía, desmembrados por la sierra que infectó de una humareda con sabor a plomo nuestro aliento, que carraspeaba la impotencia; yo quería llorar, pero no podía, mientras se desmontaban las estanterías  y las esquirlas de fuego fundían cada una de las vivencias de los compañeros que fueron por el naufragio pequeñas firmas de destierros laborales. Años soportamos la presión neumática de una lancha (que nos linchaba) en noches que llegaban postradas en una cama sin sonrisa. Ahora. ¿Qué queda? De la maleza comercial, del obrero explotado, cual volcán de "merde". Cuando el trabajo falta, de qué sirve el amor sin amor, de dónde proceden las ratas y el futuro presente en fracturas con I.R.P.F. y un descanse en paz. Horas de incertidumbre, y un pato en mi pecho que aleteaba nasal. Sin trabajo, a dónde van las almas,...

Amando a distancia.

Te amo sin condiciones ni letra pequeña, last minute de minuta, minutera. No necesito hablar, las palabras tosen dentro de cada tubo de escape, pues, no somos los códigos de barras de los envases leídos por el láser. Te amo y no quiero amarte, quiero lijar cada momento y que desvanezca la vaina que crecía dentro de mi tierra. Pero, también me amo  como ser de agua que sostiene aves y pequeñas flores de cera, me amo con la paciencia del azúcar que mira al café desde la balda, el amar a la fauna, al dintel que sostiene la chaqueta, esa amarilla que uso los días de la tristeza, del hierro al fuego, que calienta esa masa compacta del hambre, porque yo no sé ser otra cosa que poeta, no sé ser otro forma que latido, sangre y decadencia para un día perecer extrema, a esa locura de mar la vida,  el cosmos, y ser un polvo carbonizado entre cabellos de niños que juegan con piedras. Te amo, amo y que error cometió la herencia invernal si esto se diluye ge...

El cuento de las dos maletas negras.

El viajante depositó las dos maletas frente a la verja verde. Y con el paso de un predicador con gastroenteritis se alejó a través de los geranios de plástico y unas moscas veteranas al vuelo. Por eso al ver un bulto que se escurría después de haber accionado acaloradamente el timbre, me hallé  frente a la alopecia de dos equipajes negros; y una pequeña carta de excusas: -Ahora vuelvo, ponía la misiva. Las arrastré como pude, y las coloqué en el centro de mi universo. Y el ahora: fueron días, y el vuelvo: revólver. De su interior pequeños ruidos se percibían, y estaba temerosa,  por si hubiese algún ser malherido o la soberbia. Mi curiosidad no aguantó la presión abriendo, temblorosa como la gelatina, las cremalleras de dichos objetos. Pero, cual , fue mi asombro dentro habían  tebeos con anotaciones en sus esquinas, serpentinas de olor a naranja, una foto sin gente, trabada a un pequeño broche con forma de ...

Drakkars y snekars.

I El amor, esa marca de bragas que inventaron los franceses, el habitante en los mandos de los coches para abrir las puertas y emprender el camino. Oh, sí. El amor. II He de decir que en esta descabellada contienda que muero como la ortiga apretada en puño, que al amanecer real de su ostentoso armamento, caen todas las ciudades que habitan dentro de mis carnes, morada azucena de su monte abierto, el recto sexo que engarza a la grulla,  al flamenco y a la cigüeña. Triángulo almanaque en que ya no opongo la resistencia urticaria de lo que cura, mata... Acaso no ve su señoría, que vasalla le pongo los zapatos a su libertad de soga, que diluir la retina no olvidará el olor de los sexos. Pájaro migratorio, pájaro migratorio y el pájaro, exiliada cuña de condescendencia. Trío avícola. Porque cuando usted me folla en su amago de libélula siento todas las espigas del heno meciéndose en cordilleras que aún no han sido taladas. La pupila dila...

Crag.

Me despreocupa su severidad con una hermana de Saturno. Porque él era Saturno con tantos anillos como mujeres. De impaciencia azul klein sobre los bolsos de piel avestruz. Pero, la polilla de mi raza es obstinada amazona, choca mil veces contra la bombilla  hasta romper el cristal, y superviviente liba el estambre, de la flor eléctrica.

A beilar.

Noto la ligereza, de una mahonesa. Sí, sé que su crisálida, la cual, residía palatal en los recovecos de las caderas ha sido expulsada. Tal vez de dormida, tosí más de la cuenta, y como un proyectil se despidió por una lente de la ventana. Me muevo sonajero y no escucho nada. Los huesos rotos por sus palabras soldados han desertado. Ya no te quiero canoa. Te quiero remo. ¡Ya no hay música!

La tortuga ninja.

Y en el bosque hay una apuesta escrita en la copa de los domingueros. Se mofa de la tortuga porque es lenta. Pobre, lleva la carga cruel del pasado en su caparazón y tiene tantos años que duerme en cada pino impar. Usted que brinca liebre siempre sonriente, la que no contrataron en el casting de Alicia en el pías de maravilla. Tortuga soy ca ma león i ca  en los andares. Conejo lozano, tu pata es de fortuna y confiado tarareas en cada concha hembra. No subestime al galápago del cuento. A fin de cuentas siempre venceré al olvido.

La revelación running.

Una carrera de relevo. Cuando le tocó a usted, clarinete, alivié sus pies cansados, hidraté con mis manos sus dudas y curé el camino de las heridas baches. Una carrera de relevo. Y con mi turno afronté la peor parte de la montaña, me había llenado de piedras la boca; y la cantimplora seca no cantaba con las ranas dormidas en su recorrido. Esto es una carrera de relevo y no ha jugado limpio.

Cetus.

Se ha empeñado en echar a la buena estrella. Ahora, que ya no le deseo para corcel de mi Barbie. Las muecas estrafalarias. Las bienvenidas al carromato al pasar el platillo, cada vez que hubiese levantado el peso de la luna. Pero, usted no quiere  a la suerte pelirroja. Se encierra en su traje de escopeta. Y yo me marcho a iluminar a otros cedros.

Lunes.

En un arrebato, tomé el rotulador rojo y emprendí a latigazos el desmoronamiento de nuestra amistad. La amistad no tiene el por qué de los mismos colores complementarios, ni la afiliación política de que tú seas del Espadán y yo del Mediterráneo. Ya iba por mi segunda fechoría, y alardear en una sábana blanca mis memeces no fue del todo correcto, y aún así, aunque te haya costado tres meses, ni te imaginas la alegría que supuso verte en aquel banco sentado, como si en una acto casual, tu rodilla hubiese emitido un dolor de corazón y tu cuerpo acabara delante de la puerta de mi trabajo. No sé cuanto tiempo, estuviste y las veces que pensaste en retroceder, en esa observación meteórica de mis zapatillas descordadas. Sólo comentarte que fue tan brutal la impresión de tu retorno que cuando nos abrazamos, tu tórax ahogó los pechos de las veces que he sido cruel contigo y tú te hartaste. Que suscribo, aunque sea lunes, aunque te gusten los perros, y a mí, los...