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Mostrando entradas de agosto, 2018

La disolución

Y si existiera una solución a todos los problemas. Agazapada mirando de reojo. Los desagües trompetas y la lentitud de las palomas con el código de seguridad para abrir la cripta. Caja registradora de momentos tránsfugas del día que amamos y perece. De la música transistor en nuestra azotea. Poner un poco de yodo. Aplicar la gasa resuelta. Y soplar según los remedios. Una solución a partes iguales diluida en un vaso para besarle el rostro tan suave como el trasero de una mula. Que de lado observa. La verdad coja que nos patea.

Roma arde bajo los focos

Tiemblas al acecho de lo innombrable y ciernes sobre tu pelo la delgada corona de la victoria. Dócil el laurel que bajo el peso de un montacargas "riegaluvión" las preguntas y las respuestas. Un poco de paz y dos hielos. El sumidero de las lamentaciones exhortando todo lo que somos: Cáliz borracho. De vello púbico. De costra claustrofóbica. Morir de amor fue la razón. De moteada sal dentro de un vaso de vino. Resucitar. Y morir cada instante en que la voz peregrina se instala. Igual que un neón donde guardamos los extranjeros los hilos para pescar las penas. Y no ser nada dentro del musgo. Y saber que empezaste a morir el día del abandono. Y llorar. Un velo a base de gárgaras. Con el olor del vodka, crecen las flores. Con olor y un poema caníbal alimentado de palabras. Tengo miedo.

Vostalgia

Necia soy por pensar. Que las cuerdas vocales de mi boca no echarían cabos para tu regreso. La añoranza que se rasca el cogote mirando la puerta por la que no regresa nadie. Del caldo de tu cuerpo. Y la espesura barba que como una arboleda esconde la voz soporífera de tu ausencia. Y el ánimo a que los nudos se aprieten. Para cerciorarse de la fórmula atómica de que la naturaleza nos unió por algo. Que yo no preciso de casorios ni morar el mismo techo. Compartir un libro puede ser nuestra verdadera declaración de amor. Envuelve cuanto antes que te extraño con cada una de tus púas.

Relativos

Quejica el clavo que sostiene a la madera de la cual cuatro patas ejercen el rol de columna, sobre ellas: un poeta desastroso lucidez con la moratoria de su cabeza. Si hablamos del amor somos como la imitación del Nescafé. Si hablamos de guerrilla parecemos portavoces de canales de pago. Y más que hablar escribimos cada uno en un pie de lámparas de nuestra sombra al techo. Y encima un sofá y dos muebles reiterados hasta la azotea. Y un par de nubes y un sol. Saliendo recto de la atmósfera hasta la galaxia.

Poema bonito para Anne

Entiendo a la mujer al abrigo materno con un vaso a los abismos. Se fue. Pero aprendimos del Sexton mandamiento. De lo que siempre intentan limpiar con gasas. La fuente roja que nos une a los animales. Y nos hace más fuertes. Y nos hace más bellas. Y nos hace más personas. Con nuestras amputaciones. La prohibida palabra.

Sucia

Los poetas deberían tener finales poéticos. Después de arar el diccionario durante la clonación. De los significados. Moscas sin miel de una artillería de huesos las emociones mineras de recorrer el bosque. Salvar al renacuajo. Indultar al árbol del fuego.

Salvoconducto

No concibo la vida de otra forma que no sea mediante la voz renal de mi cerebro. Llora a partes iguales. El azúcar y la sal de un buen guiso.

Mácula

Qué valor tienen las mujeres. Qué huerto es el que tiene el árbol para el ahorcado. En Argentina la mujer debe parir bajo la condición de las bestias. Tal vez no fue tan buena idea papal mezclar el fútbol con la botella en una madrugada que quizás se ha abierto una brecha mayor a la desigualdad de los que tienen divisas o se desangran en un cuarto de baño. El problema de la mujer es secundario. El dinero es la absolución. Recuerdo mi cuerpo tullido, manzana trinchada de eco, con compresas gordas entre mis piernas. Estaba sentada en una silla de playa. En un habitáculo tapado con una cortina de ducha. No sé cómo pude sobrevivir a esa guerra.

Un azul luza nu.

Tú qué sabes de mi dolor, de la jurisprudencia que regula al latido. A mi angustia sanguínea intentando devorarme sin anestesia. A la risa entraña cuando estoy nerviosa que me da por carc-ajada en vez de obituario. Tú qué sabes de luchar no contra el mundo sino con uno mismo. Guarecer a la fiera. Ser un cuadrado nacido en la familia de los círculos. Una letra en el bloc de matemáticas. Un aullido en la boca de un gato. De estas ganas de mandarlo todo a la mierda. Todo. Y dejar de buscar un asiento a mi mal culo. Buscar hueco en la foto. Aceptar que tú eres una luciérnaga de vacaciones. La risa es lo que me queda. En este cementerio de hostilidad.

Temporada de fruta

Cuando el aire revuelto se bebe el verano y tintinean las hojas, el pájaro calla atónito a la meteorología. Los grillos tragan sus lenguas en sótanos estrellados de insectos. Y la humanidad se encierra al alivio del espejismo de la borrasca que etílica se equivoca de hemisferio. Parece que esta noche el sueño será gentil con los pobres del puente. El mar revela fotogramas. Y ladra un medio perro desde una terraza de mármol y palmeras de plástico. Es inherente. La calma que hipócrita ha traído la lluvia tacaña de dar vida a los rosales. Como si alguien no llorara una herida. Como si la herida no fuese alguien.

Postura.

Te quedas pequeña abriendo con pausa las puertas de los armarios. Miras a la pereza de la ropa, las perchas deformes, el silencio oscilante de la entramada luz que viene de espaldas. Y el color vira gris, vira andracita. De cara a las elecciones difíciles. El río siempre sabe su camino, pulga sin boca, dentro de la depredación.

La imperiosa e incorregible necesidad de escribir.

El portavoz de la palabra. Prensa de sótano que bucea hacia el foco igual que un cefalópodo de carne y hueso. Aunque los poetas, en época de cría, ostentamos jibia. Ni siquiera en época vacacional hibernamos. Mudanza de tez escribientes de sombrillas playeras en la pausa lectora de dos tomos. Porque somos chulos tan que los libros nos parecen livianos. Y los cogemos a pares. Hasta en el ambulatorio, pendientes de la cura de una medusa adherida a la tibia contamos sílabas; y el pareado picante brota de nuestro sufrimiento edema. Y es que el poeta no para de caer. No descansa. Es imposible la pasividad en el estío. Como un pájaro carpintero encima de una cómoda. Pica, pica, pica para gusto de los colores recitando bajo los olivos a cuarenta con la fe de los que odian a la poesía y por eso la premian. Con mi jibia a cuestas y todos los libros que me quedan por leer.

Bula papel

Pido disculpas por mi modo de desalmar las cosas. Por la mirada perdida en un bazar de Arizona con la puerta del frigorífico abierta a una dimensión ignorante. Y tu voz réplica zarandeando al espacio-tiempo con la garra huraña y mi cuerpo entre la cocina con vistas al vecindario y unas parrillas que blancas despiden la frialdad de un electrodo. Disculpas por mi alarmante, la colocación inoportuna. El abrazo no resuelto de la niñez. Y toda la artillería que los idos hacemos acopio. Barrer el trauma hasta acumular un monte. Por la habitabilidad de mis fobias. Y el goce cangrejo de ir de un lugar a otro. Pero, pienso, con aguja y vinagre. Qué el amor de las piedras más negras. Es el más preciado. Porque amar también se aprende. Y en la vacante tuve que leer de los libros. Así que te entrego este carbón. Qué contiene la honestidad más pura. Mi diamante creció del desgaste. Y en mis dedos existen cortes extranjeros igual que una puerta reabierta entre...

Una silla

Si hay una silla para dividir, y una calla jazmín por las cloacas. De ver tras el cristal la resignación que te mira, cuando en realidad tú quieres romper las señales del tráfico. Qué el semáforo se quiebre. Y poder ir de donde te repudiaron por la ley de los ángeles del limo. Abrazar y no beber de este brebaje. Y mover las agujas del reloj. Para arribar a la hora en que el volcán hizo de su lava un muro. Tener el zafiro de una piedra de una horda que presume de verdad. Y sólo hurgo en el silencio. Para comprender lo que está en otro idioma. Y tirar la silla por la ventana. Del recorrido del páncreas y mi pesadumbre.

Palomitos

Mi casa tiene muchas habitaciones. Y en una de ellas guarece tu madre derrotada. Hace ya mucho tiempo que no existe. Es un compendio de fármacos y locura. Y me quedo sola en la carretera. En ese maldito sueño en que me abandonas. Hace tiempo que la corrosión es saliva de tu lengua. Y estos brazos adolecen de remar contra las palmeras. Yo, ya no puedo sostener lo que odia a la vida. Mi casa tiene muchas habitaciones. Y en ninguna hallaré la paz.

Fuerza radical

Llegas con las flores frescas de tu pecho en la posible cavidad que tu presencia disponga. Con las extremidades de tus hojas y la espalda a un tallo de la rendición. Te marchitas, cabizbaja. Dentro del agua de tus pies en remojo. Óxido de cuerpo. Que vas encogiendo en el trastero que sobrelleva tu pena en la sequía, del te vas de palabras. Porque regresarás como la flor nueva del árbol. Aunque los pájaros. Aunque los pájaros. Te picoteen sin piedad.