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Mostrando entradas de febrero, 2019

El vicio

Saluda a los transeúntes y dispone con criterio el paso, la ironía y las zancadas. Desde la lejanía el mundo, los vídeos, las formas. El estanque. que parece moteado de naranja pez con la burbuja, la pausa, la esfera. De grillos con corbata. De pozos sin cubo. De pisos en verano. Con la peculiaridad, el peón, la hilaridad de viajar de un lugar a otro. Pekín a tiro de gravilla. California a dos saltos. Jaén en zigzag y en segunda con el coche. De profano y credo. Ser un lector adicto a la tinta a través del ojo-cometa. Leer, leer, leer. Y que en esta hucha salga vencedor el cerdito o el libro.

La excusa menuda del amor

Querer como los árboles se aman, machado de hojas, cuando el tronco se inclina y la espalda ejerce de palanca. Y nos abrimos en orificios de cavernas para el hogar de los pájaros. Ocultando con el cuerpo la luz del descubrimiento topo de los días que son loterías urbanas de menús a siete euros, de cansancio hervido en plato. Los árboles amantes, mientras los autobuses frenan frente el semáforo ámbar de un zoom. Con el cielo color de Google. Y el verde plástico, pretensión de césped. Vamos a querer como se aman los árboles, machado de hojas, cerca del bosque. De raíces para afuera. Sin la necesidad del fruto. Cobijo de pájaros y silencio.

Amor, amor de Lolita

Siento este amor de poso de café y anís que culebra por el corazón. De oír, y desgranar el árbol que sostiene el fruto del deseo de la selva nocturna. León que de vida rebosa los ríos. Diga que vendrá a protegerme en sueños. Y al oído cantará el rocío de las estaciones que vivimos. Las palabras que jamás pronunciaremos. León. El rugido delata. Y gacelas corren por dentro del estómago. La corriente de agua. Su sombra.

Dickinson

Puedo en la noche disfrazar al poema. Y farfullar de lo que coexiste detrás del cemento y de las turbinas. La abeja sin alas. La correspondencia eléctrica. Y una estación correlativa a otra estación. Subir peldaños en vez de laderas. Y meter con una canícula el verde-azul por el decreto  del abandono. El colibrí vuela en píxeles.

Con frío y ojeras

Esta manía de poner costes a la existencia. De abarcar las pistas. De la nieve. De los ojos en caída libre desde la torre. De tu forma de perforar el papel. Y de hacer agujeros a las branquias. De disimular la vista hacia lo efímero. La impostura de la felicidad que sigue salpicando la taza del retrete. De mirar lo que no es tuyo. De santificar a la mierda de lo que fue, y fue, y no fue. Y una que de boba sabe oler lo muerto. Empecinada sigue rodando por las escaleras. Yo no soy tu sueño. Soy amargura. Herida al cubo. Taladrada e insolente. De verdad pura e impura. Alta y baja. Coja y veloz. No soy, la estampa. La virginal perfección de lo inalcanzable. La estatua. Sangría mensual. Toso y mis niñas lucen las legañas del insomnio. Soy la carne que del alma salió. Y se pudre. Y envejece. Y coge un espejo y envía señales de luz a tu cretina ceguera. Qué cree que la perfección existe en la mala gana. Enfermo, canto y río. Soy una mujer, un invidente poe...

Pezucio

Aún recuerdo el golpe. Del coche la frenada posterior. Y tu preocupación por la carrocería. La cual se había convertido en un molde del animal que había sido atropellado. A lo mejor la ceguera de la ruta. La fatiga, la música melosa, la inoportuna presencia de un ser vivo. El improperio cruzando la carretera. Y un cervatillo desposeído de vitalidad en agonía manchando los ojos. Sólo interesa el tiempo perdido, las náuseas al contemplar el destripamiento. El ruido de la existencia que se larga como un leño roto. El traje tatuado, la voz cortante. El deshecho de la velocidad. Y yo metida en una gasa. No te das cuenta. No percibes al animal herido. Está frente a tus narices. Se desangra. Lame, respira mal. El ahogo es inequívoco. Del atropello constante de las prioridades. Tirita de frío, le han quitado la manta. de inherente poeta. Con demasiados anzuelos en el corazón. Y un coche con el motor sucio  que te ha sacado de la órbita.

El golpe

Aún recuerdo el golpe. Del coche la frenada posterior. Y tu preocupación por la carrocería. La cual se había convertido en un molde del animal que había sido atropellado. A lo mejor la ceguera de la ruta. La fatiga, la música melosa, la inoportuna presencia de un ser vivo. El improperio cruzando la carretera. Y un cervatillo desposeído de vitalidad en agonía manchando los ojos. Sólo interesa el tiempo perdido, las náuseas al contemplar el destripamiento. El ruido de la existencia que se larga como un leño roto. El traje tatuado, la voz cortante. El deshecho de la velocidad. Y yo metida en una gasa. No te das cuenta. No percibes al animal herido. Está frente a tus narices. Se desangra. Lame, respira mal. El ahogo es inequívoco. Del atropello constante de las prioridades. Tirita de frío, le han quitado la manta. de inherente poeta. Con demasiados anzuelos en el corazón. Y un coche con el motor sucio  que te ha sacado de la órbita.

El estigma de las ratas

Cuando yo nací poeta nadie ejercía tal pleitesía con catorce infiernos y un grano cerca de la comisura de la boca. Sin títulos nobiliarios ni posesiones, sólo una llama cercaba la alimaña verde la hoja muerta dentro del libro la gravitación espacial de hablar en silencios Era poeta de chapa de vestigio de puerta de inodoro y de la botella de anís, bebida a hurtadillas en un salón abominable con la idea absurda de que el verdadero poeta es el leproso, el tarado, la córnea masacrada el delito no resuelto la mancha menstrual en una inocentada candente. Engreída pensabas que la poesía no conducía un coche de alta gama. Y te quedas quieta. Viendo como los supermercados la envasan al vacío. Y miras tus manos moteadas de culpa. Al menos antes del después. Cuando yo era y no era. De más fe había. Ahora, no importa. Hace demasiado frío para que seque la ropa.

Colchón de espuma

Eres la concha. El estuario de la escama. Mi gran amor. La tabla, el corcho, la diminuta mota de sal. Que barrida una a una son restos, dermatitis de sirena. De pescado cabotaje. De torso con pensamiento. Me refugio en ti para abrochar en cada puerto el dolor que nos da la vida. Esas redes que te atrapan igual que las botellas de plástico en la matriz cutánea. Porque tu calor ensombrece la penalidad. Y hace huecos de roca. Donde puedo en ti sostener el brío, la ira, el cansancio, la locura muda del descontrol de arrancar a la palabra la espina. A la espina su palabra. Eriza, pulpa, estrello. Y nadar desmembrada en este amasijo de mujer pez. De uña. De boca. De secano. Y alar sobre tu cuerpo el calor que grita. Y me lleva al mar para seguir la encarnizada lucha. Qué nos ha tocado por océano. Mi amor, la concha, el reposo.

La reina es coja.

Cuando perdí la pierna izquierda. El desnivel fue evidente. A pesar, de los esfuerzos a adaptar cacharros que pudieran sustituir dicho extremo. El bastón no logró cumplir las expectativas. Coja, jodidamente coja. Con desnivel. Un gallo. La curva. El deseo de ir y no poder llegar. Ya que una pierna izquierda es muy importante. Te sientes desamparada con un pie, como un botón en el piso de una feria. Y te puedes poner delante del espejo. Y hasta dibujar una pierna izquierda con colores y la cicatriz de la rodilla. Pero, no vas a ningún andén. Siempre el traqueteo de tu cojera impide oír la música. Un poeta sin su pierna izquierda. Escribe descompasado. Paso y golpe. Peso y estaca. Contra el suelo. Luz-traga de la gente. Llana-ave del cacareo de los gatos. Porque en ella está el corazón sin bolsillos.

Molinos de bolas

El viento, repartidor de genes. Malogrado cantautor que ejerce la voluntad del destierra y alza. Levantando el polvorín hasta la extenuación de las casas volantes. Los paños, las puertas de hierro. La ráfaga entre la calle trece y el dispensador de paracetamol. El runrún de soltar sus clavos para ser cometa. Y vivir igual que una hoja de madre. Arrancada. Y sin dirección conocida De una calle a la rotonda. Trémula detrás del ruido.

Amargura

No distingue la noche del día tu garganta. Pájaro nocturno que tronco mora la viscosidad del hermetismo. De tanta palabra envolvente a la corteza de estas manos que quietas parecen alambres de un país asaltando a otro país sin timbre. Rebasar la tiza, la hendidura. Cavar el muro para que de sus raíces los alucinógenos proliferen. En este vivaracho ojo de cuervo. De cámara en la pantalla digital. De nido abierto en cada brecha de animales, domésticos saltimbanquis, con el permiso de los náufragos. En la madera. Reclutando cada palo, vara y spider Para llegar desde el dolor. Y ser árbol paraguas de seres que agrietan desde el cemento de las casas hasta la arruga lombriz que surca esta piel fachada. Pájaro nocturno. Para desaparecer a la luz.. Del anhídrido. De los pesticidas.

Frenesí

He cerrado los ojos, y en ese instante sé que en un lugar del mundo. Los amantes reptan con la cadencia del vuelo de las ánades, con la piel desjarretada por el deseo. Mientras, los metros aceleran su curso. Y las luces van abriendo sus fauces absorbiendo cada gramo  de ida. El torso, calle sin retorno, cercado de la marea con la eclosión de los insectos en la fruta picada. Las inclemencias de los cuerpos en un vestir y herir de ojos. La boca con el mordisco de cada especia. El salitre venenoso de la miel sintética de la fe. Dos correcciones poéticas leídas por un par de hambrientos y el error de la canela en la comisura.. Haciendo el sacrificio en horas muertas.

Cosa de Cela-ya

La hemos recargado tanto que sin objetivos es un arma con empacho balístico. Quizás seamos nosotros, los lisiados, los parcos, la diana. Que con exceso de equipaje en mitad del Río Ebro nos hundimos por no soltar lo innecesario: Las guirnaldas y los anaqueles. Voy de un salón del viejo west a otro, con mi estrella de papel. Con mi sombrero y cagada por el futuro soy incapaz de dar un paso. Con las pistolas oxidadas. La recámara sin re-vuelta. De un salón del nuevo west arrastrando un caballo muerto. En qué nos hemos transformado. Qué soy del fuego cruzado. Gueto, sonda, nido, club. Si un burdo botón rojo puede más que mil pistoleros juntos. Pero seguimos nadando en la bañera amarilla más solos que nunca. Con el brillo y un peso verbal que nos ahoga. Porque creamos tribus de consanguinidad. Para disparar al espejo.

Intolerancia

Escribir sandeces y en alguna ocasión, un poema. No deja de ser un oficio de pescador de caña. Te quedas con un palo y la inmensidad durante un carajillo y aparece de la nada, una pieza o un despiece. De atleta rusa en las olimpiadas del invierno rojo contorneando los músculos de su faz antes de saltar el potro, con el embadurne de talco, la axila sudorípara y la musicalidad del mundo que nadie escucha. Y ale-hop con doble mortal de plagas, de desengaño, de amor sobre el tapiz góndola de la vida. Hilo tenso de pez. Hormonas para evitar el declive de la imposibilidad. A veces escribo y de entre los escombros asoma la cabeza del poema sobreviviente.

Jaque mate

Hay horas que basta un segundo para el desmoronamiento. Qué caigan los libros de los estantes. Qué la uña se quiebre y te cortes el dedo con el filo de un folio. Para estar y ya no ser. De un vivo a dos muertos. Caruseles sin caballos de esos breves y de pajizos trances. Del olor a plástico quemado. De ascensor roto. Donde la tristeza de los patos, vuela por tu garganta. Y el palé con la basura pesa más. Y la cama ha mudado al sofá de la sala. Días que buscarías el botón rojo en el mando de la tele. Y envidias a los osos panda en cautividad. Para coger tu mano con ahínco y percatar que es mi mano. Por segundo. La detonación de las palabras. Y de nuevo un tiovivo sin caballos.

Desnudez ferroviaria

Construimos la casa más hermosa con nuestra manos, todos los pájaros habitaban en ella. Y la lámpara resplandeciente soleaba sus intestinos aportando la luz que nos salvaba. Qué lástima, el destino con su envidia fue la reencarnación de las termitas y de los cimientos hizo su ágape. Ahora la casa no tiene muros la puerta inexistente, y te veo pequeño como un ratón vestido de gato. Las corrientes de aire nos despeinan y yo tengo una aleta nacida en el corazón que busca nadar en la piscina de todos los océanos. Miro el suelo ennegrecido. La ausencia de arañas. Un mundo ruin y los jarrones corruptos de mentira. Ikea no querría ningún mueble en esta vivienda. Una casa que ya no es casa. Que ha perdido el fuego. Sus letras c,a,s... y queda un alambre. Una alcayata de la que no cuelga más que el miedo y la herrumbre. Y a mi corazón las escamas han florecido. La casa. La primavera. Huir de la gota de ricino Tú eres vida de cortinas con selva y ciudadanos de luju...

Los osos amo rosos

Tener un amor, no es un tenedor. Es ver tu rostro inverso en la cuchara. La mano que araña a otra mano. Y la palangana. Y la tirita. Y tal vez recoger el chicle mascado del suelo. Y de tu mano estirar lo suficiente el alma con residuos para unir de un extremo a otro: La lengua, el borde de tu labio. Tu sexo contrayente. Aunque el tiempo selvático. Y la luna sea la chimenea del váter. Todovidasepalotundrayaguanieve Rojo pedrusco. De ropa vieja para cocinar el caldo. Del estrés y la falta de cobertura de los cuerpos. Cesta y vianda. Cortejo y escopeta. Amor, divino duende. De casting y de postre. Te quiero. Aunque crucemos los pasillos de la casa tan rápido que no nos veamos.

Despertar sin aire

Los oídos, silbatos de cima, cuando la noche ataja al sueño en la emboscada de abrir los párpados ante la belleza oratoria de este mal de altura. Cruzar la calle del sueño y el té de un claxon te despierte en la mediana de un minuto a otro minuto con el aire y la imagen del ciervo entre la bruma. Quizá la ansiedad sea un animal deslumbrado por los faros de la gente. Y el corazón un lobo viajando a la boca de un gesto de ahogarse y no notar el frío. El poema que responde y callada la sangre. Encendido piloto de pruebas de un gen y los mercenarios afilando sus rifles para cazar a la herida. Mujer, de tacón de bisturí. De toque y radiografía. Este modo de despertar del sueño. Y venerarlo por tres veces Como un anuncio de gel. De hipocresía caballo. De pensar. Por no creer. Que el daño vuelve aunque ya no bala. Y verte menuda dentro del plato de la sopa. Con distintas etnias. A cuatro manos. Y el corazón entre los dientes. De pena.