Entradas

Mostrando entradas de enero, 2015

Bricolajeno

La primavera había llegado, en la frente escrita con toda la rima que se queda en los candados en forma de clave. Arreglar las paredes, mobiliario con patas desmontables; todo un estanque de aves y piezas de  museo. Y yo. Desde mi barca. Sostenida al palo mayor iluminaba faro a faro, su inquietud mudanza. Si él, quisiera, pintaría esos blancos de sonrisas, pero, una se queda amarrada a la moldura del temor, a la corriente que siempre te aleja de lo que más amamos.

Pies de porcelana

I En tardes angostas sobre una butaca de polipiel, la abuela estiraba sus piernas mientras el aroma de Nívea perfumaba esa sala con forma de pastilla de Ibuprofeno. La abuela con sus pies cansados, deformados por una poliomielitis, que la privó de bailar. Ella, diva, con garganta sonatina escaló donde las tacones no llegaban. Fue alpinista de la voz. II La abuela María tenía las extremidades de paquidermo, dos muñones que siempre supo disimular, con su elegancia innata y la perplejidad recompensa de ver a su nieta con los pies de peces con los pies de morena con los pies hipocampo, saltamontes, anca y pata alada. III La abuela María, siempre con su dolencia muda, pedía que le diera alivio a su pena, me arremangaba un jersey de cuello cisne, aprendiendo a sanar con las manos. Recuerdo la pasta blanca metida en mis uñas endebles, y sus pies de elefante. Ella era un diosa hindú, una sirena de Ulises, para mí, la maestra, sólo que todo tenía un pre...

El príncipe de chocolate.

Me quedo con las ganas del sabor de la confitura en el filo de lengua con las ganas de que tu boca-bahía al amparo de la barcaza, sea pedazo descorche de rompeolas que siente la mar anegar por todas partes; sé que nuestro encuentro, hubiese sido, temerosa conquista de ciudad, y sorber tu solo, y adorar la quimera,  el esdrujular de tu fortaleza. Al Malaqi, dijo, que en almena dactilar mi corazón quedó prensado. Las espirales de fuego rompiendo la olla y en la hoguera de tú, tú, tú, de tú, de todas la verjas que abren tu piel, poro a poro que he lamido, que he sentido y con las manos quemadas escribo este poema, la renuncia de mi amor, por ti, porque eres esa luz que se enciende en todas las casas a la hora del silencio. Hubiese sido tu amante, al abrigo de tus libros colocados como alfombras, voladoras manzanas de tu huerto escarchado pero ,me quedo con las ganas, de la miel pegada a los dedos, las ganas, de ser poema bajo lumbre en sábanas mirando al estre...

Coco del Nilo.

I Él tenía, un ojo de cocodrilo. II Tumbado al sol con su ojo cocodrilo, y levitando ella hasta su corteza le musitaba con la resina del pino. A la altura exacta, del oído. Te quiero. No voy a encontrar un hombre como tú  nunca. Te quiero. Y el ojo cocodrilo, alargado trapo verde, como un leño sobre la cama, abierto ojo de muñeca de feria, abría las fauces, corona de colmillos. -Di la verdad, la verdad número 1000, la número 100, la verdad diez y hasta la una. Le dices a todos lo mismo. A todos les haces sentir el único de la tierra. Cocodrilo, ojo. Semicírculo. Y una lágrima subió la marisma de  unos ojos cocodrilos, y respondió: Sí,  esto es un juego. III La conoce, mejor que nadie, testigo de las crisis, de los estragos, de como la eslora chocaba hasta romperse en mil pedazos contra la barra de una discoteca. Y le decía: No bebas, más, por favor... IV A veces, recordar el pasado, para no repetirlo.

Europa

Amar un continente implica peligro, supone que caben más de una persona y te sometes a la incredulidad que montañas, lagos y ciudades saturadas de CO2, hagan sentir, que vives sobre una balsa. Un continente con su sísmico con los pozos de agua negra con la casa mirando hacia el sol. Mejor no amar a un continente. Si no quieres ser otro número de la estadística de sus meses. Me quedo, con isla, esta galleta de tierra que ve venir el mar por todos los lados y su viento. Deseo una isla como yo. Sencilla con su palmera.

Rea.

Debía pedir permiso para cruzar la cocina, pedir permiso para asir la jarra y verter el agua, tomar el pan y cerrar la boca, debía pedir permiso y en la aduana  declarar mis deseos en contrabando. Cenar con las compañeras del trabajo, eso, era un atentado a su hombría y te llevaba al cuarto incomunicada. Pedir permiso para hablar, para lucir una falda de lunares; ir al servicio a lavar las manos de la culpa por respirar. Esos años de cabezas colgando en el salón de una cárcel, y escapar  con un permiso de por vida, penitenciario.

Vicisitudes.

Lorca decía que la poesía estaba en la calle, últimamente, la veo en un acuario alimentándose de sus propias escamas. Sí, hablo desde mi ignorancia, ni siquiera sé escribir. Articulo letras, amueblo lo incolocable en las páginas, y espero a que toquen el timbre. para servir un poema frío con dos pastas. ¿En qué calle, fosa o muro? ¿Tú sabes dónde, Lorca?

Palomitas con sal.

Los domingos por la mañana, estrepitosa, alzaba el vuelo igual que una palomita compacta en el microondas. Con exaltación exclamaba: -Vamos a Milán, hay un Low cost. Cogemos una barra y unos quesitos. Rápido, es barato, menos que ir al Grau en taxi... Pero, refunfuñabas, abrazando la manta, y me decías, hoy, precisamente..., hacen la final de Telecinco. Y de tantas finales  un día, puse punto y final, al hombre enamorado de la televisión.

Papel maché

Dormir con una máscara de papel. Desde Italia te pedí perdón, el amor se enquista célula, no puede renegar del pasado. Fuimos chorros de líquido entre las estacas que abren paso. Fuimos sombra compás de un cuerpo, fuimos. Perdón por amar a otro hombre. Perdón porque fuiste la brújula que me alejó de ti.

Cuadernos de Wislawa, Venezia.

 En mi aventura Wislawa, de Venecia, he contado con la suerte innata (que como bien dice mi madre, es por el hecho de haber nacido con tres coronillas) , de aterrizar en la TOLETTA (1933) , un lugar emblemático literariamente en Venecia. Su nombre, de origen legendario, se atribuye al autor Giuseppe Tassini en su obra Curiosità Veneziane (1863, ed. Filippi, Venezia), que denominó así las tablas de maderas que se usaban para cruzar los canales desprovistos de puentes. Es allí en esta librería, editora y promotora de eventos, donde hallo la amabilidad italiana en mi estudio espiritual, pero, también intelectual de Wislawa Szymborska, a través del gerente de la misma me deja hacer uso (y fotografiar) de la mayor parte de la obra en italiano de Wislawa, la cual en este país, a partir del galardón (Premio Nobel de Literatura, 1996) y por la agudeza del carácter de la poeta polaca y su humor picudo, se gana el respeto, la admiración y el cariño del...

Curiosidad impertinente.

Pregunto: ¿Qué son esas montañas cocainómanas? Nadie responde. Rostros anal-fabetos niegan la historia. Acabo de descubrir Croacia.

Murano tras el cristal de mi realidad. Bitàcora.

Sentada frente a Murano, no puedo evitar en él. Con la desventura de Isolda de S. Michele, hogar de silencio, donde ni las hojas hacen ruido a la suela. Pienso en él y en sus ojos, vértices de cipreses, que disparan bengalas de náufrago. Cipreses artificiales, góndolas césped, de un cementerio abrazado de agua. Y revivo, cuando dice que le olvide, acaso, desterrará la vista gaviota esta sierra nevada, de belleza inhumana. La concesión de lo hermoso, no soy merecedora de ello, que he estado en sala con cuello roto sobre camilla observando con temor el camino a un sol, lampara de quirófano. Yo no te amo físico. Yo no te amo cuerpo. Yo no te amo esfera. Te amo libre. Como todas las cosas que amo. Y fueron mías por cordón hasta alejadas barcas de cuerda. Es un vínculo, del cual, he admitido su plaga, y he dejado de sufrir. Te amo intelectual-mente y eso ni la muerte podrá con ello. Escribo sobre el agua de papel de un mapa. Destino Murano.

Casanova mon amour

Laberinto de calles, precipitaciones hacia acequias con amarres siliconados. Los tacones autómatas, quillas de mi forma deambulan con la imprecisión de ignorar el destino, igual, que una brújula, voy desnudándome, primero: el calzado, luego, el vestido. Tiene frío mi contorsión. Suelto la melena, y el cabello corto tengo. Tirito ante la bruma, neblina de vapor nocturna, soy salvaje, libre, con la imprecisión de desconocer la ruta, fui rata, no me cabe incertidumbre de Casanova.

Vecchio

El río, sí, este cordel de río, de río, va abriendo en cobalto bosque una profundidad que no logro avisar; trenza en trenza, afluyen en malla sus raíces líquidas con bordes encerados por el combustible. Las piraguas creadoras de rutas. Los patos salvajes haciendo la corte a la incisa naturaleza; trenza a trenza, que teje, en este recogido renacentista, un camino. ¿Cuál será su final? Lo desconozco..., el río, sobre río, hebra de lana que sostiene el puente. II Morir, aquí es tan fácil (Byron), tan sugerente, caer hacia sus aguas, sin árbol donde poder colgarse; otra piragua, y un puente que brilla engarzado aro de pequeños comercios de petición y sueños en piedra. Ser una suicida. Apenas hace nueve días en el canal de Venecia, un cuerpo flotando, boya insípida, dio liquen al arrecife. No, no, no, este río, no es mortaja, es para lavarse las manos, la cara, mojarse los pies con la lluvia florentina; trenzado en mapa, un camino. ¿Dónde desemboca?...

La ley de la granja.

I En la Plaza de San Marcos leones alados esperan su benedicto. Un día todo será una Atlántida. La Biblioteca de Alejandría. El Coloso de Rodas. La Torre de Babel. Y harán visitas con submarinos, robots. II En la Plaza de San Marcos he sentido mi corazón mutilado, el turista pletórico alimentado las palomas de alas romas. Palomas grises. Palomas blancas. Palomas verdosas. Palomas azuladas. En las repisas celosos clavos impiden su reposo. El auxilio. Los turistas siguen dando migas a las aves de la paz. Palomas que parecen seres humanos. Veo gaviotas, carroña fascista, las destripan, se las comen descuartizadas, trozos de carne y sangre antecedida. Casi vomito, ha sido deplorable, aún tengo el sabor metálico en la garganta, y los ojos con vísceras. Gaviotas sobre-alimentadas. Un rico por cada diez pobres.

Sale

I La Plaza de San Marcos, campanada más hueca una que otra, expansiona felicidad mientras los pies se tambalean sobre una superficie movediza. Así está el sistema democrático. Sólido, pero, a simple vista. II La Plaza de San Marcos rebosante de cuerpos aflorados de prendas, hace frío, esta rica humedad de mar, que sala los labios, la lengua, el paladar,... Me gusta este hedor de agua, soy isleña, el salitre adherido a la alga hace un delicioso corrupto que se filtra por las fosas nasales. El puerto siempre huele a pescado. Y el alquitrán siempre mancha las piernas. Me gusta el sabor, lamo mi boca constantemente. Siento que estoy viva.

Reflexiòn sobre el vaporetto.

I Cuanta ingratitud en la paradoja de tanta frialdad y pan de oro. II El Carnaval prosigue desde hace varias crisis. Estoy pasmada, y aprecio con cierta acritud el valor humano. ¿Qué nos está ocurriendo? Somos delfines. Somos cuentos de niños, por cada segundo que pierde un ser en una foto. ¿Lo has contabilizado? La gente adora los visores, idolatra su propia imagen, es la era de la egolatría no tan lejana al hombre que quiso ser la imagen y semejanza de una divinidad. Sobre madera. La religión de las masas será la nueva tecnología.

Las encìas de la verdad en flor.

I Cuando las caras son volùmenes de Trento, màrmol de hormigonera. Calles forradas de establos de luxe, acaso eso es lo que pretendiò Leonardo, hacer una galerìa de puertas agasajadas de camisas, relojes, bolsos y vìboras. A la merced, al mecenazgo de Amperio del sol consumido. II De repente, un hombre grita bajo el palmeral de piedra; las pupilas esquivan sus ademanes, pues, su locura incomoda al peatòn que se refugia mirando escaparates de firmas, o marcas al hierro. Lleva una chaqueta excesiva a su cornamenta. Continùa su discurso fonético e incomprensible. Un loco en Florencia. Le fou lleva en sus manos un libro. Pazzo clama rompiendo el tìmpano de la lluvia. Me acerco, curiosa al espanto del maniquì, el loco de chaqueta verde, lleva en sus manos un libro. Un libro de de de de Poesìa. Acaba de hecerse una transacciòn, mientras el loco chillaba: De de de de crédito.

La rueda de la fortuna.

Acaso  sabe el salmón sobre la plancha de metal cómo iba a acabar su tregua, sobre hierro caliente en estómago de humano. Él soñaba morir izando la vela de su tallo hacia el río. Acaso, él, lo sabía... Y este asfalto que se abre a la gula del frío, hecho con manos de hombre en un agosto de sol de avaricia, acaso este cemento, gris tierra, camino de coches sin volante. Sabía que abriría su branquia al tropiezo con embudos de agua. Acaso, él, lo sabía. Charco, estanque, fosa acuática, tú. Acaso, sabía mi corazón acabar en un gancho la tentación expuesta a luz de un foco, acaso mi boca supo que al besar su boca, charco, estanque, fosa común, tú. Acabaría siendo el cebo para complacer, y no pedir nada a cambio. Acaso, él, lo sabía... ¿Lo sabías tú?

El anular.

A medida del paso del tiempo vendrá el tomate sin pepita, la maceración, el membrillo, las confituras de ciruela, la almendra tostada en sartén vieja, me llaman... escucho las voces que vienen del campo no quiero laurel por tejado;  quiero que cada lunar de mi cuerpo  sea un pequeña alubia que engendre en cada grieta, la superficie no en el mar de la fertilidad que muere de nada a las afueras, quiero la botánica de convertir en dulce lo salado. II La viscosidad en el paladar la ternura fundida en el hijo del trigo en asamblea de aceite o vinagre. La fruta en transparencias, la demolición de las cáscaras y las ganas de una vida casera hecha a recuadros de manteles que saborearán el candor sobre mis senos y la comisura de unos labios. Quién pruebe mi boca estará perdido en un bosque sin puerta.

El índice.

A medida del paso del tiempo noto igual que la piel mamífero del delfín la necesidad de tener mis manos en remojo salubre. Me estoy convirtiendo en un eco de mi madre, igual que lo hizo mi madre con la suya. Un eco perdido en la cronología, que se recupera en hábitos heredados desde el medievo. Un día, él iracundo, lanzó al cubo de la basura todos mis botes vacíos. Le alteraba, la absurda manía, de guardar frascos y fiambreras, así que...sin mediar palabra poética la sentencia del camino al vertedero. -Por favor, no tires mis objetos. Tú y yo somos distintos, tú no ves nada, yo veo mi sino y veo que está lleno de esperanza.

El corazón.

I Nací con las manos pequeñas a desmedida del corazón. II Mi abuela tomó mis manos y en un acto de futurología predijo: María, tus manos son pequeñas a desmedida del corazón, debes protegerlas, tenerlas en agua con sal marina. No podrás, vivir, fuera del océano. Tus manos, María, son dos estrellas del mar. III En la cocina miraba las estanterías que adornadas con puntillas vestían de novia a los tarros en conserva. IV Con esos ojos de bola... La abuela María,  enseñaba los secretos de la alquimia, de convertir en colorantes el amor de las manos desprendidas. Cortaba las judías a dobleces, explicando que no usara el metal en mis guisos, el pimiento desgranado sobre fuentes de vidrio y la harina espolvoreada como los campos nevados de Polonia. Tenía, el don.

Sálepus tú la razón.

Un año de terapia y sentir que aún en dependencia deja la hoja ser libre al amparo de la corriente, un momento de reencuentro con hombres vestidos de muerte de ir aflorando en este lunar rojo el humo de un cigarro que prende en esternón. Quedan las señales, bordados que sólo descansan bajo la ducha. II Y allí en lirio, en mediana de carretera voy descamando arenques en un mercado hacía minas antipersonas que explotan  y llenan las paredes de mármoles rojos. Porque él supo,  de la inclemencia  del terror debajo de la mesa camilla, la cámara de gas convertida en la  imagen de la memoria, la indivisibilidad de contemplar con dos retinas la externa de bacteria y la interna hasta el fin de mi respiración. III Por eso inventé mundos paralelos donde refugiarme de la hiena, y ahora comprendo que yo no tuve la culpa, de ser la víctima y que la presión hace que las mangueras arrinconen a los manifestantes de la paz entre cólera y col ramo d...

Madrugar la arruga de madreselva.

I Entelada sobre el camastro sábanas de Primark y unos cojinetes de Zara Home. Pienso en la mesura del paso diez años para ti, en... son un calambre de la lampara a la red. II Pienso en este acertijo de madriguera lo que la madre naturaleza en la rescatada memoria donde exclamabas que facilidad para aprender los pasos mientras en rítmica secuencia electroestética me moría. III Campanillas de su garganta y domar a la india que subyugué entre mis y mi mes no es tarea. Le aplaudo, ha sabido coser sin perder puntada. Pero, acuerde con el témpano que todo es un suero. IV En este trance envuelta cama de revolcar mi cuerpo en pensamientos y veracidades, pienso, en lo poco que hablo con mi madre, apenas... latente expresión de los catorce hasta los diecinueve años en que se cocinaban macarrones con tomate con salsa color infierno. V Todo se hacía por mi bien y lo de llorar hasta que sólo se hace por dentro es malo, muy malo, porque te convierte...

Pequeños pasos en el trampolín...

I Pasaron las fiestas y todo se ridiculizó,  en que esto se hace por mi buena esperanza, tanto que fuimos y aún sigues fingiendo. La foto con la camisa que le regalé me lo ha susurrado a la pupila. II No puede ser, es imposible cruzar el Amazonas en una hoja de palmera, soy una mujer que parece como esos paisajes de luna, tan cerca, pero, a la vez inalcanzable para rayos. III Sólo, atreveré a desnudar delante de una página en trámite, de ser tatuada por la inercia de mis abalorios. IV Ya falta menos para que los cerezos rompan el aire rompan el espacio rompan el silencio, ya falta menos, para que despacio  se llene  de sil encía de aire. V Lo siento, soy un cuerpo a doble, fila y él ha aparcado dónde la poesía no tiene límite, en una séptima ver te braza, a nada de ti. VI Yo le amo como el jilguero le amo río, le amo de tantas maneras que parezco a su lado una perra junto a su amo. VII Cuando marche compraré un ve...