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Mostrando entradas de septiembre, 2016

Robótica versus carne.

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El amor robótico es perfecto. Prepara ricas sopas de jazmines y sobre su lomo, alza la volada para contemplar los vacuos edificios. Su tez de zinc revisa el logaritmo  que besa cuando hacemos el amor las lágrimas de yodo, que llevan el nombre de las hojas. La anestesia de la coordinación malgama el cableado en el paraíso del árbol que en la lejanía emite el aullido. Vasto y corrupto con su costra el árbol mortifica la cara interna de los órganos que lo abraza, desconoce la receta de las flores y más que volar, sumerge a las profundidades de la arcilla. Pero, de la máquina perfecta lleva la entraña que late la palabra, a pesar, de la suciedad de sus manos y el lodo adscrito de su exuberante belleza escribiente. Un árbol incomparable que posee mi corazón indígena, mientas me enredo en los filamentos nerviosos del cobre mecida por los metálicos igual que las barras de una cárcel. Nosotros nos comunicamos como los árboles, en un idioma anónimo para...

Pequeños pasos rítmicos del corazón.

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 Estoy muy contenta, pues, me han solicitado participar con un poema en una antología poética anual americana "San Diego Poetry Annual",  cuya obra está presente en las universidades del condado de San Diego, bibliotecas del sur de California y hasta se usa de libro de texto en las escuelas. Me emociona mucho pensar que mi humilde poesía sirva de referencia en la enseñanza, y que sea traducida por primera vez en lengua inglesa de un modo oficial.  Este fin de semana, también, fue activo varios eventos como presentaciones y Jam, pero, lo más relevante fue la participación con mis compañeros de fatigas poéticas Eloy y Amelia en la 5º Mostra Anarquista de Castellón, donde el silencio se impuso a la voz de poemas sociales y reinvicativos en la Plaza de las Aulas.

Freud tiene la culpa.

De qué sirve el trasplante de córnea, y que el cuervo con senos, desprenda la luz de las linternas. A veces usted regresa. Esta noche ha sucedido, con el agua bajo el glaciar de Europa y las matrices de los sueños  alumbradores del espanto. El rostro de cera y el abrazo por la espalda,  signo inequívoco del abandono en el módulo de la oniromancia, con sus manos que ofrecieron pecados de leche de almendras. Me acusó de traición, mientras su holgura textil y su rostro de cera, que no derramaba ni una gota, parecían la danza de un ángel del exterminio. El veneno, adormeció medio latido  con los hombros que arqueaban el hilo de la vida que se descosía en los músculos. ¿Quién no probaría manjar de entre sus dedos? ¿Qué ciega no osaría arrastrarse a los abismos de su brazo? Homicidio involuntario el neón de cada poema leído en prospecto. Moribunda, no quería dormir  antes de olvidar  sus ojos en mis ojos.

La próxima estación.

La vendimia desflorada y las primeras naranjas dulces de labios, porque debías varar en mí, en la medianía de los que aprendieron a vivir sin el color en las pupilas. Te observo desde el ángulo perfecto y reposado duermes bajo el influjo, guerrero derrotado por la almendra, de la regata de lo que fue mi cuerpo, un mapa sin ciudades. Me cobijas aún sabiendo que el corazón yace en mi bolsillo izquierdo, miga de pan de raíces,  las esporas que pululan  junto a los vientos otoñales; para en tu espalda hallar la casa que tanto anida el pájaro, crisálida de tu lengua para la uva temprana con que he macerado la mimosa amarilla. Duermes y te observo. Recolección de la cosecha, de este poema de amor para el hombre que rompió mi tórax, sanación del monstruo  que no sabía llorar.

Metástasis.

Será esta certeza la que asesina, la inevitable verdad que nunca ha sido aceptada en caminos turbios escribanos de nuestra quiromancia. Voy perdiendo la fuerza dentro de esta carcasa, sólo la palabra es pértiga que acontece al saber de la limosna escrita que mi ojos devoran como una pedigüeña que nota como en su interior van apagándose las estrellas. Los marinos no regresan si no conocen el lenguaje de las constelaciones,  y el idioma exterminador que hacía uso y desuso hacia esta sirena conmovedora de árbol, que de todas las infectadas fue la que salió peor parada, de la guerra, de los hombre de rostros pintados, consigo mismo y su fuerza eólica, borrón de versos, agudo corte en trasversal en la frase. Diga si usted en su isla me añora tanto como lo hace el revestimiento de mis costillas, aún sabiendo que esta exposición pública supone mi benedicto a la guillotina.

La tierra del fuego.

Comedida manera de ensortijar las cosas, de ser un hueso de rótulo a la intemperie de las cordilleras, puesto en fila. Lamo cada una de las costras y una bola crece de pelo del poema. Frustrado apaleamiento otoñal desconociendo si de mis vértebras nacerán las uvas. Este cansancio que ni con terapia  se desaloja. Este edén de fotogramas, y aros que cuelgan de mi piel como si fuese una cortina de Ikea. Remover el café con la lengua y explotar en mi expansiva melancolía, la retórica de Sartre. ¿Qué prefieres Luisa un amor que dure, o un amor que arda? Y cerré los ojos,  como el que solicita la hora antes de ingerir una medicina. Cerré los ojos, y pude contemplar la mordida carmesí de las amapolas, el maullido con el hombre que siempre me esperaba de espaldas. La bolsa del té macerada en mi niñez corriendo a través de los trigales. La fugacidad de los que amé  y murieron. El parto cometa de mis hijos.  La primera imprenta en el D.N.I. La mancha...

De maravilla.

Mema Alícia con un retrovisor. Acaso cruzarás el lado opuesto, donde las consonantes ensillan y todo aumenta y nada se reduce según el pronombre. Te pintas las uñas con carboncillos e ingieres las vitaminas de las encuadernaciones, pero, aún se mofan las aranas y te piden agua los satélites a cambio de pescar más en las mallas los ciclistas que pedalean hacia el infierno. Tal vez sea el cuchillo de la espalda que confunden con un perchero para colgar abrigos de paño, o con un pomo de latón para abrir los cubiertos de los famélicos y hacer del corazón una conserva en vinagre.

Suplementos gratuitos.

El poema. Del quirófano con el despertar anormal de las batas verdes, en la desnudez en medio del ágora, paciente rinoceronte, que troquela los advenimientos. Podrá la epifanía, el arrancar de los autos, la pestaña que ilusa cae creyendo que es hoja del árbol. Sin ningún respiro donde cobijar las manos, los pies, los dedos, encima de una forense lupa que nos destripa en busca del alma. Pobres alambristas, nocturnos bandidos de la fe, que encajonan palabras y se atreven a mirar al sol. Hasta que la córnea no ve más allá que los malabares, el tobogán del que hace de la arena rimas como luces en acuario en los vidrios carpinteros. Escribir con cincel. Ensuciar con el  barro de la vorágine. Enana de circo que traga gasolina, que escupe fuego, como una vulgar llama de termo, en tu entendimiento, larva, larva, que nunca llegará con las piernas de madera en carcoma a la meta de las mariposas.

La luciérnaga de vestido rojo.

I En la habitación, número 338 de un hotel en Bangkok cuelgan los lindos pies de un cuerpo femenino desde la lampara. Una borla de carne que descompensan las bombillas, cicatrices lumínicas, como los focos de las pistas de aterrizaje. Ella luce en su mortaja un bonito vestido, supongo que, para recibir elegante los bisturís que la abrirán en canal igual que las góndolas en Venecia. ¿Por qué ha leído mi poema a la 14:45, hora española?. Y ha dejado que el hielo se apropiara del vaso. Y que el rímel obnubilara los surcos de permanecer despierta por los narcóticos. Para mudar, en el fruto prohibido del árbol del ahorcado. II Hubiese ido a buscarla, tomado el primer avión. ¿Cómo no hacerlo para salvar una vida? Una vida anónima en Tailandia con la lluvia preparándose para borrar los ecos ambulantes.  III Los pies se han vuelto de cemento y los salones recreativos llevan últimamente demasiado mi nombre con el premio gordo. Nosotras entendemos el ...

Marino, cítrico y lavanda y antipolillas.

Quién no ha tenido en su casa, un ambientador de plástico con troquelados y en su interior,  una pieza-gelatina como una lengua temblorosa  que emana efluvios de pachuli. Se colocan en lugares visibles para que la fragancia pueda purgar el momento impreciso o inadecuado. Ojalá, pudiera servir para que una mala palabra (de consecuencias que nunca nos abandonarán) no exista d-oliendo. Aparatos de bajo precio, que nos gustan  y compramos desde el último baldo de la tienda. Ahora, nadie admitirá que en una uve del armario habite su corpulencia de ferretería,  tienen vergüenza del "enser" diario. De meter un pájaro volando en el poema hasta que se extravíe. Para que reste un hedor y poco más.

El imperio del solubre descafeinado.

I Las bicicletas forman bellos dibujos en la nieve mientras la fábrica bombea el aire  para los soldados del plástico, ocultos tras las mascarillas en Pekín. Y un beso. Un beso agudo de. Beso espora. Besocializadormitorio . Beso cuajado. Prisionero de guerra entre el ahogo y el aliento, mitad frío. Copo a copo, copa a poco, capa a capa. De nieve. II Los hijos del petróleo no hablan,  se quedan de trapo con los bostezos, las comisuras rebeldes de la ortografía humana. La atmósfera irrespirable. El azufre que se encarama como un koala por el cabello, y los niños que cierran los ojos escotillas  a vidrieras que llevan ilustraciones de cipreses. Podría declarar el abandono y sobre tu pecho, pienso en esas personas que tosen y escupen plomo; que cargan sus bicis con el óxido de sus huesos, y malean los útiles que ingenuos usamos en nuestra rutina: el peine, el cuchillo, el calzado, el espejo... Sobre tu pecho, hombre hierático, he hallado qu...

Un corazón con dos mitades cerebrales.

Sé que de nuestra desdicha sacrificaron a un lechal y de las fauces con sus dientes fueron los apósitos, trituradores cada uno de los momentos en que usted y yo; usted lleno de corcho, de seres que huyeron de entre sus manos y yo de orinado serrín por el tedio de los cazadores  que devoran felices nuestra incomunicación bovina. Como si hubiesen construido un muro de Berlín. Y Berlín no lo sabe.

Cerrajero del cielo.

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Manejar bien la baraja con que atrae la suerte a su cauce siempre fue una profesión para comer de lo que los árboles lanzan al suelo. Entre una piedra y un envase de plástico el bosque cada vez mora más en libros que en sus propias hojas, ahorcados verdes, que pasan turno y no mercadean más que la terrible, la inigualable, la retina del humo, de los hacedores de vértebras con campanillas encerradas en nuestros cuellos. Poemas como los forros gabardinas y el cansancio gratuito de los días sin lluvia. De empapelar paredes. Sin puertas.

Mero trámite.

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En esta sardina pretenciosa de cetáceo  que habito, con las raspas en médula protuberancia para andar con pie suelto, igual que centavos en un regurgitar a los quioscos de prensa y raciones. El fuego no existe en el color rojo, se antoja a su módulo que huele a la piel de los musgos, a ser el caldero  donde mi mano se ase a la tuya. De espinas peces, de rosas que no existen.

La moneda.

Atardece en la secuencia y debe percatar que en esta cesión de aves convertidas en asado, no queda en este mísero cuerpo  una caricia sur suya, que los barcos se abrieron en latas,  que alejados perviven con las delicias chinas  convertidas en un procesador de materia congelada. Es ya muy prolija, elocuente, parasitaria faz que puebla la telilla que recubre mis ojos, cristalino de amoniaco, de tu ojos, de nariz, de orificio, de surco nasal de punta de hueso a la mandíbula. Y mientras como la carne de mi propia carne. Y la luna se ha convertido en el blanco de los francotiradores. Me muele un área sin determinar. Un hocico, un llavero de pata de conejo, un lagarto disfrazado de peluche. Si esa fue nuestra suerte. Este distanciamiento de cometas. Esta amputación poética. Este sacamuelas, tenazas, pinza, pellizco que me tiene como las bragas aguadas en barreño de lejía. Pienso en usted, y la necrosis de las perpetuas del dolor con forma de pera....

Divagaciones de la astronomía,

De niños los ángeles orinaban lluvia, ahora, encima de nuestras corolas pulula fantasmal una nube procedente de su masacre. Cómo respirar si se forman bolsas de los buscadores en los vertederos de órganos, trinchan hígados, anillan ojos, sacuden bazos y hasta con suerte pescan. Anzuelos que la marginación cada día hace de esta economía que no entiende que los nacionalismos convirtieron en momias las montañas de residuos de todas las basuras que comemos. Sé que es una ilusión óptica, pensar que detrás de los fanáticos la única medicina sería un sistema global, basado en el intercambio, cultivos ecológicos y el lenguaje aplicado de los pictogramas de Internet. El reciclado se quedó obsoleto por la descompensada gráfica de cuerpos sanos sin cerebro, del sexo avanzado sin tocamientos de carne, de los niños alimentados como gallinas y escuelas por templos prohibiendo el arte de Sócrates y de Platón. Ciudadanos de un planeta. con los cuatro elementos de la mo...

Poema de amor sin titulación.

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Alegría de " carníveras" y " veramanos"  el zócalo ardiente, la píldora para la desmemoria del poeta, mi triunfo en sobremesa, en retaguardia, en bajo contra o violonchelo. La brillante en la tiniebla, el quilate de todas las básculas venas, allí, mi hombre, el vigía de la barca, el ojo trípode de cada uno de los mandamientos. En " melodiaca" conteniendo  la fugacidad de la estrella de celulosa, la verdad a medias de todos los enteros, fórmula " amatemática" , verso gozoso, lobo tierno de queso, mi hombre, el que entre risas degollamos  sin rivalidad, el ápice, el " tartamundo",  delirio y rosa, venado y ponzoña, carne, piel y sexo, sabiduría postergada, novela o si vela, tal vez cuenco y yo mazo, tal vez lupa y él ojo, letra, letrado y amante. Glosa a gloss, poema de Amor  raquídeo y desvarío de polvos compactos y enarbolados como diría Quevedo and company. "Certisiondo y abnegalgo".

Transporte urbano de Palma.

Sentimiento de los párpados que pían y la boca con el orujo telaraña. En los autobuses de atmósferas de Marte con sus estrenadas tapicerías de polipiel y la gente adormecida gaseando el aire frío  los órganos como islas de un congelador humano. La pena con el REM visual de cada sofoco septentrional con el relleno de la telaraña haciendo bolillos de líquenes, de motas y artificieros del abandono en cada mueble pintado de polvoriento. La relegación  a un prisma con los miembros que no son más que alacenas con patas llenas de recuerdos, tazas con besos olvidados, bajoplatos con huellas táctiles de ocho, ánades sin agua en la momificación del canje, allí ladeando de un lugar a otro, con la espuma y las puertas descolgadas en un buceo. Y no conseguir sacar la cabeza nunca del fondo. Volver siempre a la guerra y creer que los muertos te abrazan y los vivos hacen leña con tus huesos.

Gris pardo leo.

Los regresos siempre son nocivos, reclaman partes médicos y cláxones de ciudad perdidos en atascos. Se aprovechan de la coyuntura e instalan dagas como prendidos florales de otoño. Te notas una costilla menos. Que el lapicero desee ser mondado por la fila hoja del sacapuntas.  Con  la ropa del invierno luciendo acartonada sin vino. Y que pierdes una vida gatuna cada vez que cruzando la acera dejas besos con sabor a mantequilla y te patean con púgil danza la fibra, esa analógica que pesa poco, y que olerá a asfalto quemado cuando muera. Alma nómada de caminos. Una manzana que odia a Newton  por las veces que cae y sube, que cae y sube. Cemento de fruta con la única ley de la enferma gravedad.

Colmillo de elefante.

I Hacer el antipoema, de cada uno de nosotros, arrastra el animal de celo que ha roto la cadena. II Podría empezar en plan glorioso y escribir: la torre, el faro, el mástil, la antena de telefonía móvil. Pero, mi corazón hará caso a alguien, o a algo. Podría enumerar sus hazañas: el hombre torre, el hombre faro, el hombre mástil, el hombre repetidor de señales telefónicas. En guerras léxicas, afirmo que nada que se asemeje al sexo, ni a ninguna acción copulativa de costa o de montaña. La desnudez del poema es un hombre y una mujer.      Metidos         uno dentro de otro. Ll.Ll.

Añorada lluvia que cae en otra tierra.

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El calor sofocante no da tregua, y es tan deliberadamente disparatado que nos adormece e invita a beber de nosotros mismos Ojalá lloviera y toda la ciudad se empapara como una fulana mojada por el semen y los parques de residuos notaran el oxígeno en sus teces de musgo. Las palomas volteando. Los coches grises de chapa cándida. Las aceras con su manto inescrutable de polvorientos y arneses que invitan a cruzar en rojo los semáforos. La ciudad quema en su propia herida y sólo puedo exclamar dentro de mis intestinos que ojalá lloviera, que los truenos compitieran con los platos rotos, y sanara toda esta sequía industrial mientras los que vivimos sin aire acondicionado damos vueltas en busca de lo incondicional. Qué lloviera, y se mojaran los toldos, los torsos, las cabezas y los niños cantaran canciones que nunca aprenderán porque ahora enseñamos la filosofía del olvido. Una lluvia iracunda dispuesta a exorcizar la calma de la letanía que supone reptar a u...

Felicitación de salvias y escaramuzas.

No hace falta que los árboles exhiban fruta ni que el mar esté todos los días en calma para escribir esta carta, que poco papel tiene y decir que los huracanes son aquellos ojos que se encuentran. Es un día especial porque así lo dispuso la sociedad general de los autores del consumismo que se viste de avestruz y que caza mariposas. Por eso mi deseo no es sólo de felicidad, del burbujeo que siente el agua cuando cuece las patatas, de las manos-anillas en palomas con la cabeza decapitada. Soy yo, y así es mi felicitación, esa mezcla macabra del tequila en las cosas y más carretera que meta. Tú eres la guarida perfecta para morir. Para que los regalos sean la destrucción de nuestros propios miedos. Mi palomo de pecho henchido. El "Curripipi" de Vallecas de muchos litigios con el pensamiento. Sé que me gustas hoy y siempre. Por eso aunque detestemos los formalismos. Qué carajo, feliz cumpleaños porque el siete, es el número de la suerte. De mes y ...

La resignación galla.

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El hielo se derrite en el vaso de tubo. La desnudez de los guantes de boxeo que cuelgan del gancho, vacías marionetas de piel de potro del estímulo al golpe. Y a lo lejos. Los perros ladran a la vida, desde sus pupilas  que pueden,  observar como se zarandea desde los abismos el dilema que nunca se es demasiado viejo para morir, para tomar por asalto con las cabezas encapuchadas al destino. Hierve dentro de la olla un chorro de agua para un tila que pide ginebra, pero, los tiempos han cambiado, y es mejor conformarse con las dos cucharadas de azúcar. Ya no se puede ni debe, apurar las mesas en las esquinas de los salones. Crecida del río espectador a una anestesia, aunque tal vez vendan en los quioscos el manual de los aprendedore s, la lección de asimilar la marcha de un amigo sin vuelta. Allí, donde las peleas callejeras te matan a palos y la soledad lleva perfume de Carolina Herrera con la resignación galla  de sofás maltrechos, de guías por a...

Papeles en blanco con 42 grados.

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Deambular del aseo a la cocina con este bochorno de humedad haciendo florituras. Por la avenida cazando caras de transurbanos que se parecen a gente conocida en otra ciudad, porque ésta no es mi ciudad. Ellas se acercan como los mosquitos contra la luna de los automóviles en velocidades crecientes y se estallan con el sonido más parco de la historia. Tomo el ordenador y me entrego a él. En el canje de teclas, yo le acaricio y él me da el poema, en barrios, en muecas que no existen porque son los ojos del recuerdo que las miran. Qué maldito calor hace el silencio. Donde mora cada fruta, su aspiración, su vello enquistado, su hebra de pelo, y los excesivos semblantes difuntos; cada día entregada a la marisma de linos reses y acuarios, en la locura de la separación conociendo el amor de otras manos. Ilustración de Ana Juan.  ¿Dónde está el aberrante poro en que te escondes? ¿Por qué  te veo y no eres tú?

Windows de yebos para el xilema o las botellas cerradas en la alacena.

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I En determinadas normas  abrevio la faz  para que no se vean mis manos gastadas de la lejía. E intenta disimular la piel la carga de los años que en la recámara dispara a voleo y siempre mata, mata de. Zarrapastrosas espinas entre los cardos que cómodos se asientan en los pasillos de las metrópolis de nuestras zancadas. Tan valedor el ser, letra de pocas palabras como la equis, la zeta, la uve doble que por no poseer ni apellido ostenta. II Tengo las manos sumergidas en desinfectante para escribir la pureza, pero siempre la costra coagula la sangre, en seca verdad. Y aunque en los últimos mi alter ego, salvaje con la díscola anarquía del corazón no araña paredes, ni se encarama a árboles muertos de sed en las avenidas a menos, cerrando la botella del agua sin el abandono afilador de la guadaña con el algodón plástico de Druni. En mis ojos  los cirros verdes ( la nube esmeralda) jamás dejarán de ver la huida hepática, el sufrimiento, el...

Peaje.

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Dificultosa trama es entre los faros el enamoramiento en el menester del besarse que los transforma en dulces pétalos de flor de cactus. Porque en la hora del oficio su estigma puede más que el amor y por un brazo de aguas los separa en islas la marea, para dar lumbre a la noche con la vigilancia neurótica de los peces de madero, listones de pedazos de Ulises que nunca envejecen. Pero ello, no significa que cuando su cuerpo y mi cuerpo se distancian con el ojo cíclope luminoso encendiendo el miedo al habitáculo. En ausencia, no le ame. Los faros de locos giros en su ralea. A oscuras y a luz. Foto de Enrique Vidal´  Faro de Aucanada.