Entradas

Mostrando entradas de mayo, 2018

Preocupada

Esta noche cafeína impide el sueño, por los tuyos sufriendo en el muro fronterizo del filo de Virginia Wolf, felicidad o tristeza. El derrumbe del amado con el esperma de la enfermedad ictericia. Y entre mis manos ojos la pena. De ver quién dispone de armas y deja vencerse. Acribillarse con el Durero en clase de anatomía. Luego al otro mar, lloran la pérdida de un amor, una promesa carbonizada. Que no merece ni una lágrima de la belleza personal. Pero ella, está entre el puente y el río fluctuando con las corrientes marinas. Mi madre con nombre a su enfermedad. Mi hermana callada que vira la salud en desahucio. Mi amado de nuevo convaleciente. Hija, tú eres la única ganadora. No vale la pena morir por un bastardo. Come y vive. Come y haz tus sueños de molinos una vía. Cuanta aflicción sobre el filo de una navaja. Wolf del bosque. No puedo dormir me duele el mundo en cada extremo de camino

Rechazo mudiente

Otro lunar se ha revelado. Y es que cuanto más vivo más brío toman en mi contra. Está amorfo y rojo. Parece un corazón atropellado. Y soporto la pinza alterna de su batería que suministra quemazón. Estoy agotada de la proyección nómada. La manera de sobrellover las cosas. Fatigarme como las ballenas del Atlántico. En el observatorio de los que aman sujetos a un contrato temporal. Y los faros calladitos de día. Y la bruma que protege a las estrellas de nuestros ojos. Y aún recuerdo lo que dije, si él me amara yo lo dejaba todo. Pero él no dice nada, está con sus cosas. Y admito hecha arroz y trizas que si de él dependiera ya hubiera vociferado las emociones. Soy un poliedro. Un decálogo. Y vivo en la corriente amazónica porque yo también confesaría el color que embadurna mi ánimo al verle. Pero, para qué. Paracoches. Paraguay.

Ovarágine

Nos hemos acostumbrado del dolor el negocio. Y noto tu cansancio de ratón. Apócrifa en el parpadeo con la desgana. La mueca traviesa delatada en el espejo. Y un plan que huele a huevo podrido. Es el mar en calma un proyecto de la normalidad. La penumbra del pasillo con puertas que aletean el aire. Un necio que se supera en credo y alimenta la sarna del victimismo. Me siento tan fuerte. Qué soy capaz de sostener tu indiferencia. Y hacer con ella, la papiroflexia de los que no tienen ganas de vivir y por consecuencia amar. Papel de autómata. Y yo poderosa. Hija de volcanes y pumas. Mirando cómo caes al pozo. Desde el otro lado de la playa.

Gili gelatina

Regresé ávida. Y sus primeras palabras no fueron: te he echado de menos. Literalmente me llamó Mala Pécora. Me quedé en dique seco. Le había molestado la felicidad de mis fotografías. Y yo no supe como iba a ser el suplicio de la noche de ajo. Donde el abrazo era un baile forzado entre el oso y la bailarina. Estaba decepcionada las salamandras ahuyaban. Y un lo siento. Parecía la peluca vieja de un travesti de carreteras. No hice ningún cuadro. Me adorné con una chaqueta. Y me fui con la muerte de los estorninos. Cansada de que me hagan daño el poso malo de todas las cervezas igual que la rabia.

El bosque de los reptiles.

Ha querido mi cuerpo compartir nísperos contigo. Lana ensortijada que después del retorno buscaba el amparo. Me he partido en luna y beso a beso iba en escalera hablando la conversación de los niños. Te he echado tanto de menos que en la oscuridad de la palabra. He desprovisto mi corazón. Creyendo que tu cuerpo dormido en su eternidad reviviría. Me olvido que eres un desierto infestado de anacondas. Que eres un hoyo y yo la engreída bola de golf que voltea al abismo. Mi cuerpo con hambre. Tu cuerpo un cadáver gesticulado. Me he ido de la casa. Porque mendigar nunca se me ha dado bien. Soy orgullosa. Y dar de comer a quien no tiene hambre es estúpido. Mejor, escribir un poema o dos. Escuchar la gota de agua. Y valorar que quizás a ti nadie te añore. Estar sentada en un sofá. Y mirar la noche con ojos de perdida.

Transfiguración

En el doble vuelo con turbulencias, del mareo de las cervicales realizo la pirueta de los organillos. Con el consentimiento de la letra a moverse azarosamente de un lugar a otro en el poema. Y el cansancio de cinco aviones en una semana. Los vaivenes. La purga de las colas. Y una pensión blanca con las luces de los taxis atravesando un visillo de poliéster. Porque detrás del faro. De la montaña. De la nube gorda de borrasca. De la risueña melancolía enmarcada en ángulos desconocidos. Después del río. La barbilla. El vaso Barlovento. Los caminos. La risa, el riso y lo rose. Existe el verdadero enigma. Lo que te apacigua la bestia. La razón de que te rompas los huesos. Y cantes con las cuerdas vocales sosteniendo cubos de agua. La gente. La gente gestante de poemas. Y su acuífero. Dispuesto a sedar la sed de los polizones. La gente que lee. Que comparte. Que escribe. Que compra libros. Y esa es. La que yo tolero. La que de su sencillez. Puede co...

Del barco de Chanquete, no nos moverán.

No entiendo los bancos de peces, y los que van por la vida de ballena. Solitarios, con su boca-chancla, metiéndose en vena todo plancton mediático. Los poemas alevines que juntos y aéreos bajo la estricta mirada del mundo. Con ánimos enanos que congregados se convierten en una mole que invita a quien invita y laurea a quien da la palma. Y en este océano de arrecifes y corrientes, va el cetáceo por libre. y los diminutos nos quedamos presos en nuestro acertijo de mar. Cómo escribir un poema claro, si hay más sal que líquido. Y las playas están dosificadas por banderas azules, de apremios por coordenada de escapar de las redes, de los que venden el pescado frito en los puestos primeros. Ya todo el pescado está vendido. La hora de deshojar la córnea al gorrión. Y talar los árboles del bosque. Para que el anacronismo se enfrente dentro de una charca y los peces chicos sean ballenas, y las ballenas sean devoradas por los tiburones. Nanotecnología, androide...

Y sin embargo te compro.

Cabe tanto amor en tu todo que la luz fluorescente colorea de blanco lata la cara trébol del amor al trigo. El amor que con el tiempo se vuelve madera. Con el rumor del caucho coche en el cual viajamos cuando me besas la espalda con la premura de tu cuerpo. Porque nadie como tú ha sabido tan bien cuidar los ruiseñores de la pena que alberga mi cama. Los cuervos felices de la primavera que se atreven a trinar en contra de la voluntad de la ley de los pájaros.

Extorsiones-contorsiones

Un don de foto. Un café azul. La nube del paseo en Abril. Igual q La vida niega del querer las contradicciones de lo depuesto en el estuario de nuestros trastos. ue gravilla montañera que agrupa la pérdida. El ocaso de la distinción de las risas voladoras, de las presentaciones en días de lluvia. La amistad que se fue a la mierda. La muerte cafre del producto en un folleto del mercado. Con precio y un gigantesco ya harén de trastos. Pena, gozo y enferm-edades. Y te sientes. Que si tanta pugna es buena para los que sueñan solitarios en esquinas de cafeterías tuneadas. Mientras se friega un rincón. Se lacera el pan en el horno. Con un trago de calidez despersonificada. Un brazo geográfico de realidad y materiales de destrucción. En el edén de que el apuñalamiento por la espalda se ha convertido en el beso de siglo XXI. Por favor no barra mi vertedero. Soy feliz con cada una de mis hojas caídas. Y todos los muertos vivos y sin vida que fueron el ab...

La vieja fotografía

Hoy encontré una vieja fotografía. Era tu graduación: la que para la vida no te prepara. En la que yo aún creía en la melena larga igual que una Sirenita de extrarradio que ponía colchonetas invisibles bajo tus zapatos a juego con el color del arco iris. Yo quisiera que la pena de este mundo no conocieras. Sabiendo que ser la primogénita no ha sido el mejor papel de las estaciones. Te graduabas y ya me sacas dos cabezas. Y me puse ñoña y recordé tu nacimiento. Para dar la holgura que nunca tuve en la educación de la vieja escuela. No sé si pequé Pequeña. Pero os transmití el valor del poema. Una gota de sangre. Qué era mi mejor legado. Y graduadas como gafas de los recuerdos de fin de curso. María, ahora te abrazo. Y eres la conífera. Que da sombra a mamá.

Enchufes

Siempre estaremos conectados. Cuando yo encienda la luz de mi mesa de nochecita. Un punto disperso relámpago estallido casi imperceptible se adueñará de tu estancia. Parecerá un efecto óptico de la vista, pero será mi aviso de vida. Porque. Siempre estaremos conectados. Y cuando tú caigas y la espinilla se golpee matriz de yunque en el camino. Mi pierna sentirá un chispazo. Y al cabo de unas horas telarañas amoratadas se jactarán por los músculos de mi sayo. Porque conectados andaremos por nuestras desventuras. Estaremos conectados con la última tecnología. Y tanto la flor como el tornillo. Adornará o mortificará nuestros versículos. Por eso no funcionó lo nuestro. Éramos demasiado iguales. Siameses nacidos en esferas distintas. Con los mismos profesores de niño. Somos a la imagen y semejanza de nuestros captores. Y siempre estaremos conectados. En la electricidad. En los mazazos. Muy iguales. De carne diferente. Y por ello es difícil amar a los ...

Goma de borrar para la verdad de la palabra.

Quítate ese pensamiento del jardín de tu cabeza. Haz el redondo favor de erradicar el atisbo. Calla el pálpito. Recluye la retórica. Apila cualquier esperanza. Sega la hoja, el tallo. Lanza el fruto al cerdo. Es profano el rendir tributo al sentido que en el apartado más inhóspito se divide y desaparece. Tantas ansias encontradas. Para volver a la usura del dueño. A la cena sin fuego. Al caldo de agua. Al gusanillo de tierra. A la condena del desaire. Para qué ser sincera granada. Si esto es un juego árbol. Por eso mis naipes arderán antes del avista miento.

Láser

Te has fijado como un pelapatatas monda un melocotón. Lo despelleja a tacos y lo reduce a momentos que unidos fueron el todo melómano. Reducida belleza la de tentar el haber al ser de asfixiar la pupila en el reducto diminuto para no amanecer en topo carbonizado. El deseo doméstico. El freno sin ruedas que ningún circuito desacelera. Si este corazón te llama. Y las piernas de trapo agonizan en el estante. De las que las fobias acicalan con ácaros. Y guardo el frenesí en un pijama polar. Y libero la pena de un salto. En una colcha sin estrellas. Por eso repito: Mi vida es una mierda. Si tú me hubieses amado. Y yo no hubiera resultado tan egoísta. Aquí en círculo. Anillas. Y el olor reflejo de tus manos sobre mi espalda.

Petraeus

Las cinco de la mañana, y el dolor es tan intenso que me he puesto mi chaqueta del abandono. Lleva capucha, y va forrada de pelo sintético. Parece que te envuelve. Que te abraza. Que te susurra palabras en su inmensidad textil. Es vieja, descolorida. Una abuela chaqueta. Llevo horas con un dardo atravesando la selva de mi rostro, a la espera caza de tomar otro calmante. Y en este alba de gárgaras y apatía. Vecinos abren los ojos en el edificio, con las luces de sus habitaciones. Ruidos de puerta. Y yo ataviada con una prenda que sustituye el calor de los que el insoportable posparto de muela te deja frío. Te deja indefenso. Mermado. Con un aguijón y sentada para no ahogarme con mi propia sangre. Miro de reojo la paz ridícula que me da un abrigo. Y un medicamento que media entre el infierno y el armario. Son casi las seis de la mañana y me duelen tantas cosas que mi chaqueta y yo. Nos apoyamos siempre en los gabinetes de cristal de las terrazas sin prote...

Guindas

Cuando enfermaste me di cuenta de la importancia de tu personalidad en mi vida. Y tenía, cómo ahora, un aro de óxido que circunvalaba mi triste corazón de poeta. Ya sabes que soy un desastre, me mancho al comer casi siempre. Olvido de llaves. Que no acierta la climatología y me abrigo en exceso o tiemblo a la salida del trabajo por la noche como un muelle con histeria. Estoy siempre a tu vera. Igual que una vieja canción de película. Pero tú te metes raudo en tu sarcófago de aluminio. Te aislas y no tienes ni el más remoto gen de empatía. Y me quedo torcida. Y con cara de hueso y yema. Con la boca abierta debajo del grifo. Aguardando una lágrima de agua. Y nada. Es un robótico trance que aniquila mi fe. Soldo mis heridas con plomo. Levanto las ramas del camino. Y acabo recostada con el mendigo duende que creció en campos de ortigas. Y sostiene mi pena. Y te cambiaba fijo el cromo:. De mirar a alguien que no le interesa nada y no es claro contigo.

La soledad galleta

En el poso. Desmenuzada galleta. La que asume su rectángulo. Y el aire descompone. Así es la soledad de lo último que queda debajo de todos sus antecesores. Con aroma de canela. Y los bordes de olas sin surfing. Te ablandas con la lluvia. Te aniquilas en el sucedáneo lácteo. Y notas tu cuerpo de arena ante la soluble melodía de un vaso, acompañamiento de cámara. De los que lloran la distancia cada noche en un respiro de intentar calentar las zonas aún secas de la inundación de los seres desnudos. Me gustaría amar cerca. Y alejar lo "in-amable". Sentir lo que amo y liberar al amo. Dormir con lo amado y que el amado me amase. Pero los niños han crecido. Y mi amor no me ama. Y me quedo en el fracaso nocturno de una canción de hospital. Con la última galleta sacada del pantano. Rota humedad. En una cama. Donde mi estómago acaba de engullir lo único que me acompaña esta medianoche.

Detergente granulado de lengua.

Ha llegado un punto que sólo te importa lo que no te hace daño. Qué tomar la medida de las cosas: el azúcar con el mástil de una cuchara, el cazo resuelto del detergente, la complicidad del beso. Se mesuran con la instrucción de que no por mucho ni se ama ni se asea o edulcora lo que realmente precisa de nuestra parte Polígrafo del que a veces un rato es una carretera interminable (y no una rata en la mandíbula del gato...) Y que por mucho mejunje que apliquemos a la herida. La herida resolutiva: duele. A pesar de que creamos que con la cantidad exacta podamos salvar los trozos de vida en extinción. Dulce, limpio, baboso pringue. Que nos mata con el fin de todo refinado proceso. Así que besa, bebe y beneficie. Yo sea feliz. De una puntería vez.

Carambola

Esta noche Rocío Jurado, apareció en sueños. Igual que a Marc Anthony. Y me cantaba: Como una ola... Y seguía por bulerías. Y luego se metía con el agua que no has de beber déjala correr. Así que con un running acuático me he despertado con la garganta seca. Tal vez canté al espectrómetro de la conciencia. Y deba dejar que la ola se esté quieta de una vez. Llegaste tú a mi vida.

Demencial

La noche estrellada de Van Gogh de bruces a unos ojos que gracias a la conjuntivitis berrean la lágrima del viento. Entre huecos de colcha y un libro gimnasta de piernas abiertas callado cuando no leo su pequeña tipografía. En pausa. De noche. Con los acuíferos reposo a la luz de un cuerpo en pijama y la cordura del aislamiento. De la isla con sus semejantes. Y un amor que no acaba de sentar a la furia en tantas sillas distintas que uno ya ni recuerda la flor de calabaza que brotó de la palma del zoo.