Quise salvarle, como una engreída profeta, quise andar sobre sus aguas, pero, su artículo, su caja de abismos, rítmica maleza de garriga estaba atestada de selva con demasiados juncos, anfibios lodosos compartiendo espacio en su corazón de tinta. Y caí buzo. Y manché la cara y mientras con más ahínco quería auxiliar a Ofelio, mis pertenencias de brazos, de textura epitelial verso gestante biplaza de harturas se llenaron de la única profecía del azul titánico mar acabando exhausta en una empresa imposible; toda mácula, toda poro, flor metida en vaso con el color del recipiente, boya de platanal. Le quise hacer semilla, salvarle de la cebada fiebre del heno, y lo único que supuraba era una mujer negra convertida en pantomima a la luz zócalo de sus ojos. Mi silencio no es porque ya no te ame, me he ido con ellos, viajando en el reverso de la hoja en una decisión de no morir por desprecio intentando resucitar al dibujo, yo que soy cardo, aguja de pino, veneno, qui...