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Mostrando entradas de noviembre, 2020

Resonancia

Enciende cada farola de la calle el amor que muda de techo, que se resiste a perecer por los desagües igual que la lluvia intermitente. Las puertas cerradas provocan temores, te recuerdan el desamparo, al frío de los metales de los balcones sin macetas. Por eso al unir tu pesar con el mío hemos abierto lo imposible, el canal, la esperanza fritura del aroma del que tiene hambre de besos. Porque cuando yaces, oigo a dos metros de distancia el esqueje de la vida, la proximidad de tu ruido. Y los atesoro como fotos antiguas y cucharas de plata. Describo la lentitud del poema para confesar abiertamente que amar a la noche te cubre de estrellas y a la vez  te lastima en un viaje de  autobús, de sopa de sorbo, del vaho que irradias  a esta mujer que tiene sus muertes contadas de sarpullidos de penas. ¿No crees que a veces el trabajo en equipo es un amor que no tiene uniforme? Que asumir pinta hiedra y que olvidar enmohece. La puerta se ha abierto.    

Medallones de merluza

He agitado con fuerza los árboles para comprobar la resistencia de sus manos. Cayeron frutos con el  tono de la arcilla y hojas con la debilidad de las falsas promesas. Es interesante la canción que acompaña al salto de cada uno de ellos; silenciosa pluma de anorak, mota sobre la consola del videojuego. Una a una, van lanzando su estela y conviven con el hueco que le ha permitido cada casa de persona. Una se siente, así, con el resurgimiento de la tierra en melodías cavas con aquellos lances donde todo era amor. Barrer los campos del expolio y sostener los ladrillos del derrumbre cruel del que deja de amar. Poco a poco, con la antítesis de la flor. Los anuncios de teleseries que nada tienen que ver con la película y campañas comerciales que desprenden sus tejidos de las copas. Abrumadora faceta de los pescados congelados. Baladas de incienso. Comprimido y entre paréntesis. Hacia el suelo. Hacia el arcén. Hacia el contenedor. Mientras tú ya has cambiado de acera.  

ELGA REÁTEGUI: Lluïsa Lladó: «Vivo con el yugo de la poesía»

ELGA REÁTEGUI: Lluïsa Lladó: «Vivo con el yugo de la poesía» : Lluïsa Lladó es poeta a tiempo completo. Es parte de su carne y su oxígeno. Ella es la poesía. Sin personaje ni actuación.  Y a la hora de e...

Un puñado de arena y frío

A veces existen personas que nos cambian por objetos, somos canjes de una moneda por otra, que piensan que el amor vale su peso en ogro y que obsequiar con aquello que provoca una tormenta de arena no tiene ninguna tasación. Soy capaz de levantar imperios y construir los más flamantes ríos, cerrar los ojos y musitar palabras de mazapán y confitura, abrazar con la embestida de los troncos que se despeñan por las cataratas y escribir poemas ligeros que con el simple suspiro del reproche planean pétalos. No tengo pez que pueda arrendarse ni empapelar con un bonito aderezo de charol. Ni siquiera un trozo de tierra donde enterrarme. Pero, te prometo que en coraje no existe sucursal ni casa de empeños, ni bolsa de Wall Street, ni subasta, ni tecnología que supere a la franqueza de unos  ojos en la niebla.

Green monkeys

Este trámite de canjes, de acciones en bolsas con dispensadores bíblicos que nos purgan las manos. Ningún oficio está exento, todos pertenecemos a la horda de limpiar la conciencia, de eximirla de remordimientos. Me quedo un rato observando y no existe mostrador que no luzca su bote de fisonomía par, con el líquido que esteriliza los pecados. Fricción constante de gel, olor plural de desinfectante, hijos de nombres distintos. Las manos de escamas y tú con la seguridad que has olvidado lo último que has hecho, el pastel que has comido, la fuerza de la abertura de un portal, La pulverización cutánea como Pilatos que frota los recuerdos en un exterminio de la vida y te acurrucas en el sofá pensando que somos monos que duermen en camas, monos que sueñan con la selva madre que nos echó a la mugre. Y lloran verdes.  

Otoñocalamidades.

No puedo pintar de azul las paredes de mis poemas. Ni abrir las persianas para que otro amor llegue con el castaño y la hoja lima. Si la última esperanza 007 ha emprendido su misión más arriesgada y los villanos hacen hogueras con aparentes causas. Antes nos curtíamos con ideales, leíamos libros en camas de muelles y pensábamos que un teléfono no podía volar. Las velas iluminaban los cristales octubrinos y un tufo de parafina convulsa pululaba por las escaleras; era un mundo de vaquerías cerca de la casa, de platos con setas, de amores adúlteros de carne. Ahora con la red social la vida presenta la eterna sintomatología del Covid: Se fornica con los píxeles de la distancia. Nada huele (hipoxemia) con el deterioro del sentido del buen gusto y el fin de la asfiXia.