El palacio de cristal
Recuerdo una tarde gloriosa de toros donde el poeta alabó hasta quedarse sin uñas una obra clásica que perdurará en un mundo que los árboles son violonchelos. La verdad, supuraba de belleza cada estigma y la comparsa que sostenía a la soledad física era una cuadrilla de hojas. De aquel acto de músicos orquestando en medio del naufragio. Rosas abiertas entre mi sexo para sentir la vergüenza ajena del que torea un gato y aplauden desde la grada: la hipocresía, el prestidigitador y el alambique. Salí a la calle, a lonchas como un fiambre envasado al vacío. Precisaba sal, aire, un trozo de servilleta para escupir aquel chicle. Y pensé, dentro de mi gravitatoria pecera, que yo busco entre los escombros una hermosura que es la de estar vivo. La real. La que se pudre. la que se siente a pesar del cloroformo. Quiero lamer la gota de sudor del camarero oriental en mis versos de nadie, que el cuponero de la O.N.C.E. se acomode con sus miembros. La suciedad de las es...