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Mostrando entradas de enero, 2020

El palacio de cristal

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Recuerdo una tarde gloriosa de toros donde el poeta alabó hasta quedarse sin uñas una obra clásica que perdurará en un mundo que los árboles son violonchelos. La verdad, supuraba de belleza cada estigma y la comparsa que sostenía a la soledad física era una cuadrilla de hojas. De aquel acto de músicos orquestando en medio del naufragio. Rosas abiertas entre mi sexo para sentir la vergüenza ajena del que torea un gato y aplauden desde la grada: la hipocresía, el prestidigitador y el alambique. Salí a la calle, a lonchas como un fiambre envasado al vacío. Precisaba sal, aire, un trozo de servilleta para escupir aquel chicle. Y pensé, dentro de mi gravitatoria pecera, que yo busco entre los escombros una hermosura que es la  de estar vivo. La real. La que se pudre. la que se siente a pesar del cloroformo. Quiero lamer la gota de sudor del camarero oriental en mis versos de nadie, que el cuponero de la O.N.C.E. se acomode con sus miembros. La suciedad de las es...

Cola de caballo

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Los muebles reposaban en el lugar exacto del ayer pero los enseres habían cambiado lo suficiente para que los ojos no caminaran a la alcoba. Tal vez en los viajes muta algún fusible y simplemente en nuestra propia voz existe un pájaro que muda las alas y cada agravio es solventado igual que fueron las caricias y el jadeo, un sello sin retorno. Uno o luna, puede ascender los más remotos enclaves, atravesar pasarelas en tránsito y no dejar caer ni una lágrima de mercurio. Ver escenografía de pavos y el cielo, con un bisturí sajado, anidar nubes. Pienso en lo mucho que he recorrido sin mover ni un peldaño de mi escalera. Donde giré la piel para el consentimiento del tulipán y quién erró por las curvas de los mapas sanguíneos, hierro de luz, acuífero de rana, semilla del amor más lujurioso que los americanos hayan inventado, fue un héroe observando un acuario porque en casa me convertí con piernas.Y aprendí a vivir sin tu cáliz. Aunque el alma esté envuelta de toalli...

Deliberada constelación

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Cuando escribo de la belleza me enojo con el manifiesto de las cortezas "cocodrilicias" del sentir que emerge chorro, de la cantimplora del alma como en una carrera de "panty" porque anhelo poetizar la belleza del cemento. La de los ojos de la gente que con la primera niebla reparte folletos en los buzones. Los que asidos a sus carros golpean su rodilla en el socavón del callejero. Los urbanos que despliegan las mangueras disipando el hedor del orín de los festejos noctámbulos. Esa, es la única belleza que importa. Tal vez, la que parca se valora porque, también, tiene el verso de la tetraplejia , el éxtasis. E intento con mal fruto que la avenida sea de los expulsados del paraíso por los azotes de quien aparca la palabra entre su ruta.

La butaca del tren tiene un hilo azul

El hilo de la butaca tilila un ejercicio acrobático y abandera el cabello de su tapiz. La calefacción lo doma a su antojo igual que el tiempo con las personas que pensamos en la libertad del individuo y cosidos estamos hasta el tuétano a la vanidad y los desodorantes.

Silencio pájaro

Los vecinos vaciaron el casillero del poema... Cuando regresé del viaje los vecinos  habían tapiado todas las cavidades de su fachada con un esperma gris de progreso cimentando la vida que albergaban sus tumores. El pájaro que acompañaba el despertar  no disponía de su nido y vete tú a saber por dónde moraba  ahora su escandalera.  A mí,  no me disgustaba,  era como un árbol plantado en medio de una central nuclear.  Alegraba desde el metal del terrado el cacho de cielo que desde la ventana podía volar por los aires. Un muro cerrado. Y la ausencia. Con la marcha de la existencia animal. Cambiada por el inexorable ruido de la nevera, los generadores y las alcantarillas. El mirlo, iluminado. Que parecía un pirata sobre proa y me recordaba los bosques de coníferas  de mi tierra muda por los vecinos inquisidores de la libertad  y su mancha vomitiva contra el arte.

Horus

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Los abrigos sin capucha son tristes pues parecen decapitados con la incapacidad de cobijar el pensamiento. Luego perdemos la caperuza que perteneció a un cuerpo de tela rojo, semejanza de la mano cuchara, que pide la limosna del frío o de la lluvia. Suelo taparme la cabeza, con la extraña manía del ente, que cobija la corona en una pose de embrión. Por eso a pesar de que en Mayo todo el mundo ha pintado sus cobertizos; resisto a quitar el apéndice que como la boca del pez hambrienta se queda en una flor de sequía. Los abrigos cuentan  historias con sus intrigas de bolsillos y cremalleras. Y sus extremidades, haciendo la parodia de un monje pueden ocultar las nubes. Hay abrigos que han sido el calor humano que huyó de la ciudad esteparia.  Un sopor necesario con el cuello roto de una familia separada.

Papel rosa

Había en la estancia un papel que adornaba las paredes con una textura de grano que olía a pan. La decoración compuesta por flamencos en el espacio como violines horizontes recordaba el ocaso de niños en charcas. Supongo que todas las salas de espera visten entre lo ceremonial y lo salvaje. Para que el ojo se acomode y el corazón de gelatina cuaje el tiempo sin la arritmia de los trenes. Porque dudo que solamente exista lo que podemos retratar. O bulle algo más ético en la sabana con el artificio de los besos y el sismo del síndrome de piernas inquietas, en la sucesión consulta de nombres. Campañas de uva y la imagen de lo transmisible para ser consciente de que la Navidad es un pretexto. Con turrón en agosto y odio macerado en pulseras. Pronto saldré de este habitáculo con la piel quemada pero sin la obligación de ser un ave de papel pintado que por muchas alas de acicalamiento volar no implican, ni querer subyacen en un mundo de metros bajo los pies. Una ca...

Navividad

Cuando espero la carta o cuento las sillas del comedor vacías. Y tengo el frío nasal que no puede ocultar el rostro. Yo, como tú,  maldigo este avatar de folletos y de pasquines. Me cruje la vértebra hacia Levante. Y un ligero sabor a gamba naftalina recorre el pasillo de una niñez que melancólica te chupa la cabeza. Quemaría los abetos de nylon. Y raptaría los ágapes para los niños sin boca. Cada palabra sería maldita. Y con un martillo golpe a trago sabotearía trineos y la fe. Pero, aquí estoy,  con la fibra mutilada sonriendo a los escaparates, al cielo, al objetivo. No me importa si mi ropa huele a asado y si tengo una espada en el ojo para sentir el amor. Soy agradecida con el peregrino y sacudo mi pulga esperanza porque todos, todos,  tenemos garajes inundados de mercurio. Heridas extintores. Y noches de hospital. Fue duro el camino de liberar la ira de esta lava nupcial de celebraciones. Lo hice, porque echar la culpa a los demás te invita...

Primero de año, el inicio

Esta sensación de silla, doblegada al festejo de los anacardos y la audiencia. De ojos cuervos y corazones maza de pan enharinando el paisaje de la sucesión de los móviles. Silla con cuerdas de pies de plomo y pinzas de madera parda en el hilo como gorriones que mudos se sostienen. Los dedos de reposabrazos y el cuatro con la observación del niño a la mujer para la vejez de todos los propósitos. Sentada en el descampado con hermanas de otra carpintería de cigüeña. Ojo del mundo. Para alzar su cobardía y ser avión.

La petarda de las medias

Hay rías sin afluente que a medias no tienen semana y viven del cuento de las divagaciones que aparecen en el instante en que un frito deja de salpicar. La verdad no me molesta que la Princesa Leía esté arañando el móvil los festivos y temporadas varias. Parece que el traje ya no vuela. Y prefirió a un notario con plaza fija que a un lobo ambulancia. Nada sucede por casualidad... ni las muecas ni los primates gibraltareños. La molestia gástrica que supone en mis sobremesas. Pero no la culpo el membrillo dulce de su lengua más vale que una portería en Madrid. Y hay quién ante el vacío de su nevera llama al Telepizza y dibuja corazones con sarampión, admirada Leía porque ya sabes que en casa del herrero vivo a ras del inocente monigote que escribe rimas de palo. Feliz año a los recuerdos que ni con disolvente se van. Nave lila, roscas en el pelo y un millón de constelaciones.