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El deshielo del sentido común.

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Y resulta que existen jornadas laborales de conversaciones pendientes. Te da por hablar con los que se fueron, con los que se apearon sin notificación asintiendo el rasguño de la balanza, de aquella amistad que vestía de azul los momentos, siempre, con la palabra adecuada, con el ritmo de la justa vehemencia que no se puede descarrilar, el hierro que sabe a miga, el limo de todo trance con el papel de la mediadora de la brújula de los idos, en estas conversaciones de mutilada entre un cerebro de cata de vinos, para los que se fueron. Con el año, con el copo, con el agua vertida de los cubiletes. Y te da la espina por no dar la rosa que duele, la ausencia de los batalladores de los hilos hechos embuste, de la paz en tertulia, la malabarista de la experiencia, hablar por hablar, justo en el diapasón que emite la ola acústica de los que se fueron y aún están sentados cerca mirando como se desintegra la primavera de los poetas sin lecho.

Sin título.

Las misivas son claras y su tristeza asumo de notar arrancado el plumaje de las alas del ángel tal vez la hora pasó de largo en el tren y los momentos que ambos residimos se alquilaron por fotos a la expectación de un juego que mermó los alientos de los que nadan sin isla con los miembros mortecinos y que ahogan el agua de la sal hacia la orilla de oler su soledad prolija y no poder evitar las lágrimas al leer sus poemas del balido trabuco a la herida de la hoz que pule mi garganta con el veneno soporífero de las preguntas de si alguna vez amó más que a su futuro de burgués y si valió la pena apresurarse en el último momento a esta vida de calcio de fugitiva que se cansó de esperarle detrás del adjetivo. No puedo evitar llorar cuando leo su poesía. Ll.Ll.

La imperiosa necesidad de escribir,

Ha de entender que la poesía habita  en los malditos puentes  de la hermandad que vive  chocando sus coronillas  contra el sistema  de las rancias auroras, púgiles intentando taladrar a las palabras. La escritura se desliza igual que un ciempiés por la médula, vértebra a vértebra, te clama en el hígado supurando en sobredosis hasta la extenuación la sangre negra. En bandada de proyectiles  el alma entre los versos un  gallo de pelea que  lanza los ladridos a los soles, contra el pan duro, las manos del plástico, las flores huecas, la inmundicia del ser gusano. Filantropía homicida que necesita cacarear. Aunque sea debajo  de las aguas  de los barcos  para morir escribiendo después de la lluvia.

Lila casi rojo del mar que fluye.

He tenido una revelación con el firmamento de piedra cobijando a las aberturas. De las manos que danzaban sobre la carne, en la pereza del poro en el estómago por no haber luchado lo suficiente  y el abismo,  que se han cernido sobre él, como el agujero de los ojos de una máscara. Creí lampara, tostadora, borracho tocadiscos, que las manos eran tus primaveras, y el aroma a azahar invitaba a beberse, a estrangular el aire que cuidadoso nace de entre las plantas. Corriendo entre los naranjos, con los pies del verde, aniquilando los pasos necesarios para subir a la luna, con el pensamiento en el defecto de las máquinas, en las chapas alicaídas de las botellas hambrunas, de los sexos complacientes en los palmerales, de canes con costillas, de aparatos sin radio, corriendo ecos entre los naranjos hacia la boca del ahorcado. He tenido la revelación del poema que muere cuando está escrito.

Ánade

Qué pequeño el corazón bajo los radios del recorrido divergente. Córdoba con su perfil de fruto abre de río en rama lo que de germen hoja renace de este hombre del cual enamorarse de su respuesta conducta inevitable es. Cómo no amar al remo. Cómo no venerar la raíz que lo sostiene. De conjuro de mudo. De nuez a su garganta. Del que repara y no agreste, pues,  nadie del cuidado sale indemne,  y por fin el amor se ha engalanado de rojo beso y las ciruelas que sanan del escorbuto a la soledad con sus esbirros.
Aguardó la palabra, pero, voló entre las gaviotas con el testimonio de la piedra que diseccionada no otorga a la chispa la oportunidad del incendio. Ha calmado el ojo que sostenía al zapato para no acudir a su portal y golpear su nombre hasta la extenuación  de los renos. Y miró la decimonovena mordiendo su mutismo de lengua que se hizo granate. Le esperó con el frío de los pájaros. Y tomó el billete de la prudencia del que abandona por profesión. La última palabra de entre las aves camino del vertedero de los magos y de los cobardes. Para dar las gracias a los que ganando pierden y usan prótesis para el miedo. Porque yo hubiese viajado  con  vos.

Hermes.

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Y me hizo volar donde las aves no existen y el cielo cierra en viernes. Cuando los paracaídas dormían en el terraplén y una caricia podía salvar la vida. Volar, o caer con las alas de los que nacieron malditos. Caer y pensar que flotando no duele la precipitación. Amortiguar el desastre con los apósitos de nadar entre las nubes. Sobrevivir y ver desde la cúspide la verdad, la pose de lo que era más que un hoyo. Escribir aterrizaje para salir con la escalera de las palabras. Para retomar el vuelo. Ll.Ll.                                                      Ilustración de Erika Kuhn

Las tortugas del país sin concha.

He hablado con vos, la tregua mediodía, la voz cantante. Me habla usted Madre, que la felicidad ha varado en el puerto, que los lirios florecen y los escualos se desecan en la playa. Ante todo Madre, decirla que la amo, en un mal poema reiterativo de amar a lo que nos ha dado la vida y que por ese designio la puede usurpar. Feliz no, Madre, no soy feliz. ¿Cómo puedo ser feliz? Nunca conoceré la felicidad de las iguanas, los fantasmas jamás abandonarán la línea del combate. ¿Feliz, cómo se siente un árbol? Los árboles lanzan sus frutos a la tierra, con el tiempo en comisión oportuna, sus frutos se caen, hasta pueden ser por infortunios del proceso o para el alimento de los pájaros. Cómo ser feliz. Si al árbol le han arrancado sus frutos, ha sentido el tallo verde, el crujido de la rama, la rotura de los ligamentos de sus semillas. Feliz, no Madre. Cómo puede ser feliz, un árbol que fue expoliado de sus frutos, antes de hora. Arrancados como ojos h...

La simultaneidad de los heridos.

Podría conversar de las sequedad de mis manos, del ligero temblor de la cortina en las ráfagas de la medianoche, de la riqueza del pensamiento, de las enaguas en almidón que mueren ahogadas en detergente. Podría..., contra la araña que soledad cuelga del techo, y los ojos de la impaciencia para beber la imagen de las cremalleras, del pan molido y las fresas que nacen bajo los escombros. De la pena rebozada, del sentir que lía y se fuma solo su desdicha, cruzar las piernas, observar los miembros, retener cada bocado y pensar que esta noche de sartenes pululando aceites refritos, no existiría mayor colmena que apoyar mi rostro y escuchar el latido, dormir sobre las ramas de la canoa dirección desconocida. Y despertar con las anacondas. Amar en estéreo basta con calibrar los tiempos del revólver.

Signo de aire con tendencia al caos.

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En algún que otro jueves me da por escribir el idioma de los besos, con la nuca dolorida, de dormir delante de la computadora como una flor sin agua. Las mañanas angostas, con  apenas el sol en la rendija. La acera en un papel calibrado con la velocidad de la luz en olimpiada de caminos, con la fatiga de abandonarse en un escalón de la vía, y llorar pergaminos rojos de las heridas que llagadas no dejan de fornicar. Sembrar en un eco las cosas que no podemos decir, lo prohibido a los ojos ajenos, a la mediocridad de las orugas que mueren en los radiadores de los coches creyendo que fueron mariposas. La letanía diaria, como en un suplemento  de solares en consternación arrebatando las historias de aquellos que visten trajes azules, y que con un vaso de agua se embarcan a la aventura. Miro la maleta. Miro la ciudad que despierta en negrura. Y entiendo dentro de la histeria la fortuna de tener nombre, zapatos y cama con los parachoques pujando al olv...

Granadas y moscatel.

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Enamorada malandrina con corriente de agua hacia las ciénagas colmo de ti remolino del tallo que guinda escoge tu mano en mi cintura. Y las bocas broches de ligereza en regreso sentido intacto de tus ojos que de la oscuridad ilumina las candelas. Miente esta noche en el paraíso de la compuerta de los veleros en el tímpano que sufragan esta brisa de labio  con labio  de espira que difumina a las luciérnagas. Di que en esta tuerca de destino, tu y yo, en ejes maniobrados viramos anclas hacia la locura de apurar los cuerpos como prenden las amapolas  en el infierno. [Aubrey Beardsley (British, 1872–1898),  Isolde , n.d. Line etching and printed color. Courtesy of Landau Traveling Exhibitions.]

La odisea del traspapelar: Trainsportting

Las cartas que colocadas demoran bajo los portales y esos anuncios televisivos que siempre refriegan a Diciembre como el peor mes de los dioses, lo comestible se triplica y en la avenida, esta mañana, la gente viajaba en micro-obuses con caretas de amianto. En carteras en marroquinería y niños que flautistas alegraban los recovecos habitados por ratas la noche del minuto once en que justo pasando el camión de la basura una botella se descorcha en un Concorde que cruza el cielo sin faros antiniebla (maldita economía sostenible). Podría desfallecer, y ser la papelina que intenta usurpar la puerta, y me quedo catatónica, parada, en caricatura felina esperando el imperativo desigual. Decir, ven. El cigarro que se consume.

El malabarista que arrojó al suelo sus bártulos.

No ha sentido alguna vez la flexibilidad de los momentos de los tubos naranjas  que oxigenan al butano, o la rigidez, de los milímetros en las reglas para medir el corazón de las personas. Ese abatimiento del ala metida en piedra, como una luz cegadora que impide leer la quiromancia del vino, del desbordamiento del embalse que en ola avanza hacia citas que nunca mojan la interior. Y ha desprovisto los anteojos al miedo y ciego ha avanzado hacia el hilo de una navaja que abre la piel madura en cronología para recoger los cristales de los amores que a quemarropa descosieron las etiquetas. De los que no aprecian la maleabilidad de las palabras.

Esponja Marina

Me he quedado con toda tu tristeza envuelta en una bata polar después del café de los tiempos pisados. Soy una osa que ha perdido sus cachorros, que bebe Coca Cola para arrimar el frío con ginebra, y se apodera de toda tu pena para liberarte. Es el problema de la empatía, de los años que te amé en desuso. Hablas aún de tu padre en presente, no eres real de todo lo transcurrido. Yo ya no te amo, se me fue el amor por el canal del parto. Naciendo una porción de nosotros no mismos. Hoy te afeitaste, no querías que te viera gastado como un billetero de ferrocarriles, hemos sorbido de la taza los momentos que ya ni siquiera sabemos qué comentar. Te refugias en la sección de deportes, en buscar la lotería y murmuras la mala racha. Tu brazo se ha quedado con la tensión de todos los veranos. Y te doy instrucciones de cómo afrontar el estado gaseoso de la muerte. Me he llenado de tu sufrimiento para que aligeres en nuestros peajes divergentes....

Sin título.

Sí, el encuentro está próximo porque mi corazón late como un barco metido en una botella de vidrio. Y mis labios se asemejan a las anémonas en tregua marina para ser letra de carta, de la mancha de ropa, u ojo bizco en cara oportuna. Sabe que el peligro acecha en la cola de las urracas, en el collar de oro que fue pago a Celestina, en los surcos de los ojos, en el leve temblor de manos empuñando el arma de fuego. Si el encuentro está próximo que puede el rocío del nido de las plantas, y de los dedales que cobijan a la huella en el set de la costura. Tiemblo de emoción, como un ninfa que besa en las manos a su verdugo.

CMYK

La concha en naufragio se entierra, aguarda la parsimonia  de las redes haciendo prisioneros a los delfines. La embestida del oleaje en espirales confusas en una marea  que saturará a sus fosas nasales, a los ojos del colirio, y a tanto chisme molusco. Atrapada en el arenal desea que la marea la engulla, quieta con miedo, convencida que será una  de las muertes más saladas. La concha sin extremidades, que espera que venga el mar y la salve, de la monotonía del que pinta con un solo color.

Los momentos revividos.

Me gustaría que fuese franco, y si malvive la posibilidad, de guardar en botes herméticos los besos y el sonidos de las alas de la risa campaña a través  de las fracciones, en el espacio como un collar de cuentas que nos hizo dichosos, a pesar de las cicatrices y de los transportes que descarrilan una vez pasado el aire por el pulmón perforado de las ruedas. 

Los crisantemos naranjas.

1. La soledad. Colmar de vaho los cristales  del consumo rápido donde los grillos han muerto de silencio y la intemperie de los andenes se abriga. 2. El enigma. Que de mi vida, tú, eres el desorbitado, el tumulto, el colosal enjambre que hurga mi sexo en escuadra  para sed y viento, pero en ganas y molino, de desaparecer dentro tuyo buscando el recodo inscrito de lo que uno no planea y vuela,  vuela lejos con la salamandra. 3. La fe. Que me has llenado el vacío. Que en mecanografía viertes sendero. Que tu mano mece y yo caigo a los abismos del grito poético entre tus carnes. 4. El nido. Anacoreta de ojos de mares de Lorca, de pecho alféizar en la casa de tu casa, abre las alimañas y deja que esta hiedra, que este geranio roto, que esta mujer de vendas,  de avatares y de pasillos  con tacto, con risa, contigo por siempre como un tatuaje de inicio abra las ventanas de la torre. 5. La verdad. Par...

Flor de almendro.

Amar, todas las ramas la flor el bulbo el vértice. Amar, cada uno de los esquejes el fruto la hoja el pétalo la semilla. Amar si amas debes. Amar, las raíces sucias las espinas los nidos abandonados la termita, la larva de la termita, el musgo la corteza húmeda los árboles retoños del árbol grande. Si me amas debes amar la descendencia de mi genealogía.

Triquinosis.

Maldeciré mil veces los harapos de la piel para darla de alimento al repudio, juraré en falso cada documento y los murciélagos colgarán como lamparas conyugales. En esa costilla rota, en el diente de león que vuela alpiste con la mentira de que no amo lo que si amo, y pretendo en ecuación intermitente cazar las esperanzas de todos aquellos animales que acorralados buscan la brújula en esta nueva colocación del zoo, para desmentir la verdad y acallar la sincera por trampa. Comer sin hambre, tragar las luces igual que poros en la tela del circo, cortar todos aquellos sueños donde las palomas recitaban versos ocultos tras las lunas. Y sus picos se encorvaban al ritmo del cacareo del corazón cuando late deprisa y no debe y muere en un chasquido en las estancias de los murciélagos colgados en el techo. Si ya no puedo, decir, y en ese amo de no amo, de dueño sin hostal y de caballero sin caballo. Voy a morir en mi mentira, de flamencos rosas en lagunas metidas e...

La liberación de Sísifa.

La profecía del hombre que sostiene la egregia piedra, y cae, y la remonta, y cae, y cae, y la levanta, y de nuevo la sube sobre sus hombros. Carga prolija, del hombre que es una mujer, que gesta en su columna una roca latente. El agotamiento que se crece río, y el bulto entre las carnes del amasijo de metal en un desguace preñado que expulsas y vuelves a recolectar. Mujer  que sostiene la egregia piedra, y cae, y la remonta, y recae y la levanta. Tú siempre en la acción de ser tu propio peso.

Narciso y Eco.

Cuando tengas ganas de morirte  esconde la cabeza bajo la almohada  y cuenta cuatro mil borregos.  Quédate dos días sin comer  y verás que hermosa es la vida:  carne, frijoles, pan.  Quédate sin mujer: verás.  Cuando tengas ganas de morirte  no alborotes tanto: muérete  y ya. JAIME SABINES. Eres especial como una ventisca de nieve en la playa, que nunca se mide con el baremo  de calibrar más con las manchas que con los centímetros. El botón verde en el vestido de novia, y las siete patas de los perros en un planeta, peonza de la galaxia. La luna cuadrada con lobos de lana. Los dioses unicelulares que no existen en la aritmética del uni-lateral.verso Mutilador de las personas que de verdad torpedean con el  buen hacer de los amarillos trigales. Para no entender del perdón en lengua cervantina, frente al descaro de su selección natural. Será cuestión de rarezas, ser genio sin lampara y ara...

Tifón de las ánimas.

De qué sirve el ruido de la guillotina cuando otoñal cede su hoja en el cuello. Presa del varadero que intercambia la angustia al terremoto de las iguanas y diluye el cianuro como la mancha de sangre en el lavabo después del suicidio. No, no deseo el bestiario de aquellos días arrecifes, donde la dama caía con vestido caladero y los vacíos paseaban con café rancio en detrimento de la caricia. La negación del beso que tanto traficó, en purgas que erosionaban al mar. En este aceitunero apoyo mi cabeza, qué importa, si el filo agudiza y la nuca pende de la cuerda con el corazón entre sus manos, desguace de mujer viva con el Adviento. En hombría de método, en brisa boca, amor, cuenta la hebra y tuerce la puntada, que cosida prefiero morir en tu tierra lejos del marino león que canta a sirenas porque en ti puedo morir y nacer, y morir y nacer. El pasado no era más que una hamburguesa, comida por las hormigas en la bahía de los contenedores.

El elemento del fuego.

La llama. La quemadura de la vianda en la lengua paciente en el plato, que cede a la gula por el impulso del cubierto. El poema, a punto de saltar del trampolín de una página hacia el éxtasis de la asfixia. La velocidad, con las ventanillas bajadas a las nubes, con los coches en paralelo infringiendo las normas en el descuido de los átomos haciendo frente al impacto con el derrape de las ruedas en el agua. Y subir escaleras en contra de la marabunta en la terminal porque vas a perder el avión para anotar en el estómago el gusano del vértigo, del aterrizaje después de la tormenta. La calma después de la ira. El ansia al abrir una carta. El beso. La vela. El candil.  La llama. El elemento del fuego. La inteligencia. Que enciende la oscuridad en la noche. Cómo decir que soy una devoradora de adrenalina que muere como un pétalo entre los libros.

Anestesia.

Qué será de todas las muñecas de porcelana  de sexo indistinto,  blanqueamiento del derribo, rojo por la sarna. El misil, número sin número, que cayó del cielo, cuando en la niñez nos enseñaban que el cielo  era bueno,  que traía la lluvia, el sol que asaba a las patatas, la luz que cobija las manos que ahora sangran en el asedio. Estoy inmóvil. No siento las rodillas y soy un saco de cal que ya no llora. Cebolla bajo la tierra que sin raíces escucha los latidos de los perros. Sólo, aguanta un minuto más, juguete de juguetes que cierras los ojos. Mi cuerpo es ahora la casa de mis padres, y  sé que no siento las rodillas. La boca se llena de un amasijo de lo que por tanto matan, esta cucharada de ciudad que respira aguda el hilo que trae la ruina que baja hacia los infiernos. El cielo para el apátrida es el tumulto de los abrazos  tras los bombardeos de la  ira para los hijos de porcelana  de sexos indistintos. . ...

Canción triste de Bird-Street.

Cuando en Chinatown derribaron los bloques y en su lugar edificaron un aparcamiento de pisos, de esos, que en espiral levantan el ánimo. Creí morir de pena, la ruina fue sin previo aviso, con una antigua arboleda en barricada y un pequeño colmado que dispensaba galletas de la suerte a los que aún poseíamos la fe de que de amor se podía morir. Fue tan inmenso el vacío que las manchas de los perros cayeron igual que las hojas del otoño y el grifo en su goteo cantaba clerical al entierro de conversaciones, y aguas que se desvanecieron en trances, productos de la demolición. Qué duro encontrar la salida entre los escombros, poder tramitar cada una de las circunstancias a un destino de cuerpo encogido dentro del saco, de preguntas sin respuesta, de gusanos que se devoran ensimismados la seda, al no tener sustentos ni en la lluvia del oeste, ni en el canto de las piedras al caer con los hierros, ni en la necrosis que supuso la cobardía de los que se van y regresan, c...

La disparidad del mobiliario.

El sillón orejero. De brazos desgastados. Sostenido por cuatro patas de mariposa, aguarda el asentamiento de la colombofilia en busca de las migas del pan entre sus cojines azules. El sillón impaciente. -No,cariño.  Aún no ha llegado la _ora de sentarse.

Vistas periféricas de los ángeles sin ojos.

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La vida, esa apócope de poemas insertados en caras, labios, y estrafalarias apuestas de sol y de lunas con dientes. Como una alimaña enseña los reversos; pero, siempre hay un número que no cuadra con la llave de un hotel frente a la puerta 345. Llamar al servicio de habitaciones, olfatear el cloro de las toallas y buscar "rato-línea" entre los obsequios, cortesía de aseo, de una fábrica en Beijing que abastece con 30.000 pastillas de jabón, 15.000 peines porque existe la calvicie de las palabras. Y una esponja de calzado tan diminuta que no logrará acallar los pasos, de los maleantes que hacemos de la rima una psicosis, y que nos gusta lamer los dedos en sincronía ante el resultado de las catástrofes escritas. Todo cabe en un estuche, hecho para nomos, que recicla los instantes que tú y yo resucitamos en aquel hotel adyacente  a la antena de telefonía móvil, rebosante de "pajarocópteros" que no piarán lo que vieron. En la habitación 345. ...

La preposión del lugar.

En los triángulos y elipses. En las montañas y pendientes. En el veneno que cura. En lo que mata y debilita. En tiempo de dormitorio. En cambios de luna. En exequias y transhumancia. En querer y no querer. En la guerrilla de la pasta dentro del agua hervida. En quédate y nos vamos lejos,                                               junto al infierno. En el  credo y en el castigo. En un chiscar. En un portazo. En un santiamén. En una lupa, cerradura, embudo y latido. En una cuestión de ambos. Ll.Ll.

La evolución de las especias.

Las nervaduras del viento con la tamizada luz de Noviembre, de feriantes castañas y puestos de canela en rama redimen al kaos de los ojos. No se sabe muy bien la dirección del mundo pero las leñas cuecen en la supervivencia diaria, de palomas hechas de periódicos y embriones digitales que nos acariciarán cuando decrépitos nos cuiden la única matriz que alimentamos. Las máquinas, en constantes vitales de poema, de bultos frente a las pantallas, imperiosas voluntades que nos mantienen con vida.

Sayonara Cohen.

El vacío de un sombrero, junto a una taza (que contiene el pigmento de la tierra) sobre la mesa de mármol aguardan al poeta que no regresará esta noche   porque los trenes chocaron contra los márgenes y los aviones perdieron sus alas transformando las sangrías en orugas rojas con la pretensión de que la voz regrese a la trama de organza que detrás del visillo transparenta a la mujer, número 451. El café helado, en la espera impaciente de los lentes de la lluvia,  pétalos de microscopio, pinceles en los lienzos de los pintores locos. Leonard, cohe-xistes como el fantasma  de la ventana opaca que se encierra con la caja de música que bailan los trajes olvidados en el armario, que anhelan los versos de los trazos ácaros que no encontrarán la salida. Este garabato que lleva la muerte sin ojos, en la atrocidad de expoliar los siglos de la verdad cantada para que no la lleve nadie. Buscando en la cabeza, en la armadura de un ente que ha caído en las zanj...

La mirada llena de melocotones.

Y esa donación de la que farfulla el poeta, no concebirá el virus que atente a la locura de saberle, en cada momento de onda, de tener las manos plenas y sentir las dagas ocultas tras el pecho, y notar el corazón brincando carpa por las sábanas, solicitando a santos y a demonios que mis tobillos no anden, que mi boca no quiera beber del veneno que de su hombría emana. Postrada a la merced de las sanguijuelas en esta tísica esperanza, del fragor de los árboles floridos de su torso, de la palabra enervada que crece hacia el infinito, de que bajar al infierno y cuartear con losetas mi alma es mejor que rendir tributo a su entrega. Y qué puedo hacer, de este seísmo, que derrumba todos los acentos de mis poemas, de esta ansia de consumación para luego barrer la vileza, al ser un peón para un coleccionista. Debe creer que este mal no se porta de un modo extensible. Duele, y de qué manera. Para comer de su cuerpo, aunque sepa que al  alba olvidará el nombre, y m...

Punto y coma de volantes.

En el adoquín de la noche c on la luz encendida abrir las ventanas, no contender  el llanto literario que como un sarpullido es la carcoma del ecosistema del poeta en desuso. Necesita escribir en la ciudad de los muertos a las tres de la mañana, para el profano que cree que dicta la voz el averno; en el rato del hilo de que colgó como una araña en el tejido de un traje de Zara. Desea escribir con todas las fuerzas al desparpajo de la luciérnaga iluminada por la pantalla de un móvil. Con la comprensión de los renglones que escalan a la locura  en vuelos de avión de países donde nunca ocurre  gacela, nada, baches y pista. Escribir, una banalidad de tigres salvavidas.

La mostaza de Bóston.

Que rareza el sentir que formas partes, de maderas con canciones alumbradas y que el abrazo comprende el idioma de los silencios. Mirar de cola de cereza y prender las cartulinas que crean universos paralelos a la fricción de las manos  en los ríos de lanzar barcos de papel moneda. Este amor de gelatina  que ha venido en forma de trigo, que guía con su fuerza de pan a la aventura de arriesgar lo que me queda del alma. Tiempo hacía de noches sin luna, amarrada a las cáscaras de los lobos que hicieron la mortificación de pájaros en el lugar donde sólo deben crecer lo que él ofrece matorrales de moras y de helechos que aprisionan a la verdad de que de ésta, nadie, va a salir vivo. Y mientras unos se apean a cápsulas en esa huida perpetua de las sombras, existen miércoles que las hojas de mis vestidos  caen en árboles. Miro, al hombre, y en él hallo, la llave, el café, la salida , por un momento, de una mujer con derecho amar y a ser amada.

Compartir terrores nocturnos.

Ahora que la noche no la pertenece el pudor de que él vea los trágicos,  ida en otra dimensión, la convierten en un extraño pomo en la puerta de su dormitorio. En ese momento mil caballos por hora arrastran el cuerpo bajo las constelaciones. Los miedos que  se agudizan, toman por revancha a la niña del pijama  y tirita, tirita de frío. La desnudez de la inestabilidad mental, cuando ni articular puede la palabra con el trotar en el corazón  que conduce el alarido hacia la calle, en verbos de trementina hasta despertar del trance como un flecho. Esta madrugada de propia voluntad ella duerme sin el temor  al esputo del pánico,  permitiendo que el poema emerja submarino de entre, el miedo, las aguas. Y él, que duerme al otro lado, pregunta por el color de los monstruos que habitan  en los sueños de la mujer callada que mira a la pared.