Arranque de la semilla, de la diseminación, con el olvido migratorio de este cuerpo fluvial. Cada historia en una bolsa muda, la mezcla de los enseres de una década en la prensa absurda de un movimiento. Los dibujos lápidas, las constantes vitales de aquellas tribus que construyen un hogar en las aceras. La asfixia del empaque en la escalada hacia la cima de un techo que, probablemente, no nos permita observar el sol desde su cumbre. Y racionar la memoria en un depósito trastero. Y lanzar desde el altillo la paz que, un día, encontré en las formas inconexas del terrazo. Ya no dormirás en esta cama. Ni los canarios vecinales abrirán el silencio con su arritmia de jaula. El gotelé, testigo de amantes, y el zumbido café de tantos amaneceres que el abandono de esta ciudad, sesga la sombra en un trazo agridulce. Ni el suelo del verano. Ni el cielo de la alarma. Calambre de pena que enrosca bombillas...