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Mostrando entradas de julio, 2017
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La buena escuela, la de caminar pegadas como chicles a la pared por los pasillos en orden alfabético con la cabeza gacha y mudas como figurantes de un corto de cine de gris. La buena casa, de no salir de noche de misa de domingo, de tacones a los quince y fumar en el patio. Meter algodón en sostenes de supermercado y compartir la calada con niñas hambrientas de anarquía. Del rosario al móvil del mañana, dos rombos y pantalones pitillos. Crianza malhumorada de reprimenda y traumas. De la buena escuela, de la buena casa, sal, vino de mesa y gaseosa te aseguro que todo lo que sale de ella, es rancio. Malo de cajones. ILUSTRACIÓN de Erika Kuhn

Galápagos

Tal vez seamos cuerpos enterrados en la playa aguardando que suba la marea. Ingenuos deseando un sombrero que no es de la medida, añoranza de un puerto cuando resides en la mina de las vanidades. Tal vez cabezas expuestas a la primera ola, engreídas tortugas que desean el agua de la redención. E inmóviles son cebos para las aves Añorar la imperfección de la vida. Bailar melancólico. Acariciar a los gatos. Coger mi maleta y subir a una aeronave. La añoranza de lo imposible, de los árboles que crecen como dagas prostitutas: subsistencia, sobrevivir malviviendo a una vida de casillero de Monopoly. Abeja asexuada, rutina de desgarro la normalidad te mata. Lobo que aulla, gota que jamás salpicó de su agua. Café, sangre y mucha mierda disfraces que con hipo causan un aborto de enjambres. Está claro que hay silencios negros que hablan, que mi cuerpo adolece tu tórax. Deja que moribunda plañe el amor que jamás sintió tu raíz hacia mi isla Esta quimera es l...

De verdad

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No hay mayor tristeza que te retiren el cariño y la ternura. Que las calles no tengan salida y ser el zapato de un pie pequeño perdido en la acera. No, no hay mayor tristeza que un estómago vacío, que las manos abiertas esperando el rezo, y que la lluvia te cierre la verja, y que dormido el cuerpo duela y busque el abrazo, la caricia de nube, el pasillo redondo, los huesos en lumbre, la pena de andar por las farolas, no hay mayor tristeza, diga suerte, mosca o tranvía que morir y que miren por la ventana como te marchas sin música, tristeza de pan duro, a la soledad que fue de donde te sacó la noche. Con cariño y ternura. ILUSTRACIÓN de Erika Khun.

Deshoras y respiras.

A las tres de la mañana pueden ocurrir vidas paralelas, mientras unos concilian el abismo otros como llamas de gas nos consolamos con las redes, las redes metafóricas en luna menguante. El insomnio nos une en carnaza de luceros que nombran al sueño en conjuros. Apretamos fuertes las mandíbulas para que no huya la transición de las horas. Con la boca en cepo devoramos a todos los rebaños en cautividad. Y entre los que parece que la cafeína hizo trance existe el diálogo poético de los que leen, escriben y piensan. En Barcelona truena. Y un despertador ha sonado inoportuno. Musitamos a regañadientes la nana de los que despertó de golpe una mágica frecuencia. O fue un vómito carmesí que ha mojado mi camiseta con olor a polilla y los senos mojados por el pantano de mi estómago. Son la cuatro de la mañana. Y me siento una hoja bajo la tierra  y el estiércol.

Sabina tenía razón

Cómo un perro abandonado en la calle deambulando por la gasolinera con la cola extraviada y la lengua igual que un fleco desprendido y doy coces de burro y estiro las piernas y me convierto en un semáforo absurdo. Y en las aberturas se cuelan papel de impresora con la galería pletórica de bolsas y trozos de cartón lastimado, como un gran panteón familiar de restos y botijos. Mi abuela me enseñó una cosa, o quizás me lo contara en sueños mientras dormía en una puta noche de estío. Cuando te lanzan al vertedero, y es testigo la noche cruzada de las almas, y el cansancio se viste de chaleco mata-vidas, la bolsa cae en picado, y eres carne picada, tus últimos ahorros eran cuatro besos y una caricia de pago. Y los zapatos se ausentan, y lo que más amas, de repente, está ocupado depilándose el vello de las cejas. Y no tiene tiempo para el can lastimado, si la vida no es una película de Walt Disney; la botella de oxígeno aguarda, sabe a ginebra y a madrugada de perro ab...

Caos

Cuando estemos muertos y nadie hable de nosotros y las páginas giren por si solas por la ruleta lúdica del viento de más de tres mil ventiladores; y los besos sean muecas de bocas trasvestidas y los ascensores cuelguen de los edificios como fruta de un árbol y ladeen su música, y los libros: solteras con olor a vinagre y me mires y parezca una extraña foto de anuncio, y las ballenas sean huesos balísticos, y los gatos ladren, y tú me mandes por la cuerda floja, dentro de esa maldita cabina, ascensor-cohete de cinco dedos, manos y trozos de carne florecida, y me ponga la rosa por mechero a encender hogueras de pena, y los bolsillos de serrín haciendo de reloj sin agujas. Crea compañero, maniquí, cero estático, tocho de mugre y apariencia entre sadismo y veleta, que estaremos muertos y nadie nos salvará de la paranoia, ni a ti, ni a mi persona, cuando caigamos como manzanas de feria. Y estemos podridos por la audiencia.

Trombosis

Si sólo disparo en defensa puedo administrar la palabra de asesina trotamundos con la lluvia del palmeral que entre ráfagas cita poemas. Descifrar el código abierto y leer en los ojos la sentencia previa, las líneas de las manos reverberadas igual que en la nieve caen las huellas. Ser un muerto antes de nacer, tener los días contados por decreto igual que al suicida, su noche sin estrellas, el orgasmo teatral, las uñas, el bordillo del barranco, el azul en el pez. Un decapitado luciendo su cabeza como un trofeo. Caminando entre las zarzas, y hablando con el corazón porque la boca se llenó de gusanos, de las malas artes del verde. Una cabeza, entre el brazo y la cintura. Y lanzarla a la jauría por un billete de cinco euros. Para sentir la pena, la decepción canalla y escuchar la burla de los mirlos.

Tocapelotas

Existen personas que son águilas, vuelan alto y desde su lejanía planean su sombra sobre otras personas. En algunas ocasiones en forma de recuerdo, fotografía, cicatriz cercana al hueso. Pero, a veces la sombra proyectada desde el rascacielos, es fantasmal y larguísima, un matasanos que cura con cianuro. Impide el crecimiento del ser porque crea la dependencia de las aves. Águila bajo ratón. Suelta el hilo de lo que fue y no pudo haber sido. Y deja que el roedor ame como si fuese el último tigre de la selva. Suelta su mano y deja que descubra el bosque. Porque tú tienes una vida. Y no es la suya.

Ducados

Este sábado, es de esas noches que fumaría un cigarro, dejando que los ojos en la oscuridad abordasen mi intimidad desde la distancia de este ático gris. Fumaría y entre calada y calada, leería recetas de cocina en alto como si declamara un gran poema. Etílica con carcajadas invitaría a un marinero hospedado tres manzanas más abajo y un portero para explicarle la teoría de las sirenas disfrazadas bajo la piel madura del engaño. Soltaría el humo descaradamente escupiendo los besos falsos, las palabrotas, los gritos del miedo. Una neblina opaca cegadora e ilusa, desnuda y calzada sólo con zapatos rojos y dos gotas de ginebra. Pero, estoy a salvo. El peligro no es la nicotina es la paciencia con que amputo las cosas.

Pétalos en el viento

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Extenuado sobre la cama, con la crucifixión del calor, corrosivo en la altiva desnudez que colmaba al silencio sudado con el paisaje. Paisaje volcánico con tu presencia desnuda, cual nardo nacido entre la arcilla. Estampa urbana de una imagen de Lucian Freud, y el susurro dormido de tu pecho compitiendo a una canción sin letra: Un ronco fino, y la pesadez de los músculos. Hubiese dibujado su cuerpo con las yemas, guardando la imagen como un pequeño tesoro de caricias. Dormitando, y en la calle el termómetro orgiástico que cubría de sal a las aceras. Pero, sigilosa como un animal herido y abrumado por la virilidad muda, abandoné a los ojos diabéticos en su mundo del sexo. Para no despertar al sopor que le mantenía las manos abiertas, símbolo de alas que volaban. Y salí por el portal con el vestido de la poesía, sin saber si los ángeles caídos pueden amar despiertos. ll.ll. Cuadro de Lucian Freud.

Hastio

El sol se ha ido al otro hemisferio, a tomar un trago. Y en la noche se adornan los ruidos que volátiles escapan por el ventanal. Los perros ladran el calor acumulado en la jornada; mientras la gente en sillas plegables vive la calle de la búsqueda. De un canal de aire sin Góngora. Del canalillo de adolescentes arrimándose a la oscuridad del beso. El grillo con su trastorno convulso, el intento frustrado de la primavera con el olor del verano, en ascensores que transportan bolsas de basura, cucarachas libres, abanicos mellados y el viaje a la niñez de la isla, con la humedad apretando las sienes y los gatos escondidos tras los muros. De un julio que quiso ser febrero

El foso

Cerrar una puerta. Significa cerrar una puerta. Si la dejas entreabierta el aire puede convertirse en viento y los portazos son dañinos. ... Pero, peor es que nos impidan crecer, evolucionar, iniciar el cambio sin mirar atrás. Cerrar una puerta. Significa cerrar una puerta. La puerta entreabierta no es más que un conflicto, una relación sin término. Mis puertas del pasado están tapiadas. Y tu puerta, Sísifo, cómo está aún a estas alturas de la vida.

Nunca es tarde para aprender.

He aprendido a querer sin estar enamorada. A estar lejos con la mirada cerca, a derribar la cerca. A estudiar cuando la pérdida evidenciaba el olvido. A creer y no crecer. A viajar en trance. A amar sin cuerpo. A gozar con la falsedad. He aprendido que el regreso es una penitencia. Y que el cerebro come datos en forma de foto. Y cierro los ojos y recuerda la voz sonora, la amplitud de sus muslos como columnas de un templo. He aprendido a contar al revés. A descifrar el inmenso puñal que habita mi silencio. He aprendido a no escuchar boleros que canten <si tú me dices ven>. He aprendido a vivir sin ti. A leer con mayor frecuencia. Y a escribir menos A dibujar un mundo donde tú y yo hubiésemos sido amigos y nunca besado A perdonar. A descansar. A esperarte.

Gas

El bautizar con nombre de ciudad al sufrimiento, palpar un bulto feo a la luz. La apatía perdida y silenciada en cada órgano sin el mapa que pueda indicar el regreso a casa. Sal mona que aunque contracorriente escriba, tose alfabetos en el torno de la página. Por qué esconder tras la frase la certeza, el arañazo. Y soltar y liberar el dolor engendrado en estos años con la inestabilidad, con las mudanzas acróbatas. Con litigios y abandono. Alguien puede decirme la causa de enmascarar la herrumbre, no ser consecuente, y vociferar este llanto interno que no cesa. Lejos de la arcilla de la osamenta de mis antepasados. De mi madre batalla. De la raíz supina de todo un universo del hilo de una cometa. Una cometa que soy yo con el lastre, el peso, de vivir muerta sin el abrazo hijo, con el hígado, la negociación de volver o quedarse en la estaca volando hasta estrellarse y vaciar la tristeza en un inodoro de alas.

Burbuja

La lluvia, al fin al cabo, es azul, azul para el periplo en que cada uno hemos sido expulsados de esta muerte engarzada con los días que como balas de un fusil de asalto, atraviesan lo  impenetrable. Y en la fugacidad, el hoyo, de amedrentar al espíritu. Quizás Manrique no entendiera más que de ríos plañideros, y los de ayer ante la famélica inspiración atrincheraran sus retaguardias de pájaros, de flores y de lepidópteros Cómo reprochar a un lazarillo su función de silla de ruedas. Si seguimos delatados en nuestra perspectiva. La fibra óptica, el plástico nauseabundo, los contenedores en su grasa, las ratas que suelen cortejar en horas intempestivas. El amor y el odio en un damero sin coartadas. En que es hora de lanzar botes de humo con el calor que nos mata; el agua que se vende en botellas, el aire lascivo, la tierra con su radioactividad y las malformaciones fetales. Pues, sí, la lluvia es azul, entre móviles y pantallas de esternón. ¿Qué sabía e...

fe

No existe hora, ni minuto ni hora en que no piense en mis hijos, la costumbre de su ausencia no se supera, tal vez los lobos del alma se hayan colmado con el tiempo, y sin embargo más duele esta herida de parto, que hemorrágica aniquila al ombligo. Podrá la cara coser una sonrisa con dientes, fingir ser azul cuando la oscuridad más absoluta navega en un bote salvavidas por las calles, en los entuertos, en las colas del cine, con mi tropiezo en el espejo de sentir los dedos separados de las manos. No existe hora, ni minuto ni hora, que no estén en el portazo, en el abrochar del abrigo, en la limpieza diaria de encimeras y en el deambular al trabajo bajo los árboles o el rayo fulminante del estio. No existe paz, ni felicidad oportuna para la gran actriz, la mímesis del destierro, el cadáver que habla, la mujer regadera, la lombriz parlanchina, la yaga, el pus, la halitosis, corrupto mal que se trastorna en garrapata para llorar el vacío de madre, el c...

Estructura social

Una cubeta del roble que como un junco, creció a la vez de la rama, una rama igual que el naranjo de árbol, con la verde hierba, ruda, en resumen vida de tallo que parece arbusto, pero, desempeña labores distintas pues mece el viento, en la solana y bajo la lluvia. Césped por aromática, alga fuera de la tierra, vegetales, de grande a diminuta espora, semilla, polen y otras en escasa cantidad, moho, musgo y desgraciadamente veneno.

K

Se nos mueren los poetas de corazón comprometido. Los elefantes, los extraños virus. Las casas pierden sus sombreros. Y a la salida del juzgado el arroz no tiene novios. Las conchas sin sus seres vivos. Las uñas entre los dientes. El final de un filme francés. La arbitrariedad del sistema. El álgebra del porcentaje de que las llaves caigan metálicas por el hueco del ascensor. La todopoderosa melancolía de imanes hipnóticos a clavos que sostienen el eco. La arenisca, el metano inflamable de aquellos deseos con sabor a chicle. Di cosmos en qué logaritmo habitamos, cuánta espera yace con la paciencia planetaria. Giramos, rotamos. Nos desintegramos. Ya ni Walt con su oda puede hacer absolutamente nada. La poesía tiene los días con dados.

Farol

Necio propósito el que sostiene la voz del náufrago en un canto que subyugue al mandamiento de manifestar el dolor, cuando los ministerios apenas se sostienen. Pero iluso vive en un burdel de esperanza, de quién plañe a un amor que fue abandono. Porque no creía que los aviones fueran un buen hogar para el futuro. Y otro que ingenuo lee sus estropicios, los restos del huracán. Y engarza en un collar, las palabras, las gemas que esbeltas, exhalación reinan en otra garganta, para otro nido pelo, para la piel de estuco de un juego sección de piernas, de brazos, de sexos en el laboratorio de la vida. Cada uno amarrado a un árbol. Dejando caer sus hojas. Remar en círculo. Sueña y en incisiva, los colmillos amuletos son de quién amó de verdad o trató de esconder sus cartas.