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Mostrando entradas de diciembre, 2018

Panorama

Y esta niebla, dama madeja, haciendo acopio de las vistas, en un cuadro de bochorno. Que respira y traga, en su nube de gases, y tú, cometa con pies de puntillas, vas descubriendo la verdad, el pico del cuchillo, la hebilla que te retiene, ante el desconcierto. De ser devorada por esta bruma con anhídrido y azufre, en la competición de dañar lo que da vida, como cucarachas idas que la emprenden a palos contra sus testas de vinilo. El amor, el único aspirante a beber esta niebla de las narices, que tapa al sol, a las estrellas. Y obliga al mirador a ver al cielo en un saco de cables, computadora espesa, ciencia de la asfixia, poema ciego, tirita en el párpado. Niebla oscura que entra por las ventanas, la boca de la inocencia, la carretera, la voz, la temeridad de un manto que seca las lágrimas de los ojos y nos hace cómplices de la niebla del iluso. Contemplando lo que no se ve, en una tele de plasma y hemoglobina.

Cigarrillos sin rutina

Oigo el runrún de la mañana con el trotar de sus yeguas levantando la ciudad. Y la lavadora lleva ya un par de vueltas en su coreografía rusa. Bailarina mediática, de los que lavamos los trapos fuera del horario laboral. Trapos que serían globos en forma de nube. Guardianes del azul, de los secretos. Que sumergidos nadan más que vuelan, bucean entre la pena de saber que la ley natural en un chip parece un perro sin identificar. En una gasolinera. Viendo los coches pasar veloces vestidos de fiestas. Y sentir los giros. Y no levantar los pies del suelo. Para recordar que la poesía habita en el silencio, de las piedras. De la ropa muda sumergida. En los ojos. En la mano sobre el muerto La carta leída. El libro en posición fetal. La lavadora que saca reluciente el uniforme para la guerra del IPCC. Y notar al vientre. Y sacudir a los caballos de un motor que busca y sabe que en la soledad nadie te protege. Del vacío, de la arruga, de la humedad, de esta colada q...

Comer del plato ajeno

Puedes lanzar granadas y quedarte tan impertérrita. De perita. De perrita. Cómo el que suelta un can rabioso. En un corral de gallinas. Qué desde mi reino de rimas fáciles cuento tus llagas tu cuento tu gas a medias, velocímetro de oportunidad. De esas con cara de ángel con vídeos para la detonación. Qué bonita es la vida, le dijo un botijo a una boca. Si alimentada de besos y no accesos. Vive de puertas sin lanchas. Y una bufón se cansa de este juego. De eternos adolescentes. Detrás del burladero. Porque en foto resulta que el cadáver no se descompone. Qué me llamarán mal pensada. Supongo que también el incendio cuando cruje al árbol no ve llegar a la ceniza. Y una que del hartazgo hace mella. Interioriza la parsimonia de la peluquera barriendo cada una de las palabras pilosas. Y pretende ser sencilla igual que el pan duro dos días después en la famélica garganta. Y dejar los días que tocan y no tocan para los que tienen los toros en casa. Qué "t...

Daños colaterales

Espina del rosal que emana el hedor, con los pétalos y tus hojas para el manjar del lobo. Te dijeron no cruces el bosque. No oses a pisar la vereda. Los traficantes de la muerte rondan y hacen acopio fango de la luz. Que tu pupila ha erosionado. Te dijeron no vayas sola. No oses a pisar la vereda. Y te comieron el hígado las alimañas en un país de leyes desiguales, de condena fugaz con el signo de la noche. Te profanó la indiferencia. La peste de un siglo, capaz de combinar la tecnología con el vómito. Tus flores arrancadas de ciudad niña. Oliendo a muerte. Porque has cruzado la línea. Y te has hecho santa sin reliquia. Nacida para ser alimento del ogro. con tu matriz que se ha dormido de silencio. No cruces sola el bosque. La abuela ahora trabaja en un restaurante. El leñador habla de política y traga orina de caballo. Con la mujer muerta que ya no tiene calles para ser gloriosa. Tanto sacrificio de falta formativa. Y un bosque con las fauces abiertas. ...

Lauromaquia

Hay quien busca al amor como a un pájaro, distribuyendo por los muros fotos de periquitos. Y tú, con la extrañeza del incrédulo miras al cielo y analizas las coordenadas; cuestionando cómo puedes reencontrar a un pájaro. Dónde se ha extraviado exactamente el amor plumilla. Se pondrán los ilusos damnificados en las azoteas con el cebo de un gusano rojo gigante. O subirán a los aviones buscando en un nube. Hay quien investiga con una esperanza al límite. Con colocadas misivas de lo inalcanzable. Fe no les falta, a los buscadores del amor o del pájaro. Porque averiguar afuera lo que habita en uno dentro es la misión más difícil. Por muchas recompensas quererse a uno mismo no es tan asequible. Quedando el ilusionismo lingüístico de los antiguos fotógrafos en la postura: -Mire, al pajarito.

El miedo de las fisuras

El viento tacaño de hojas, la ha aprehendido contra los árboles, esta noche. A balazos, de boca. Con temeridad agita lo inmóvil. Y la farola centellea ante la impotencia. De ver la enfermedad en quien amamos. La voz meteorología metida en una sintonía de Transilvania. Quizás mañana nieve y los niños parirán muñecos sin bufandas. Las bolsas en secreta conspiración, la hojarasca que desea libre el ciclo término. De un invierno rebelde. Rebelde con los espacios, existentes en su mutismo en las ventanas. Qué ahora lastimosos se cuelan como comensales de una fiesta blanca. Tengo un sueño. Y la ráfaga inquietante seduce al insomnio de las calaveras. Porque de la destrucción nace la belleza. Del abrazo al matorral. Para que de nuestras heridas los nombres cuajen en topos y raíles. Después el mar sacará el émbolo de saber que el despertador es un amanecer falso. Y que lo evidente se convierte en peligro. Amar tiene quejas.

Apósito

La palabra se queda huérfana. Cuando la infranqueable luz se retira, cuál marea. Y las algas de debajo de mis brazos, silban. Haciendo acopio de las máquinas de afeitar. Qué van desertando al cubo de la basura. En una época que tenemos que sonreír por correspondencia. Y las plantas de PVC se riegan con la lluvia anoréxica de los recuerdos, que adelgazan. Control de plagas.Y otros paracaidistas.

Meta-fora

La afonía de nuestros grillos evidencia entre de peces, nuestras manos. La llama de la diana del ascensor en su navegación. En un despropósito de estrés, colas de camaleón y ojeras con gafas. Tal vez la tos inoportuna. El dividendo del alza en un tablero de caucho bajo el chorro. Nos convierte en marionetas de brazos cortos e hilos. En jugadores de rol apostando la moneda más rara. En niños sin teta. Despertador ogro. Robots bordes cortantes. Con la encrucijada de llegar y no retrasar. De morar más verde que rojo. De vivir a trozos, como puzzles caídos desde la azotea. En este mareo de horarios. De atascos. De sueño de mal parto. Necesito tu ojo cayendo sobre mi ombligo. La tibieza de las zapatillas del coraje de arrimarse a la paz, de sentarse con un poema. Y una tisana de sombras aguamarinas. Y pensar lo mucho que extraño tu tez, que cada una de tus púas revientan en flores. Y en el abrazo como dos botellas después del concierto. Besarnos. Viviendo. Y...

Súper Style

Existen viernes, en que una ciudad cabe en un supermercado. Con los poetas de mirada ausente que se pierden por sus callejones y voltean como hilos pegados a su aguja. Poetas, con abrigos de norte, que se topan de bruces y sonríen, a pesar de los palos de las marchas, y de que los suavizantes que huelen a romero son microcápsulas que estafan al corazón. No te parece, con nuestras toses distintas, con los cuerpos abducidos por chaquetas antipoemas. Voces ahogadas por los látigos que conversan del nudo que habita en el cuello del cisne. Qué el cansancio viste de Diciembre. Y un amigo rescatado de la sección del olvido llena el carro aunque las ruedas nos lleven a los productos de masas. Un sorbo de campaña. Entre poetas en fase de espera. Remedios de cena exprés y mi café deshidratado. Los poetas nómadas entre los ultraportátiles y la cajera del coletero macramé. Se saludan. Se bendicen. Y buscan la salud por los bolsillos. Y guardan el cambio para comprar un ...

El lenguaje de las polillas

Y después del silencio qué se orquesta qué mote, ciudad o recinto no se atreve a aplicar un signo, la voz del relinche de la tormenta de dos ríos que conjuran de vías con sus adverbios de reloj parados y en movimiento y sentir y caer y resbalar hacia tu coraza de cartón pluma. Y después del silencio. Qué retórica se encierra dentro de las manos estrechas. Huida de fuga tapando la boca al amor. Para que el incendio hable sin palabras.

Instrucciones de lavado

Mi madre, druida y con olor a mandarina. Que menciona más a los muertos que a los vivos. Está cansada. Supongo que el estigma de los emperadores, los espartanos, los vikingos, los celtas, guarecen en el áurea sagrada que portea. Es sincera conmigo, y ejercer de psicóloga con la persona que te ha dado la vida, se hace duro. Pues ha sido mi sino de primogénita. La educación sin cucharada de azúcar. Y escuchar su voz de narcótico y azahar que me produce miles de latigazos, coces parecidas a este ostracismo. Me raja por dentro en un asesinato llamado: La ley de la vida. A veces hablamos de mis infortunios, lo hago para que me replique y se entretenga. Luego, aparece la verdad, su fatiga crónica y para una mujer de orgullo y ralea, verse tan convertida en un tallo de estío, enjuto, limpio de pelo, roto y a punto de ser humus. Es mayor castigo, que el hecho que pueda desaparecer... Qué terror, cuándo me comenta que ya no quiere luchar, ella que ha derrocado imperios, ...

Blonda y encaje.

Eres mi isla. Mi único. Lo todo. El aire de Formentera. La sal en el labio. Astro. Gen. Silicona. Pimienta, costra y gelatina. Un lugar donde sonrío. Donde me asomo desnuda y tu me barres como el oleaje al malecón. Yo te quiero, es evidente. Y vivo metida en una bolsa de basura. Tal vez tu bonanza provenga del altruismo más absoluto. Pero, el mío, es la encarnizada lucha de una poeta hemofílica. Una drogadicta delante de la aguja. Cuando nos amamos en síntesis. Y una flor ha nacido en África. Y tu saliva, tu sémen. Van escribiendo torrentes de palabras. Somos especiales. Igual que las hamburguesas de nombres raros en restaurantes de comida rápida. Tengo un sueño dentro de esta guerra. Y es que tú y yo pudiéramos salir de la incógnita. Dar tanto, y hablar tan poco. Tu sonrisa vale más que mil minutos de cine. Tus ojos. Tu mariposa de la muerte. Me acuna entre sexo, perdición y duda. Y me recubro de ti. Y huelo a tu raza. Y desconozco la causa ...

Cartel

No existen yugos en el mercado, ni la fuerza suficiente para que los grifos... Rotos que van fluyendo la herida sientan esta tos como un mensaje Porque el dolor también necesita salir del armario y embadurnar sus manos del aire que filtra cable, en el cuello la promesa. de parecer un cuadro, mal colgado en un salón de ogros. Pedir más humo de tabaco. Si la inocencia existe en sus fraguas. Y coleccionar conchas de cala. Y abrir los envases después de su caducidad. Y comer antenas. Y saciar la maniobra de creer. De estar de pie como un borracho en la cola de un cine. Para mirar a la ciudad. Y afirmar que tus pies son dos pliegos de periódico. Mojados sin cama. Y llorar espuma. Para escribir otro verso neumococo. Y sentir el hilo que va a perder su botón.