Pediría un deseo, que esta noche dejaras la puerta entreabierta, y acostado cerca del rosal de aguadulce, susurres el hechizo que espante este dolor de fuente. Que fueras el vigía de aquella torre de naipes y ahuyentaras las mil marcas en que sé sabotear mi desdicha, abanico relámpago, en una nana ficticia de televisión, de creer que la soledad con sus espuelas va a galope por el quiste que apilado asfixia la mirada eco de los que, en las noches de lluvia lejana, precisan del amparo: la vera del verdugo que para los ciegos supone la esperanza del que no puede más con su vida y le añade, unas muletas, y le regala, un vestido y cose la cremallera en su costal del ruego. Qué fácil es aparcar para aquel que gana en la rifa. Qué fácil, sí, apretar el pez y durante unos segundos fuera del agua apoderarse de una rancia divinidad de dioses estériles. Yo quisiera, en esta roto de sombra, que gua...