Rea.

Debía pedir permiso para cruzar la cocina,
pedir permiso para asir la jarra y verter el agua,
tomar el pan y cerrar la boca,
debía pedir permiso
y en la aduana 
declarar mis deseos en contrabando.

Cenar con las compañeras del trabajo,
eso, era un atentado a su hombría
y te llevaba al cuarto incomunicada.

Pedir permiso para hablar, para lucir una falda de lunares;
ir al servicio a lavar las manos
de la culpa por respirar.

Esos años de cabezas colgando
en el salón de una cárcel,
y escapar 
con un permiso de por vida,
penitenciario.

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