Tabú

Recorren millas los pájaros 

para describir el arraigo:

aquel que empuja las nubes 

hacia los recónditos lugares 

de las palabras.


Una busca el rasero para contenerlas 

y se arrojan al vacío 

para eludir el cataclismo 

de los que, por propia voluntad, 

mueren un poco cada jueves 

antes de que el último bus 

vire en la curva y pierda su anatomía.


Contengo este maremoto.

Aprieto con fuerza los dientes.

La desesperación muerde la mandíbula.

Pantano, limo

de cataratas.


El bozal que retiene este caudal de sílabas 

capaces de derrocar la noche 

atravesada por gente 

que, famélica, transita 

frente a la pantalla de la cera de Ícaro.


Esta orfandad inmunda 

que salta de tu sueño a la arritmia.

Que ataca con espada tu frente.

Este equino salvaje 

que matas por no vivir 

en tu rincón de estrella.

Que coge al amor por la boca 

y lo trincha del más delicioso cianuro 

del infierno.

Nave industrial y encallada.

Y no decir ni un minuto.

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