El poema


El verano se presiente en la cúpula

de una extraña festividad,

entre los viandantes,

por la seductora cosmología del acorde,

después de muchas paradas 

de latidos ferroviarios.

En casa, la caricia del entorno

se convierte en las manos acicaladas con el limo, 

el moldeamiento de un cuerpo a su sendero.

Un hilo travieso de transparencias 

que exportan la memoria a un frágil.

Aquí todo permanece intacto,

la verja de la cocina,

el hartazgo de los limones,

la rosa en su coalición con la brisa.

Nada ha cambiado lo necesario 

para que sienta que aquí vuelvo a ser entre

de un segundo.

La cartografía de mi edad se desvanece.

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