La observación de los cuerpos celestes.

Y te quedas pasmada
en una hilaridad de segundos,
observando en el punto impreciso
el movimiento de los cuerpos
detrás de la persiana; sombras
a contraluz, en un baile sereno.

Parecen llamas alicaídas
de vela de sagrario.
Que no huele a cera.
Ni siquiera a incienso.
Del olor de aceite sofrito, expiatorio que
engalana la cocina.

Me quedo atrapada en el voyeurismo,
y sé que probablemente observada,
por los ojos-alimañas de la noche.

La noche cruzada. Y cromos porteadores
de historias. Y en el testimonio
de agitar a la cortina, como un ala
nacida de la espalda.

La gente vive.
En esta red social
de cuerpos de sombras
y del ojo-aniquila.


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