Sin título.

La obligaba
a decirle "te quiero",
después de convertirla
en un saco de serrín
para borrachos.
Algo tan valioso
encofrado en reflexivo
y acción animal;
después que los pétalos
de los trozos
de la carne
fuesen azulados
y que todos viajaran
al lugar inverso
de sus miradas cómplices.
Era una flor de campo,
metida en la ciudad
de las bestias.

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