Una bolsa grande de pienso

Tengo mucho tiempo para pensar,
pensar en las cuerdas rotas
que ni siquiera consigue el caos unir de nuevo.
Voladura de la distancia
de los que un miércoles amamos.
La extrañeza de los colegas que bebieron cerveza
en garitos con olor a fritura
o la hermana que te mira como si fueras
un espejo roto.
Pienso en las playas de las calles,
en la brisa de los huecos de los ascensores.
De cómo arreglar un fósforo apagado
y poner ruedas al radio de una bicicleta
con excedentes de viaje en desiertos.
Pienso con la marea del gentío
que va y viene de nuestros foros
cuando una, ciega de sal, añora
las correrías infantiles, las tascas a deshoras,
los ramos de novia,
la fe, la amistad a cambio de la amistad.
Los entuertos, por lazos.
La segunda oportunidad
de poder construir algo escandaloso.
Rascacielos de manos atendidas
que ni el más terrible mutante
ha logrado remitirnos
de los amantes cojos, de la parafernalia
de las piernas partidas por la bajeza.
Como estatuas que rigen
la ortopedia de
este pienso y pienso y pienso.
La calabaza de las doce.
El poema con cicatrices en su vientre.
Si de toda esta patraña
algo limpio con piedad
podrá tener un significado:
Honesto, mestizo y extraterrestre.

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