En ocasiones, la vista se nubla ante la urgencia de las mañanas que se acolchan con la amistad, de aquellos corazones que han aprendido a escuchar tus fracturas. Y, en cierta manera, con su presencia sanan los desajustes de la vida, las permanencias ocultas que larvarias carcomen las zonas escasas donde la esperanza resiste. Porque no somos más que gotas, nocturnas de rocío, deslizamiento en un sistema poliédrico, de noches donde dormir se convierte en una cima y el pan se desvanece, entre tus dedos, para ser devorada por las palomas. Y cerrar un libro y apagar la bombilla y sorber un trago de agua para deglutir aquella decisión que postergada, en el refrigerador de tu pecho, se enquista y te hunde hacia este poema que no conoce fondo. Por eso, te agradezco amistad, tu sostenibilidad con mi pena, el enclave de un solo hilo de mi chaqueta cordura. La buena suerte del trébol de cuatro hojas.