Bajalta tensión.

La felicidad obscena del destello de la premeditación,
de aquel ser que admite que el medievo repta en la lobreguez.

Pseudo feliz, sí, los ratos que olvido
que muere gente en la guerra y en los hospitales
y logro concentarme en tareas culinarias.
Luego tocan el timbre
y pienso que la familia ha acudido de visita
en tropel, adornada con flores
y besos de caramelos de regaliz.
Al abrir mes la puerta
contengo la emoción del neonato,
porque no hay nadie...
Ha sido la esperanza
que con su silbato arremolina el tímpano
en una ensoñación
de seres oblicuos.
Miro a través de la mirilla.
Y observo la fotografia del hueco de la escalera.
Parezco un ojo con la irrealidad virtual
que ha minado su cuero de pústulas.
Porque el capricho no es más que una metáfora de lluvia
que cae en diagonal sobre los huertos.

Con un kilo de harina, con un metro sin paradas
a toda velocidad por un tramo en una ciudad de película.
Sin actores sobreactuados ni actrices de moda.

La muerte en este portal
con la emanación del vaho de la lejía
incapaz de erradicar la electricidad
que aguarda el adviento.









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