Ignoro las coordenadas que miden la verdad del engaño



En esta carcelaria odisea de postulantes
donde magnifican su dolor como el auténtico.
Que se mofan de los que no ejercen la violencia
o rehúyen de los que sentados en su butaca
no venden libros a la burguesía.
Prefiero el sarpullido de un buen corazón
que la zafia risa del fariseo
que tarifa su frase.
Tal vez me he ganado la vida como he podido:
fregando suelos o durmiendo en camarotes
con gente anónima envuelta en una manta,
en travesías con olas más pequeñas que su ego.
He doblado camisetas;
y mi voz trémula tronó con la despedida
en estaciones de agorafobia.
No soy nadie, no tengo más que un bote de legumbres enjutas
que voy desgranando para nunca olvidar
el camino a casa.
Y pienso en las camas vacías,
en los comedores repletos de portarretratos,
en los animales que aguardan a sus dueños,
en la piel mellada por las mascarillas.
En el arte extinto.
Cuando existen los intocables
hilando la carne de cada ser humano,
juzgando su hálito, el ranking que ocupan en la liga.
Los acusadores que blasfeman hoy, ayer y siempre.
Desde este piso que aísla la alegría
de poeta de submarino
donde no pretendo nada con mi plegaria,
con esta memoria en que se atrincheran:
las cocinas vacías, los armarios con ropa inmóvil,
los nietos que cuentan garbanzos
y los abuelos que han sobrevivido a dos guerras.
Festival.
-¿De qué?
Si cada día mueren como escamas
de una mariposa borde,
pero...mejor cállate
porque no eres la predicadora de la calima, etcétera.
Eres ilegítima
como un quiste en las posaderas de los dioses sin caballo.











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