Felices años 20

Y si fuera otro mal sueño que acorrala, y al despertar,
la calle fuera de voces un torrente
con niños de azúcar en los columpios.
Un viernes con las carteras escolares 
descansando en los hombros de las sillas.

El trance que con un chasquido de dedos
se desvanecería igual que una niebla londinense sobre el río.
Para que los capós de los autos
adornaran con sus colores golosinas la avenida
de historias humanas con carmín en los labios,
con tabaco en la garganta; los pies sobre tacones
y los perros libres de bozal aullando a la luna.
Prepararíamos guirnaldas para los toldos.
Y leeríamos libros
en terrazas con el fulgor del vino en la boca.

Pero... andamos a dos metros de distancia.
Con el cielo limpio de sol,
de noches donde los roedores escarban
en las bolsas y una sirena azul
enciende la esquina al silencio
después de su paso.

La desconfianza del diablo que mece nuestra cuna,
mientras los niños miran tras los cristales
la precocidad
de la muerte.

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