Selvática aflicción lunar

Como tigres domésticos sin dientes
pululamos por las habitaciones masticando fotogramas.
Bestias urbanitas en un proceso de reciclaje
conviviendo con fantasmas, trajeados de Primark
y cazando los ratones melancólicos
de recuerdos con ojos botones.
Añoras la naturaleza cuando jamás la has amado.
Has vertido el aceite por el fregadero
como un mosquito que pica la piel más dulce.
-Nada importa.
-Si sólo es un momento.
Y quieres correr por el monte, pero, el pasillo queda cortito. De repente,
la infancia te traslada a un mundo donde la tecnología
era una televisión de dos canales, Venecia chica,
de manos con harina de maíz, sábanas con los extremos imperfectos,
y la primera hamburguesa americana
antes que la sexualidad en las escuelas.
Sigues en esta selva de cemento con el camuflaje animal
de monos hilarantes, colgados de apliques.
-El amor, todo lo cura...
Pelaje de aguas subterráneas
con la alevosía del que desea trepar por las paredes
y ha olvidado sus almohadillas en los escarpines, verdes de Decathlon.
Supongo que todo empezó cuando decidimos poner cortinas a las cavernas.
A jactarnos de los microorganismos.
A fumigar los trigales.
A vender los órganos bajo la silicona.
He soñado que he cruzado el arenal y he podido olfatear el salitre.
Mis pies sumergidos en el vodka...

Los primates halógenos que vociferamos
entre los tapices de las lianas inmobiliarias.
Porque parece que cantar en el cautiverio, siempre ha reunido
el alma del esclavo. La llamarada instintiva en butacas, leyendo el cielo,
igual que tigres destentados en una jaula de circo,
alimentándose de imágenes
y añorando las ciudades con ranas, la conserva,
el perdón con la vida.


 

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