Sinfonía

Siempre quise ser astronauta, por eso construí
con la plantilla de un programa preconcebido
y un batallón de letras, el cohete volador.
Y nunca la necesidad fue tan imperante
cómo la de este momento,
diezmada como un átomo de mercurio,
con la familia tan lejos y a la vez tan  cerca
cuando la lágrima resbala tobogán.
Vivimos como si siempre hubiese un mañana,
con el pudor de mostar las manos,
incomprensible, ¿y qué daño hace en este momento
la sorna parapléjica? del que precisa cantar, porque el que lo hace,
sus males espanta.
Imagino en este encierro voluntario,
las personas que convivirán con ogros,
acostumbrados al bar.
O los niños separados por convenios
de divorcio con padres que tienen su hígado
covertidos en paté de dolencia.
Pienso mucho en mis hijos, lo mucho que los amo,
y lo mal que encarrilé las cosas,
sin culpa.
Este mundo sin el hombre
continuaría perfectamente,
habría más bosques y la desolación urbana
sería un estampa gris de una serie de Netflix.
Siempre fui una mujer con muchas horas de reclusión,
pues, mis fobias y traumas se cebaban
conmigo cada vez que salía a la calle.
Tenía muchos complejos...Y también hubo la otra época, en la que privada de la libertad
por la ley marital no tenía ni el más mísero derecho.

Y sobreviví. Sí.
Pero ahora no soy yo.
Es mi familia, y yo no sé nadar escribiendo poemas.
Yo rezo con el modo extraño,
no exponiendo la salud para los otros.
Aunque me tiemblen las piernas
para no coger un avión y regresar al nido,
con el miedo nieve, y el ala que quiere recoger
los polluelos que ya no son niños sino adultos.
Tiemblas por la adrenalina.

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