CAPIROTE ROJA



“Poseo el convencimiento de que en aquel parnaso fui ninguneada, pero, en mi casa era la abeja reina, la cual sus puertas abría a visitantes variopintos que conocían las desdichas de mis amores; porque, tener un corazón de hectáreas hacía que en él florecieran las formas más musicales, pero que también, hospedara a bichos que escupían soledad con sus defecaciones, y poemas, muchos poemas con sabor a tabaco, frente a un espejo que decía que escribir para adultos era más fácil que escribir para los niños”.

 Doña Gloria, la señora de los globos en blanco y negro, cruzaba la avenida, para hacer la compra con su cesta, saludando al tendero y a algunos niños que la volteaban con canciones escritas de su puño y letra.
  Llevaba su camisa de leñador favorita y el cigarro (que parecía una lombriz) la acompañaba en su paseo matinal por el barrio de Lavapiés. Su rostro era reconocido y respetado, por su forma de entender las vicisitudes de la vida antibelicista y con la igualdad de géneros, y si algún espontáneo le preguntaba qué si ella era Poeta, ella respondía gustosa que “Poeto”.
 Quién iba a imaginar que aquella ruta para Doña Gloria Fuertes era la excusa de un viaje al pasado, donde las mujeres se limitaban a sus labores y el nacer en el seno de la humildad, te estigmatizaba a que escribir resultara una rareza.
  En un mundo abanderado por hombres, ella asentó los precedentes de un cambio social, con paridad de oportunidades donde el poema en un ayer de uso restringido, fue, es y será una mujer, sin miedo al lobo, que sola cruza el bosque.

#Heroínas

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