Desde la ventana.

Desde mi ventana observo las azoteas,
en un festivo que ha dejado que el sol baile entre las nubes.
Por eso, la lavadora
gira, sin tregua, después de tres grises de bote.
Pienso en las personas que viven recluidas
por distintos motivos: las monjas de clausura, los presos, los enfermos,
los agorafóbicos, los astronautas...

Las semillas necesitan para crecer el espacio más mínimo,
y la humanidad nació de un útero mudado en matriz
con el ambito de un abrazo materno.

Sigo también, pensando en mis hijos, es inevitable en este encierro.
Les envío tareas de escritura y de dibujo,
y sé que tienen miedo, aunque uno lo exprese más que el otro.
Nuestra vida fue de zanjas e incisiones,
y nuestra escuela de boxeo
nos adoctrinó a la separación y al sacrificio.

Como vivo en un piso alto, ahora, observo como juegan al balón
en un terrado comunitario,
considero que aunque sea un alivio
no predican ante nuestros ojos con el ejemplo.
Sobre todo para el vecino que vive abajo...
Esta conducta se contagia y desde mi almena
en otro edifico contemplo la caída de un globo lila
y un padre que con su hija ven su trayectoria escapatoria.

Creo que es momento de reflexionar los valores,
las cosas importantes de la vida,
con la radial a todo tren inexplicablemente,
ante una situación daliana
donde es imposible decidir.

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