Privilegio vírico

Existen fronteras invisibles
a las que el miedo le pinta moscas,
le regala un olor y ante su intangible faz
hace que corramos como ratas
ante una riada.
Luego, hay la frontera,
la de la carne, la que no viaja en BMW
Y tose, por los gases de contención.
Son pasos de rugido.
Áreas de cambio de idioma
en su propio hallazgo indistinguible
con la mano roja de la verde.
La otra tara según la procedencia.
Y criba el derecho del pájaro
que busca tierra después del diluvio.
Qué diferencia de paredes
las construidas con acequias
y frutos para los niños
de hueso. Con las que nos recuerdan

que las capitales del mundo giran
alrededor de un sol. Y ninguna calle
tiene rey.
Frente a la virulencia apátrida
que ama a su prójimo,
que cruza el bosque en avión
como un poema letal y sin papeles
que mata en mil lenguas.

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