Opeste

Si existe en este cuerpo, una certeza
es la del temor humano a la invisibilidad.
Con algunos que crean leyes de centros de reclusión
como jardines de rosas y alambres,
para aquel pueblo que desea sobrevivir
huyendo del escarnio del exterminio,
a pesar, del tiro, del gas, de la atrofia hacinada.
Con el pavor ancestral a que nuestra piel mute
o que nuestros guisos sean la mezcolanza
genética, cuando no son dueños ni del aire...
Luego, esta el pánico,
del organismo capaz de torear las aduanas,
de invadir cuerpos,
de colonizar los pulmones
y finiquitar a los planetas con nombres.
A los de carne y hueso
se les fumiga con la ira del parásito.
Y a los invisibles, los enemigos de verdad,
que saben que somos las máscaras comunes
de una tierra que agoniza.
se infiltran apolíticos con su ideología
como un viento que arranca las hojas más débiles.
En una guerra silenciosa
que metralla lo indispensable.
Porque la separación debilita.
Y la unión hace la fuerza.

Y en eso debemos ahondar
porque aún siguen nacionalizando los virus
en una bola de queso.
Con el engreído egocéntrico
que se jacta de dominar al átomo.
Cuando no somos más que migas
en la moqueta del salón.

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