La guerrillera y el camuflaje de líquenes

Parece la estampa de un primero de año
con las somas de resaca y los establecimientos
cerrados con el hedor del vinagre.
En este páramo de piso
con el privilegio del pájaro
en que puedo tutelar la trashumancia de las nubes.

Paso horas tocando el piano, recitando a Hamlet
y sumergida entre mantas de Ikea sobre el sofá
escenifico a Ofelia
con la oclusión televisiva
de una mujer flotante sobre el mullido.

Y tengo la suerte, del que no ha poseído ni un centavo:
al acariciar la piel de las vacas en los libros,
bucear pinzando con las manos paticortas piedras
y asaltar los folios con tremendas armas de tintura de yodo.

Parezco un péndulo casero
que recorre los espacios en una nave
para pintar las paredes de palabras
y hacer que este encierro de estómago en la ballena
parezca una sucesión de eventos
donde tuve que cortar mi lengua
y volver a nacer.

Lo has hecho en tantos conflictos
que tu condición de soldado
agujerea
el tímpano.



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