El aroma de la mariposa número 245.
Puedo soñar en esta encrucijada
que el barco,
el avión,
el tren,
el carro de niño a la intemperie,
no son los adecuados embalajes
para mediar con el tiempo;
podré sacar la metralleta
y a ráfagas grabar en las paredes
tu nombre, es así, como lo siento escrito
dentro de esta costilla enfundada.
A veces mi obstinación salobre
no me deja ver las palabras llovidas
que tanto mal han hecho
a la cantera de mis oídos,
ver el adjetivo carbonizado,
la hemorragia de la nariz
que mancha la colcha, las manos, los óculos,
como un afluente interno de un amor
desvanecido, no sé, no puedo,
no entiendo el idioma de un hombre
que falló tanta veces
el pliegue terremoto
si su corazón no latía.
Otro papel,
trabado en el parabrisas
esperando el aguacero;
en este momento que las ganas de ti
me despertaron,
el olor sibilino del café del vecindario,
tu poema martillo
que remueve la película
cada vez que asomo a ese espacio
infranqueable de tu hermosura maldita.
Te amo
en esta catarata,
te amo en esta matriz comanche
de vertiente,
te amo y no lo puedo evitar
mientras me deshielo
delante de una calle de pechos cortados.
Sin ti, ya no hay amor posible,
eres el ídolo,
la mortaja de un tenedor
extranjero en el lavavajillas
queriendo lustrar la saliva impregnada
de todos estos años.
Pero reniegas de mí,
sarna de perro,
leucemia de gato,
expulsada del paraíso por electa
aborrecida flor de invernadero,
y yo que sólo entiendo
de la besada, de la tregua, de la paz
no del lenguaje de los cobardes.
Te perdono.
que el barco,
el avión,
el tren,
el carro de niño a la intemperie,
no son los adecuados embalajes
para mediar con el tiempo;
podré sacar la metralleta
y a ráfagas grabar en las paredes
tu nombre, es así, como lo siento escrito
dentro de esta costilla enfundada.
A veces mi obstinación salobre
no me deja ver las palabras llovidas
que tanto mal han hecho
a la cantera de mis oídos,
ver el adjetivo carbonizado,
la hemorragia de la nariz
que mancha la colcha, las manos, los óculos,
como un afluente interno de un amor
desvanecido, no sé, no puedo,
no entiendo el idioma de un hombre
que falló tanta veces
el pliegue terremoto
si su corazón no latía.
Otro papel,
trabado en el parabrisas
esperando el aguacero;
en este momento que las ganas de ti
me despertaron,
el olor sibilino del café del vecindario,
tu poema martillo
que remueve la película
cada vez que asomo a ese espacio
infranqueable de tu hermosura maldita.
Te amo
en esta catarata,
te amo en esta matriz comanche
de vertiente,
te amo y no lo puedo evitar
mientras me deshielo
delante de una calle de pechos cortados.
Sin ti, ya no hay amor posible,
eres el ídolo,
la mortaja de un tenedor
extranjero en el lavavajillas
queriendo lustrar la saliva impregnada
de todos estos años.
Pero reniegas de mí,
sarna de perro,
leucemia de gato,
expulsada del paraíso por electa
aborrecida flor de invernadero,
y yo que sólo entiendo
de la besada, de la tregua, de la paz
no del lenguaje de los cobardes.
Te perdono.
El amor cuanto más intenso, más perdón lleva en sus latidos.
ResponderEliminarPrecioso!!
Un abrazo
Gracias José Manuel, muy agradecida. Un abrazo.
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