El cuento de la pregunta.
Mi padre era de pocas palabras y de más hechos.
Y a veces cuando los sapos salían de las charcas
de su traje de militar, e inocente me arrimaba a su cabeza
llena de caracoles de campo;
le preguntaba por cosas de la vida,
de lo filtrado por la rana de mis ojos:
-Papá, por qué las mujeres orinan sentadas.
Y mi padre que en ese momento era hombre
y no juez, ni rector, me cogió de la mano
mirando a la rana de mis ojos.
-Hija, la mujer sentada espera,
es la forma con que la naturaleza os ha otorgado
la postura donde debéis,
en vuestras batallas,
aguardar.
Y después de su discurso
poco convencida y curiosa
probé a orinar de pié
y mientras lo hacía
en la verdad sal-pica-dura nació una poeta
con la rana de los ojos.
Y a veces cuando los sapos salían de las charcas
de su traje de militar, e inocente me arrimaba a su cabeza
llena de caracoles de campo;
le preguntaba por cosas de la vida,
de lo filtrado por la rana de mis ojos:
-Papá, por qué las mujeres orinan sentadas.
Y mi padre que en ese momento era hombre
y no juez, ni rector, me cogió de la mano
mirando a la rana de mis ojos.
-Hija, la mujer sentada espera,
es la forma con que la naturaleza os ha otorgado
la postura donde debéis,
en vuestras batallas,
aguardar.
Y después de su discurso
poco convencida y curiosa
probé a orinar de pié
y mientras lo hacía
en la verdad sal-pica-dura nació una poeta
con la rana de los ojos.
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