Sin título.
I
Estúpida la enmienda
de pertenecer a una fuerza gravitatoria
para desplomar el estómago sin número
como una manzana contra las losetas.
Porque en mi desespero corro,
nado las cien islas,
apuro los labios en el desfiladero
y le hallo en cada brote de la azalea
que crece en las esquinas de una rotonda.
Sentir esta libertad desplegando mis alas de murciélago
a nubes y a picos, en el recorrido de trenes, de copas llenas de ginebra
con el tabaco acunado,
sometimiento vespertino del retorno al paraíso de su sexo.
II
Rueda el ovillo y florezco entre sus carnes,
maraña de los hilos invisibles
en las tuercas, en la lengua, en las barrigas que oleajes crean
e iniciamos desnudos un trayecto
de anillos en manos abiertas,
de afluente de absenta que baja por mis paredes,
esa seguridad espumosa de quemar la iglesia
del credo, de abrir puentes con el volumen de su tórax sobre mis senos,
mordiendo la víbora lengua, y muriendo ciega
para escribir que le amo
a la vera del lóbulo.
Me hace crecida de río,
llena de tierra toda mi penísula
para crear un nuevo continente
de muslos, de caderas en bandas de pájaros,
de frío en lava, de poema abatido
entre el eclipse que sucede cuando
los perales toman la raíz en mi gruta.
Me quema.
igual que una vara de incienso,
y si duda, estira la polea
cuando mi sombra avanza en línea
arrastrándome junto a usted, a su jaula.
III
No cree ya que han habido
demasiados veranos entre nosotros,
de esta droga sintética
que supura en yagas.
Deseo ser feliz, en la construcción semántica
más libre del universo,
que a pesar del jabón de centella,
del agua tibia de la ducha,
desprende la piel el aroma de su ego,
Le gusta, bajarme del pedestal
para en devota rendición
oler a todas sus naturalezas.
Y grabar en mi retina
cada uno de los espacios
de dos personas que no copulan,
que se aman como la sal a la caliza.
Deje que piense que es el amor.
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