Gracias Maestro.
La historia la escribe el vencido
por eso, en la dirección única
y en hábito episcopal, éxtasis de Teresa sacra,
reconozco las perspectivas
del quinto elemento.
Él me salvó, fue en su inmersión submarina
el que de entre las zarzas
tomó el cuerpo de Ofelia,
fiambre gélido,
mórbida iracunda.
De entre los infiernos él me salvo.
Engendró la simiente
remendando las heridas,
en la construcción de una capa
para esmalte del duelo.
Limpió las plumas de pájaro.
Limó las garras de Grifo,
para concepción del aroma a la manzanilla.
De la joroba a la meseta tiznando el pelo
con el colibrí.
Él me salvó, inyectó la fe, la piedad.
Elevó mis senos, masticó la carne
pariendo una mujer nueva,
luna rota de noche de pegamento.
Con astucia domesticó
los dos gramos de la bestia,
la hizo débil para percibir los motores
de los pétalos, derribando de la almena
las puertas.
La lluvia del vencejo.
Fumigador de amantes.
Deshilachador de la hebra del capullo
para retratar en la radiografía torácica
a la polilla.
El amor desinteresado
hacia los ojos pequeños,
la vena más rica con piedras,
musgo, setas, zafiros de ramas.
Frente al cemento que había sido
mi fétida ciénaga,
albufera de anfibios necrológicos
de ego.
He percatado que ya puedo andar sola;
cuidaste de la alimaña y sanada
regreso al bosque turquesa.
Hora de volar.
Gracias maestro.
Os amo.
por eso, en la dirección única
y en hábito episcopal, éxtasis de Teresa sacra,
reconozco las perspectivas
del quinto elemento.
Él me salvó, fue en su inmersión submarina
el que de entre las zarzas
tomó el cuerpo de Ofelia,
fiambre gélido,
mórbida iracunda.
De entre los infiernos él me salvo.
Engendró la simiente
remendando las heridas,
en la construcción de una capa
para esmalte del duelo.
Limpió las plumas de pájaro.
Limó las garras de Grifo,
para concepción del aroma a la manzanilla.
De la joroba a la meseta tiznando el pelo
con el colibrí.
Él me salvó, inyectó la fe, la piedad.
Elevó mis senos, masticó la carne
pariendo una mujer nueva,
luna rota de noche de pegamento.
Con astucia domesticó
los dos gramos de la bestia,
la hizo débil para percibir los motores
de los pétalos, derribando de la almena
las puertas.
La lluvia del vencejo.
Fumigador de amantes.
Deshilachador de la hebra del capullo
para retratar en la radiografía torácica
a la polilla.
El amor desinteresado
hacia los ojos pequeños,
la vena más rica con piedras,
musgo, setas, zafiros de ramas.
Frente al cemento que había sido
mi fétida ciénaga,
albufera de anfibios necrológicos
de ego.
He percatado que ya puedo andar sola;
cuidaste de la alimaña y sanada
regreso al bosque turquesa.
Hora de volar.
Gracias maestro.
Os amo.
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