El plan de Alicia.

Se mueven los garbanzos en la medianía de las cosas
remando con la espátula dentro del puchero,
componiendo la lustre
a la sartén, en inmediata melancolía
y una aprende, de los malos poemas,
las soluciones.

Un poema tuerto, con prótesis, un poema de mariposa vuelta al gusano,
de esos de días de lluvia que dejaste el impermeable
en el cine Sol.

O confiada llevaste tu vestido 
para la boda interna del barril
y justo un minuto antes del recital engordaste
y se te quedó pequeño.

Una que insiste más en las palabras
que con los sueños, que necesita acordeones
sentados a la vera otoñal del que crea, y destruye
vagamente las bombillas a pedradas del cielo.

Malos poemas, sí, tan imprescindibles
como la caspa, la tos perruna y Torrente.

Y te ríes, y los doblas en trapos de cocina,
y los pules ebanista con lija de coqueta.

Poema.

¿Un buen poema?

Gatos armónicos que olfatean el viento
con su víscera como tacones de feria
y un botón desparejado
en una camisa cosido sin mangas suficientes
para ocultar el adjetivo.

Cuántas veces se nos ha pasado el arroz,
o le pusimos demasiada sal para salvar el mundo

¿Has quemado con la plancha el sustantivo? Hervidora, muchas veces...

Me alegro nítida y hambrienta
de escribir pésimos poemas de estaciones,
de muertos, de pimienta excitada en la garganta,
de síndrome premenstrual y toros mecánicos.

Tal vez sea una idiotez profana
la de ser una señora con cambio anamórfico,
pero, de todos los chistes el poema es el que nos mata
de carcajada tiñosa, de Tarzán perdido en Alcampo.

Nos mata 
sin darnos cuenta.



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