Ducados y la marquesina.
Noches de ronda es el modo poético
de salir, huir, infringir.
I
Con el cuello despintado en la blusa
del color marfil;
con el pelo de almidón por la calima
de los aires acondicionados muertos
a la hora del baile
y una lengua de gamuza
con el poso de haber bebido más de la cuenta: 1,2,3.
Lancé mis botines al aire
igual que meteoros soviéticos,
desnudándome amoratada del helor marital;
para descubrir en la ventana
un torso de hombre mirando a mi boca,
apoyado en el aluminio fumaba
y sus ojos
eran dos gatos brillantes en una autopista paralela al cementerio.
Su cigarro masculino,
encendida brasa que rompía la noche
y yo un espectro
que me fui resguardando hacia el destierro
justo en el momento exacto
de su última bocanada.
II
Él a veces me mira.
Y yo no le hablo.
A veces fuma y lanza la colilla
desde una habitación pintada de rojo Marte
con marco argenta,
pero, soy una luna que jamás llegará a su alcoba
por muchas vueltas que dé por mi comedor,
por muchas madrugadas
que él contemple mi cuerpo sin ropa
y yo silenciosamente me abandone a los abismos
de la soledad.
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