FRUTA MADURA.

Duermo
en una habitación
que es un cementerio de elefantes.

No importa
el retorno
como si  quiere convertirse en viga,
en tronco de un parque con lagos frigoríficos
donde niños patinan
con cascos y sonrisas adhesivas.

Antes era irritable
frente a sus desplantes
ahora nenúfar floto

aceptando que las grapas muertas están en páginas.

Un tiempo atrás
hubiese sido una lenteja explotada
dentro del microondas,
pero levitando he aprendido
a rodar como una espera
encima del terrazo.

Lo importante es haber residido,
fue un viaje espacial a una fosa interplanetaria,
el manjar más caro del Corte Inglés,
una joya colgada del cuello de un gato egipcio,

como dirían los románticos tuberculosos

poder morir en paz.


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