El beso.

                                                                           En escucha radiofónica, Prince ha muerto.
I

Para regresar al infierno
basta con pulsar el botón número verde
y ascender al décimo.

II

Cuando los amantes
en desprendimiento de rutina
absortos apuran el cigarro de sus dedos
en llama dadaísta y miran fijos
con óculos de muñecos con tara de fábrica.

Y ahí rota, por el abandono
recortable desecha en ovillo de cama
en un trágico calambre
en el  hueco caleidoscopio
de morir con los placeres de la vida
en la contabilidad de una raya más o una raya menos
de alfombra estadística.

Y retornar al infierno
en el ascensor
con vistas a la bahía.

En deterioro producto
la inoportuna retórica de obsequio Kinder
rebotando acrobática después del vino de mesa
en la moscarda revoltosa
de uva sin engendrar de septiembre.

¿Qué quieres que te haga?
¿Cuántos años tienes?

Puto es, esputo.
El desorganizar en despojos
de mercado con un 20 %
de descuento porque caducará antes de la quema.

Y me levanto mal depilada
con el único antifaz
de unos sujetadores levantado mis senos,
escarbando el poema ciego
en topo-grafía.

Subir y bajar, cómo si no hubiese
ocurrido nada en la visita luciérnaga
a las costuras de mi decadencia
lanzando la colilla
por el desagüe
y no reconocer las ojeras, el labio henchido
y el afluente de mi nariz
que pinta súbita temprana cosecha
a que si prosigo así no llego a los cincuenta.

Y desnuda  cortina
me quedo en meditación delante de la ventana.

¿Qué miras, si está cerrada?
Los cristales insonorizados,
y la persiana en párpado hermético
evita la luz de la noche.

Ante la retórica y con la gula resuelta
le ruego interprete el prospecto antes
de su uso, agite el envase del agnóstico
sentado
en
xenofobia al amor
omnipresente.

Excipiente-colorante-purga-esencia-veneno,
a esta masa de isla que se rompe
porque no soy más que una muerta que muere de amor
y entrega  al Coliseo las sobras
de cenas prescritas.

La autodestrucción de los ángeles sin padre.






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