El café que necesita volver a ser café.

Lanzar por el tercer piso
la máquina que hace café
a base de comprimidos.

¿Dónde está el aroma y el sonido en estéreo de la cafetera?

Quiero lanzar también todos los sistemas
analógicos de verduras de cocción en el microondas
con huerta que lleva la química por guerra.

Atada a un hilo
balanceo de izquierda a derecha,
y hasta creo que convertida en araña;
araña puertas, de gata
arrojando por la ventana la hipocresía
de bloques, de la noche que no existe,
de todas las pausas prometidas antes
de exprimir la castaña de saber que ya estamos muertos.

Sí, iré a la ferretería
en busca del beso nogal
y compraré una pequeña cafetera de mango malaquita
y kiwi deseo, quiero escuchar su voz
que tanto me recuerda a tu presencia,
ahora, difuminada por las mangueras del camión de la basura
a las doce, hora española, el ruido de motor
que ruge:

¿Por qué me vendiste?

Un paquete de 250 gramos
para apurar en su arenosa constancia
de todos esos días en que vivía ignorante
de la muela que iba a ser sometida.

En un canto de inmueble
con el gas de las murmuraciones
capaces de aniquilar la taza de café
y manchar en una gomina azucarada
las manos de asesinato en plantación.

Lanzaré el grito ahogado,
como el que emití cuando nací en cesárea, y
mis pulmones fueron aspirados
de mi propio meconio
en un mandato a callar incluso antes que a respirar.

El amor que no se hizo para mí
y perdí 
por no saber amar.

El café que necesita volver a ser 
café.

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