La inmesidad del universo en un poema no muere.

En la tumba de Julieta en veneración
y brincado cerbatana
por los claustros donde Copérnico
desafiaba un sistema con los ojos de Picasso.

Lancé una moneda en el Veccio.
Atravesé Heideberg
observando extrañas velas amorfas
en ratificación
a las fórmulas
que se perdieron olvidando la alquimia.

Y sin embargo
encima de una mancha de petróleo
dejando todo mi cuerpo
sumergido en una gelatina, viscosa de oscuridad
he sentido el ahogo
del pelícano.

La incomprensión
de la nada
dónde el pulso
me induce a odiar al padre
para matar al hombre.

Para respirar de nuevo
por una ranura
cada vez que leo la magnificencia
que no tiene nada que envidiar a lo tangible.

Tu poema,
tu poema,
tu poema de agujero negro.



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