La herradura

He abierto la caja de herramientas, con el intento de hallar un abalorio
que pueda sostener fuerte en los muros
las caricias, los besos de tornillo
para el destornillado humor de los amantes.

Sin risas no hay patos en el W.C.
Y los laboratorios de bata blanca a negrura abatida conocen tantos tipos de muerte
para una sola muerte.
De lunas inservibles.
De útiles con el óxido de la espera.
Que su nombre no importa.
Decirte es un verso
demasiado trillado.
No tengo más que unos alicates
que no vuelan. Y esta sonrisa que pega
en pocos segundos de contacto
la pesadez de inventar caminos.
Busco entre las llaves.
La lata cortante de tu lengua.
Los clavos. Las chinches. La leche.
Una construcción
que sirva como casa de maletas.
No me importa el excedente de cartón.
Las pausas del taladro ante la injusticia divina.
Te quiero.
Como un golpe de martillo
lleno de peces.
Del mercurio planeta
que deforma al órgano.
De latir.
De amar.
Sin protección alguna.
En esta caja de ferretería
donde busco la belleza de.
Las bañeras pinchadas con sus crías.
Las paredes con quistes.
La ruina después del terremoto
con unas manos obreras.
Que arañan la tierra.
Porque aún escucho el llanto
tras la pila. Y sé que una ciudad muerta
puede volver a ser doblemente construida.


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