Morrofanky

Cuando llegaron a casa
eran refugiados de guerra,
habitaban en la bodega de un buque,
y para ellos significó, la luz, el caos.

Deambulaban con la paranoia
sobre los muebles, topando
con ceniceros, portaretratos y pequeñas piezas
de mi vida de gitana.

No sé quién tenía más pavor,
si ellos en su trío conjuntado, o,
yo que asumía la responsabilidad
de que el ser dependiera de mi voluntad
de ex asesina.

La ansiedad era el vómito,
el maullido interno cerca de paredes estomacales,
era la duda de si el viaje a la primavera
conducía hacia el patíbulo.

Añoraban su nido, la mano que los alimentó,
la caricia del verdugo,
y llena de topos
me convertí con  el tiempo, en otra gata negra.


Ahora la tristeza me sufraga,
y con mi cola brazo
espanto las moscas pensamientos,
subiendo encima de la librería
en vigilias nocturnas
con la luna por crêpe.

Ellos ya no padecen,
son hojas de árbol
y yo la veta escrita
de su olvido
prolija deformación
de maullar hasta el crujido
de los panes partidos en casa-mientos,
y lloro, sí, su abandono,
por ellos, pero, son felices
y eso me basta.


Mientras acarician mis piernas con sus tesoros de Egipto,
cuidan del puma hembra que habita
en la injusticia velada, vestida de prótesis amistad.



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