El norte.

Melilla, amanecía
con el rezo del imán,
pato migratorio de la historia.

Y yo, seducida abiertamente
a sus proposiciones infieles,
absorbía cada una de sus aduanas.

Era tan peculiar,
observar el paso de los sefardíes
armados de sombreros
y rizos asombrados entre patillas
y siete gafas de cristal montado.

Que en ese entremés
de cultura aprendí a bregar
con el genoma.

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