La chica de la avenida.
A ella la divisé
desde la distancia prudencial
de la amargura.
Cabizbaja adolescente,
caminaba con un nido de arañas
dentro de su boca.
Con ojos semicírculos
mirando los crucigramas de las aceras,
tenía el temor a la izquierda
y el brazo derecho amputado.
Pero yo, pitonisa, que la divisé
con la distancia prudencial
de la poesía.
Tuve que frenar el arrebato
de no pellizcar su barbilla,
y detener el desmoronamiento de ocho patas.
Qué sepas que van amarte,
con locura,
que serás feliz con un hombre
con una ceja rota de niño.
No temas,
de qué sirven dos brazos
si el corazón está vacío.
Tú tienes
sujetado por las cuerdas tarántulas.
el continente africano
latiendo abrazos.
Sonríe, no tengas miedo,
y llora ante incapacidad
de no saber perdonar
desde la distancia prudencial
de la amargura.
Cabizbaja adolescente,
caminaba con un nido de arañas
dentro de su boca.
Con ojos semicírculos
mirando los crucigramas de las aceras,
tenía el temor a la izquierda
y el brazo derecho amputado.
Pero yo, pitonisa, que la divisé
con la distancia prudencial
de la poesía.
Tuve que frenar el arrebato
de no pellizcar su barbilla,
y detener el desmoronamiento de ocho patas.
Qué sepas que van amarte,
con locura,
que serás feliz con un hombre
con una ceja rota de niño.
No temas,
de qué sirven dos brazos
si el corazón está vacío.
Tú tienes
sujetado por las cuerdas tarántulas.
el continente africano
latiendo abrazos.
Sonríe, no tengas miedo,
y llora ante incapacidad
de no saber perdonar
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