La rendición de la Hidra.

Yo, templaria de arco
con el campo de batalla
pasto de la desolación;
con las casas vencidas por la triquinosis.

De qué sirve mi yelmo
si nadie habita ya en la aldea,
los animales comidos por las llamas
y esta espada que pesa
de tanto bregar contra el viento,
de qué sirve,
si no hay feudo que defender
en esta causa,
si el mayor villano
en mi fe pentagónica
mora, y hasta las ratas han caído
por el trueno.

Yo, soldada a mi arma,
contra qué puedo luchar
si los restos se amontonan
en cubos y rectángulos,
mis manos llevan la sangre escrita
pero son de las heridas
de creer en lo imposible.

Soy una kamikaze
estrellándose contra el cielo.

Ya no hay legitimidad posible.
La ciudad arde.
Y todos están muertos
por la asesina esperanza.

Qué hago aquí
con mi caballo sin patas,
con el tórax magullado
y asomando el corazón
por la rendija de mi escudo.

Todo está perdido.

Ya no hay nada por lo qué luchar.
Por tu amor 
me rindo.


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