El nombre de lo inexplicable.
Sé del susurro del chopo
de pieles de anacondas colgantes.
La Babilonia criptograma
de cada uno de los envases abiertos,
las rebanadas con gotas,
los grifos resfriados,
los termos obesos,
la serenidad de las baldosas
que espejan cada uno de los abismos,
al sentir escollo en medio de las celebraciones.
El aguardar la visita del muerto
con un serrucho de fotogramas
martilleando toda una ebanistería de enseres.
El chillido sin boca,
los pasillos bajo puentes de erizos,
la mano levantada y las rodillas al suelo.
Sé cual es, el vaivén de los árboles
que conducen al infierno,
el piso que tiene las habitaciones triangulares,
el aseo sin cortina
y los puños sobre las mesas.
Sé de su viento, nace del latido
de la costilla de mi tórax
con que hicieron tu cuerpo.
No soy de lodo, soy de estrella
y estaba al otro lado de la cúpula,
pues, yo también fui una escuadra
doblegada bajo las sábanas
esperando, que el miedo
se fuera con la candela de una sombra
con pantalón franela.
Por eso te quiero, porque también comí
del fruto del chopo
de las pieles anacondas,
y fui expulsada del paraíso de la infancia.
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